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Full text of "La Deportación a La Habana en la Barca Puig"

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LA DEPORTACION A LA HABANA 

EN LA BARCA "Pülfi" 



Ministerio db Instrucción Pública y Previsión Social 



BIBLIOTECA ARTIGAS 
Art 14 de la Ley de 10 de agosto de 1950 

COMISION EDITORA 

Prof Juan e Pivel Devoto 
Ministro de Instrucción Pública 

MARÍA JULIA ARDAO 
Directora interina del Museo Histórico Nacional 

Dionisio Trillo Pays 
Director de Ja Biblioteca Nacional 

Juan C Gómez Alzóla 
Director del Archivo General de lt Nación 



Colección de Clásicos Uruguayos 
Vol 77 
Agustín de Vedia 

LA DEPORTACION A LA HABANA 
EN LA BARCA 'PUIG" 



Cuidado del texto a cargo de las señorita! 
Ilisa Silva Cazet y Miría Angélica Lissakdy 



AGUSTIN DE VEDIA 



LA 

DEPORTACION A LA HABANA 

EN LA 

BARCA "PUIG" 



HISTORIA DE UN ATENTADO CELEBRE 

Prólogo de 
EUSTAQUIO TOME 



MONTEVIDEO 
1965 



PROLOGO 



I 

En pugna su candidatura con las del Dr José M a 
Muñoz y D Tomás Gomensoro, el I o de marzo 
de 1873 fue electo Presidente Constitucional de la 
República el Dr. José E Ellaun, hijo del constitu- 
yente del mismo nombre y apellido Dr José Ellaun. 

En sus serenas páginas tituladas "El Problema Cons- 
titucional", José Enrique Rodó nos dice "La Presi- 
dencia Constitucional del Dr, José Ellauri, aunque 
malograda por abominable atropello, alcanzó a demos- 
trar que era capaz de llevar a su realización más 
alta el orden administrativo, la corrección electoral, 
la moderación de los procedimientos y la cultura 
de las formas" 1 Mas el Dr. José Pedro Ramírez 
- en la carta que forma la primera parte del libro, 
cuya segunda edición prologamos, emite juicios poco 
favorables para el ilustrado mandatario, afirmando 
que su Gobierno "se sostuvo hasta el fin en una 
debilidad que acusaba el designio de perpetuar el 
viejo sistema de la política acomodaticia*, y, en otro 
pasaje de su carta, se expresa con no menor severidad 

Depuesto por el ejército el 15 de enero de 1875, 
el Dr. Ellaun se negó a encabezar una reacción, 



1 Rodó, José Enrique El que vendri Edición de la Bolsa de 
los Libros (sin fecha de impresión) pág 275 Obras completas Colec- 
ción Aguilar con el tirulo, dado por el colector Un* Csrts Ánttcolf- 
valuta, pag 1040 



tVII] 



PROLOGO 



aunque el caudillo blanco o nacionalista de mayor 
prestigio y tres de los jefes políticos se brindaron 
a prestarle su distinguido apoyo y se avino a consi- 
derarse renunciado del alto cargo que desempeñaba 

Los jefes militares, a quienes se les prodiga en 
todo lugar y en cualquier momento, el calificativo 
de "motineros" firmaron el documento, que leerá el 
lector, por el cual designaba "gobernador provisorio 
al ciudadano D Pedro Várela", quien eligió como 
Ministro de Gobierno a Isaac de Tezanos, un antiguo 
periodista, adversario político de Venancio Flores, del 
Brasil y de la Triple-Alianza Julio Herrera y Obes 
lo había acusado de vender su voto en la elección 
presidencial de 1873, a requerimiento, se decía, del 
Dr. José Pedro Ramírez, entusiasta defensor de la 
candidatura de su suegro el Dr José M a Muñoz. 

Repetíase que Tezanos, después de percibir la suma 
convenida no sufragó por el Dr Muñoz, sino por 
D< Tomás Gomensoro y, a última hora, dio su voto 
al Dr José E Ellauri. 2 

Para el Ministerio de la Guerra, Várela designó 
al Coronel Lorenzo Latorre, considerado a raíz de la 
campaña del Paraguay por "oficial valeroso y deci- 
dido", alcanzado en ella por una bala en la reñida 
batalla de Estero Bellaco y luego designado jefe 
de batallón sucesivamente por los Presidentes Batlle, 
Gomensoro y Ellauri 

De indudable relieve, con una cultura bastante 
apreciable, inclinado a oír opiniones autorizadas y 
a seguir sus consejos, Latorre no ocupaba el primer 
puesto, ní se le puede reputar el director del movi- 



a Fernandez Saldana, Dr José Ma Fichas para m ductonatto 
uruguayo dé biografías Edición de la Universidad de la RepúMic» 
Tomo II, p¿g 357 



{VIII] 



PROLOGO 



miento que depuso al Dr Ellauri y guió los vaci- 
lantes pasos de Várela En el mismo documento del 
15 de enero firma en segundo término y recién 
después de sus afortunadas acciones en la Revolución 
Tricolor adquirió talla suficiente para convertirse en 
regidor de la vida nacional 

La deportación anticonstitucional e inhumana de 
quince ciudadanos no fue obra de Latorre y es muy 
dudosa su intervención en ella, ni siquiera en un 
plano inferior o secundario, de relativa importancia 
Al igual de otros, colaboró y nada más. 

Tanto en la carta del Dr. José Pedro Ramírez, 
inicial de la obra, como en el texto de Agustín de 
Vedia, surge la convicción de que los deportados 
atribuían al Ministro de Gobierno y no al de la 
Guerra la responsabilidad casi total del atentado Dos 
veces solamente es mencionado Latorre por su apellido 
y otra por el cargo que desempeñaba, seis veces se 
lee el Gobierno de Tezanos/una vez se dice de su 
dictadura, y otras siete, por lo menos, se le llama 
simplemente Tezanos. Este improvisado gobernador 
temía la fuem intelectual de sus ocasionales adver- 
sarios y de ahi su empeño de alejarlos del campo 
propicio a sus elevadas propagandas 

El Dr. Ramírez, en dos oportunidades, se refiere 
a D. José C. Bustamante, el tercer Ministro (de 
Relaciones Exteriores y de Hacienda) de Várela, y 
de Vedia en un hiriente recuerdo ("había apelado 
a una doctrina no hace mucho tiempo sostenida por 
sus adversarios y negada por él"), dejan entrever 
que, en sus respectivas opiniones, en algo responsa- 
bilizaban de la deportación a la Habana al vencido 
en los comicios presidenciales de 1873» 



[IX] 



PROLOGO 



En cuanto a la deportación en sí, no caben dos 
opiniones: ni la mediocridad del gobernante, ni el 
caos político existente, justifican el embarque vio- 
lento de quince ciudadanos, en realidad rumbo a lo 
desconocido. Destierros de la índole del que nos 
interesa, en definitiva sirven para aumentar el re- 
nombre y la aureola que circunda la cabeza de los 
exiliados. Así había sucedido en nuestra propia patria, 
con el Vicario Apostólico, más tarde Monseñor, D. 
Jacinto Vera, cuyo destierro por el Presidente Berro 
redundó en perjuicio de la causa que, al principio, 
el gobernante había sostenido con suma corrección y 
ajustada legalidad 

Para mayor desventura de los deportados 
e igualmente para el intenso repudio de la actitud 
gubernamental el levantamiento o revocación de la 
arbitraria orden de destierro a la Habana y el des- 
embarco en Pernambuco o en cualquier otro puerto 
llegó a la importante ciudad brasileña cuando la 
barca Putg había reanudado su viaje a las Antillas. 



II 

La odisea de los quince orientales, y de sus más 
o menos voluntarios acompañantes, no terminó en 
la isla de Cuba. Las autoridades españolas, mal dis- 
puestas para con nuestra República, informadas sólo 
en parte de la situación existente en ella se negaron 
a permitir el descenso de los deportados en la ciudad 
de La Habana 

Tres vapores norteamericanos, el Crescent Ctty, el 
Juntata y el Clayde, a su turno, se negaron a recibir 
a los deportados en carácter de pasajeros que ofrecían 



[X] 



PROLOGO 



pagar por anticipado su conducción a la tierra de 
Wáshington y Monroe. Las censuras, parece no haber 
alcanzado nunca a los capitanes de esas tres naves 
bien alejados de las ideas y de la práctica de la soli- 
daridad americana, invocada, en la actualidad a toda 
hora y por cualquier fútil motivo* 

A los brasileños que se relacionaron con la forzada 
expedición los recuerda con simpatía el cronista de 
la misma y llega a dedicar al Sr. D José Vascon- 
celos, redactor del Jornal do Reafe, el "Opúsculo" 
que consigna "la historia de aquel atentado nefando". 

No seremos nosotros quienes negaremos o reduz- 
camos el valor de esa actitud del pueblo brasileño, 
sus autoridades y sus valientes periodistas Nos limi- 
taremos a recordar que muchas de las desventuras 
de la República Oriental tuvieron su origen en las 
actitudes del caduco régimen imperial y la conducta 
del pueblo y de los publicistas, para con las víctimas 
de la política, a lo sumo puede presentarse a guisa 
de una reparación de los daños causados por los esta- 
distas y políticos de la gran nación limítrofe La 
República, lo oímos de labios de una gran perso- 
nalidad norteña, no es responsable de los yerros del 
Imperio, heredó sí, sus aciertos y uno de éstos patece 
haber sido la conducta asumida para con los invo- 
luntarios viajeros de la barca Putg 



III 

Hemos nombrado la nave escogida para dar cum- 
plimiento al mandato de destierro y es llegada la 
ocasión de dar al lector algunos informes sobre sus 
condiciones. 



[XI] 



PROLOGO 



"Barca, escribe Ramírez, que se encontraba en el 
puerto sin tripulación y en completo abandono" y 
de Vedia asegura de la barca Pmg "era este buque 
la última transformación de un bergantín que había 
escapado a diversos naufragios" Otros pasajes de 
ambos escritores acentúan los sombríos colores del 
estado de la nave Parte de la pintura es natural 
exageración y recurso literario, elemento nada des- 
preciable en una obra destinada a impresionar a la 
ciudadanía 

Veamos por nuestra parte la información sobre la 
nave suministrada por las fuentes más o menos ímpar- 
ciales que se refieren a la misma 

La Pmg no era otra embarcación que el bergantín 
o u brick" inglés "Booptahorse" naufragado en nues- 
tras costas y que, objeto de feliz salvataje, entró al 
dique Mauá, todavía existente y en poder de la com- 
pañía del gas, donde se le reparó quedando en condi- 
ciones de navegar 

Es la misma historia del Presidente Terra, Con- 
tralmirante Rodríguez Luts y Villa de Sonano, arran- 
cados de sus lechos de piedra por la Administración 
Nacional de Puertos, e incorporados, bajo bandera 
uruguaya, a la flota de dichos entes autónomos, Las 
costas de la República no retienen presas que todavía 
pueden ser útiles a la Humanidad, mientras que 
esconden, para siempre, aquellos vapores Helios y 
Labrador que un día lucieron el pabellón Nacional 
y le señalaron el camino al Cuidad de Salto, último 
buque de pasajeros conservado por sus armadores 
para la bandera de las nueve franjas 

Imposibilitado el capitán del bergantín para pagar 
los gastos del salvataje y de las reparaciones, vendió 
el buque a unos señores de apellido Humpry (¿no 



[XII] 



PROLOGO 



será Humphreys?) y éstos a su vez lo traspasaron 
a D, Juan Puig, ciudadano español (catalán) "quien 
dispuso el cambio de arboladura, conviniéndola de 
bergantín redondo, agregándosele al palo mesana con 
un pico para la cangreja". 

El historiador Dn José M a Fernández Saldaña, en 
nada favorable a los dembadores de Ellaun y cola- 
boradores de Várela, nos brinda el siguiente informe 
acompañado de sagaz observación, "¿Era la Putg, un 
harnero como generalmente se cree 5 ¿Era una embar- 
cación miserable, un casco inservible, destinado nada 
más que a que lo tragara el mar 5 Nada de eso Era 
un "brick" inglés, todo de roble, embarrancado no 
hacía mucho en las costas del Este, que luego de 
conducido a la bahía y estando en cuestión, lo había 
adquirido Puig'\ a 

De acuerdo con el contrato de fletamento solem- 
nemente celebrado con el Gobierno, el armador Puig 
hubo, en calidad de fletante, que colocar el buque 
en condiciones de recibir pasajeros, con sus equipajes 
correspondientes (del texto del libro resulta que la 
mayoría de los qumce los llevaron a bordo) y todo 
en cumplimiento de las terminantes disposiciones del 
Código de Comercio. Parece, según tradiciones de 
familia, que dobles compatriotas (como españoles y 
catalanes) de Puig le hicieron llegar en sentida carta 
sus plácemes por el remozamiento de la barca, y es 
de lamentar la destrucción o el extravío de esa 
curiosa correspondencia. 

El barco continuó en servicio hasta 1883 en que 
su propietario lo enajenó, según refiere el mismo 



1 Fernandez Saldaña, Dr José Ma Artículo en el diario 
La Mañana de fecha 14 de octubre de 1923 

[XIII] 



2 



PROLOGO 



autor, quien se pregunta: "¿Se concibe, por otra 
parte, que el capitán y dueño (D. Juan Puig y 
Moré) se embarcase con toda su familia, la mujer 
y tres hijos, en un buque podrido y próximo a 
deshacerse?". 

Puig y su familia viajaron entre propietarios y 
pasajeros, pues la barca era fletada por el Gobierno 
y provista, a cuenta del Estado, de víveres y demás 
necesario para una larga navegación. 

Titulada Transporte Nactonal Putg la barca era 
considerada, mientras duró el contrato de fletamento, 
buque de guerra, y la tripulación compuesta de 
soldados, marineros de ocasión o de oficio, se puso 
bajo el mando del Coronel Ernesto Courtin, nacido 
en Burdeos, guerrero del Paraguay, y promovido 
a Sargento Mayor del ejército oriental en 1868. Su 
actuación de funcionario señalóse por ser el amparo 
de los pobres y por sus discretos procederes Era 
capitán del puerto de Montevideo al asumir el 
gobierno de la expedición y, en las páginas de este 
libro, es recordado con cierta benevolencia por el 
narrador. 

Llegado a Norteamérica, Courtin arrió el gallar- 
dete de nave de guerra y el pabellón uruguayo para 
retornar al Río de la Plata y batirse al mando del 
vapor Artigas, perteneciente a la escuadrilla guber- 
nista, con la sumaca Carolina al servicio de los revo- 
lucionarios de la tricolor. 4 

Formaban parte de la improvisada tripulación un 
médico, el Dr José Campana, "antiguo oficial de Gari- 



* Acbvedo, Dr Eduardo Andt Htstdrscci d$l Urvgvty, Tomo 
III, pi« 773 



CXIV) 



PROLOGO 



baldi que quisa correr la aventura por puro espí- 
ritu de solidaridad humana" 5 y el practicante José 
de la Rocha, andaluz de nacimiento 

Ambos dieron acabadas pruebas de abnegación 
profesional y valentía cívica, por cuyo motivo el prin- 
cipal cronista del impuesto viaje los recuerda con 
sincero elogio y hasta con muy explicable gratitud 

Agreguemos, a título de simple información, que 
el sueldo asignado al Dr. Campana — su cargo, según 
el Capitán de Navio Olivien, no estaba previsto — 
era el más elevado de todos y, para la época, era 
bastante apreciable y compensatorio ($ 400) en 
tanto que Courtin percibía algo más de la mitad de 
esa suma ($ 220) y el laborioso practicante la 
décima parte de la remuneración asignada al facul- 
tativo Por añadidura, se habían previsto gratifica- 
ciones extraordinarias para toda la "plana mayor" 
de la barca 

En carácter de pilotín navegó un joven montevi- 
deano, Pedro Riva Zucchelli, versado en náutica y 
que, con el correr del tiempo llegaría a ser Capitán de 
Corbeta en la organizada marina de guerra nacional. 

Por último, uno de los hijos del "naviero" Puig se 
vinculó a la marina, en modesto plano, llegando a ser 
el patrón de la lancha Zufriateguy, de la Capitanía 
del Puerto de Montevideo, que honraba con esa 
nominación el primer jerarca que rigió la importante 
oficina 



a Olivieri, Cap de NavIo Caklos A Aportes * la Rutona dé 
la Martna d$ gwra Nacional, tomo I» pigs 12 y 13 



[XV] 



PROLOGO 



IV 

La Puig carecía de las más mínimas comodidades 
y para su eventual población flotante carecía, bajo 
ciertos aspectos, de lo más necesario, y la parquedad 
de sus provisiones rayaba en la extrema pobreza» 

De alimento espiritual dispusieron los exiliados, 
gracias a los libros que Herrera y Obes, de Vedia, 
Dupont y Rodríguez Larreta, tuvieron la feliz idea 
de hacer llevar a bordo. A Julio Herrera debieron 
los navegantes el conocimiento de la "obra monu- 
mental" de Buckle, titulada "Historia de la civili- 
zación de Inglaterra". 

Uno de los tíos de los hermanos Ramírez, Máximo 
Alvarez, hermano de nuestro abuelo materno, D 
Julián Alvarez — el hijo mayor del constituyente del 
mismo nombre — , envió a su sobrino José Pedro, 
una completa caja de juegos. 

La cárcel flotante salió del puerto de Montevideo 
remolcada por el vapor Fe, embarcación de larga 
historia en la escuadrilla. Retirada del servicio en 
1890, llamándose entonces General Flores, por un 
decreto de fecha febrero de 1886, retornó a la 
"marina de guerra" en 1897, y, de nuevo, la ingra- 
titud la radió vendiéndola a quienes, después de 
varias reparaciones y cambio de calderas, la llamaron 
primero Don José y después Buey. Reconquistada 
para la escuadrilla nacional, reducida a la vieja caño- 
nera Sudrez (la ex-T % acttque de la armada francesa), 
se le artilló con dos cañones de tiro rápido que 
habían pertenecido a la famosa cañonera General 
Artigas y blasonada de cañonera General Flores y 
con el recuperado glorioso nombre se perdió para 



tXVI) 



PROLOGO 



siempre en las cercanías de la boca chica, del puerto 
de Maldonado, lugar conocido por las calderas, sin 
que los rastreos efectuados hallaran sus restos, lleva- 
dos por las corrientes a la inmensidad del océano.* 
jLas cañoneras Artigas y Rivera*, subastadas por 
la incomprensión de los poderes públicos y la falta 
de amor a las tradiciones de la marina nacional 
habrán envidiado el postrer destino del vie)0 General 
Flores, hundido en su ley por la crueldad del mar, 
junto a los traidores bajíos y arrecifes que tornan 
peligrosas las costas uruguayas del Este panorámico 
y mundano' 

La Putg, cambió de nombre en el puerto de Char- 
leston (EE.UU.)» denominándose Agusana, como la 
esposa de su propietario, y siguió navegando, cruzó 
el Atlántico con un cargamento de algodón y con- 
dujo otros a los puertos mexicanos y confirmó siem- 
pre el concepto que de ella emitiera uno de los 
desterrados "es sólida y tiene buenas condiciones de 
movimiento". Enajenada en 1883, se ignora en estas 
tierras y aguas noplatenses el desuno y el final del 
verbalmente zarandeado navio. 

Hablóse de que el Coronel Latorre quiso adqui- 
rirla, mas no se conocen detalles de la tentativa y 
del porqué de su fracaso. 

Hora es ya de referirnos a la personalidad de los 
peregrinos del mar, en su mayoría figuras de relieve 
en los acontecimientos vividos en el pasado siglo y 
principios del presente, y destacar aquellas de sus 
actitudes que delataban, en ellos la temibilidad poli- 



• Cap Olivieri Ob cíe págs 17 t 19. Arturo Scarone. 
Efemérides Uruguay <u Tomo III, pig 287 



[ XVII } 



PROLOGO 



tica tan temida por los gobernantes inclinados a los 
procedimientos habituales de las tiranías. 

El Dr José Pedro Ramírez, autor de una corres- 
pondencia que llena algo más de la cuarta parte del 
libro, tenía conquistado merecido renombre, habíase 
doctorado en jurisprudencia el año 1857, escritor de 
vuelo, periodista, uno de los primeros redactores de 
"El Siglo" se incorporó a la revolución florista y se 
dice emanar de su pluma la proclama del jefe inva- 
sor Este lo designó Juez de Comercio y contó siempre 
con sus simpatías. 

Bajo el Gobierno del General Lorenzo Batlle 
conoció el destierro por su propaganda desde las 
columnas de "El Siglo" Electo después representante 
por el departamento de Maldonado; líneas atrás recor- 
damos uno de sus gestos en la cámara 

Podrá discutirse la personalidad política del Dr 
José Pedro Ramírez, antes y después de la excursión 
a La Habana, pero su talento de abogado y su 
hombría de bien en el ejercicio profesional lo colo- 
caron siempre al abrigo de toda crítica 

Alguien dijo, a raíz de su deceso, que su obra 
jurídica, dispersa en expedientes y publicada sólo en 
pequeña parte, lo hacía digno de compararse con el 
célebre Dalloz. 

Octavio Ramírez, menor en ocho años que su her- 
mano, pues había nacido en 1844, conspirador contra 
Berro, herido de bala en el primer sitio de Paysandú, 
servidor del Gobierno en la revolución de 1870, 
podía considerarse un militar temible y de recono- 
cido valor 

Agustín de Vedia, hijo de un militar argentino 
José Joaquín de Vedia, contaba con honrosos ante- 
cedentes en ambas orillas del Plata, disponía de una 



ÍXVIII3 



PROLOGO 



acerada pluma y sus conocimientos en múltiples 
materias lo convertían en un sociólogo y en un 
extraordinario publicista. Le pertenece el programa 
del Partido Blanco cuando se transformó en Partido 
Nacional, y su producción literaria es numerosa y 
de mérito 

Vivió siempre, al igual de otros insignes compa- 
triotas radicados en la República Argentina, con la 
vista y el espíritu fijos en su Patria, en la tierra de 
Artigas, de los 33 y de Rivera, Nosotros lamen- 
tamos mucho, muy mucho, que sus libros de derecho 
constitucional, economía política y cuestiones inter- 
nacionales, pertenezcan a la literatura argentina. Su 
obra más difundida entre nosotros, "Martín García 
y la Jurisdicción del Plata", adolece de falta de 
orientalismo en el autor nacido en la ribera septen- 
trional del mar dulce. 

Una obra maestra moderna, la del distinguido 
magistrado Dr. Luis M. Baumgartner, ha reivindi- 
cado, con insuperable información, el derecho uru- 
guayo sobre el Río de la Plata y su mal deten- 
tada isla 7 

La trayectoria de quien fuera Ministro del Presi- 
dente Berro, el Dr Juan José de Herrera, de extra- 
ordinaria gesüón en los prolegómenos de la triple 
alianza, según leemos en la obra de su hijo, el Dr, 
Luis A. de Herrera, titulada "La diplomacia oriental 
en el Paraguay", explica se quisiese anularlo en los 
campos de la política, aunque no en la forma arbi- 



T Para una información sobre esta excelente obra nacional k puede 
leerse nuestra nota bibliográfica inserta ta la Revista d* D trecho, 
Jurisprudencia y Admtntstréctón t Tomo XXXII, pág 308 Dicha biblio- 
gráfica, casi enseguida de publicada, se reprodujo en la revista Estudios 
de la Asociación de Profesores, dirigida entonces por el Prof Oscar 
Secco Ellaun 



CXIX} 



PROLOGO 



traria y poco humana de un destierro y una incomo- 
dísima conducción a tierra extraña. 

Pertenecemos al grupo, por suerte numeroso, de los 
sostenedores del dogma histórico que niega la exis- 
tencia de grados en el talento, en la virtud y en la 
misma belleza De ahí nuestra resistencia a proclamar 
a determinado personaje el primer genio, el ppmer 
santo, el primer político de su época, lo mismo opi- 
namos en materia de entidades políticas, sociales y 
religiosas No obstante esa firme convicción, más de 
una vez nos hemos sentido tentados para proclamar 
el ptimero e inigualado gobernante de nuestra Patria 
el 12 Presidente Constitucional de la República, 
Dr Julio Herrera y Obes. 

Legislador, periodista brillante, secretario del Gral 
Flores en la campaña del Paraguay, hombre a la vez 
de salón y de campamento, madrigalista excepcional, 
el Dr Herrera y Obes mereció que se dijera de él, 
antes que de ningún otro oriental, que el país era 
demasiado pequeño para su talento Quizás tuvo 
sueños irredentos, respondiendo a la tumultuosa 
herencia de sus antepasados Elío había desterrado 
a su célebre pariente, el Dr Lucas José Obes, y los 
Dres Manuel Herrera y Obes y Nicolás de Herrera, 
su padre y su abuelo respectivamente, conocieron la 
proscripción y acres censuras de sus contemporáneos 
Ciérnense sus memorias, y las de Julio, sobre las 
marejadas de la Historia, La Barca de los Herrera, 
en esa faz gemela de la Putg, flota siempre sin 
sumergirse Los pinceles de Carlos M a Herrera y la 
musa del gran Julio lineo, el autor de Los Peregrinos 
de Piedra, jamás dejarán de proyectar su luz sobre 
la vida intelectual del Uruguay 

A su llegada a Charleston, fechada en el puerto 



[XX] 



PROLOGO 



de La Habana, el ilustre deportado envió a su madre, 
Doña Bernabela Martínez de Herrera y Obes, una 
carta relato de las penurias de la travesía, carta difun- 
dida en los medios universitarios y estudiosos, por el 
popular Ensayo de Histona Patrta de nuestro extinto 
amigo Hermano Damasceno (ciudadano legal uru- 
guayo con su nombre civil Gilberto Eduardo Perret) 

De Juan Ramón Gómez (nacido en 1822), her- 
mano del héroe de Paysandú, General Leandro 
Gómez, Ministro de Flores en 1865 e in-extremis 
de Ellaun el año 1875, se cifraba la nombradía en 
su labor de la Asociación Rural y el apostolado laico 
en la Comisión de Candad. 

De Vedia, quizás contra su voluntad, concibe y se 
explica el destierro de "jóvenes exaltados 0 , pero no 
concibe ni se explica la misma actitud para con 
quien no significaba una amenaza o un peligro para 
la situación Olvida el severo censor que la hombría 
de bien, y el amor al prójimo, son armas terribles 
para los gobernantes sin control 

El Dr Aureliano Rodríguez Larreta, que muchos 
conocimos, contaba desde 1872 con su título de 
abogado, y su secretaría de Ellaun, cuando la misión 
de éste al Brasil en 1873, unida a su republicana 
actitud en las tristes emergencias del mismo año, no 
eran elementos para tranquilizar a los dirigentes de 
la cosa pública. 

Osvaldo Rodríguez, carecía de antecedentes capaces 
de sindicarlo en calidad de hombre de acción, si des- 
cartamos sus vínculos con Flores y con Lorenzo 
Batlle durante la cruzada libertadora y el movimiento 
armado de 1870, en un plano secundario siempre 

Era también cruzado de Flores, Carlos Gurméndez, 
valiente jefe, después de la deportación, revolucionario 



fXXI} 



PROLOGO 



en la Tricolor, escapado a la matanza de Guayabos 
y contando en su foja de servicios el haber inter- 
venido en las jornadas de Uruguayana y Yatay de la 
guerra del Paraguay Tales precedentes colocaban 
sobre aviso a los jerarcas situaciomstas 

Voluntario en el movimiento florista e interventor 
en la recién citada contienda internacional, Cándido 
Robido, de quien fuimos correligionarios en la frac- 
ción anticolegialísta y luego denominada Riverista, 
del Partido Colorado, unía a sus relevantes condi- 
ciones de militar, sus discretas versiones al idioma 
nacional de diversos libros franceses Confirmó con 
sus hechos posteriores la "temibilidad" que explica 
su destierro 

Anselmo Dupont, el más joven de los quince, era 
sin duda una esperanza, periodista de valer, licen- 
ciado en derecho, abrirá más tarde su estudio en la 
ciudad de Salto, No representa un lugar común 
o simple figura retórica, el decir que el viaje en la 
Putg salvó "su nombre del olvido" en el campo de 
las evocaciones históricas 

Cuatro hijos de D Venancio Flores Fortunato, 
aquel que se sublevó contra su propio padre y que 
guerreó en España en defensa de Isabel II y en las 
contiendas civiles argentinas, Eduardo, herido de 
bala tres veces en el Paraguay y dado de baja en el 
ejército el año anterior, Segundo, uno de los com- 
pañeros de Dupont en la redacción de u La Idea" 
y encargado de la jefatura del vapor Gartbaldt 
armado por el Gobierno de Lorenzo Batlle en 1870, 
y el menor de los cuatro, Ricardo, sin duda el más 
equilibrado de la familia, perteneció al cuarto de 
Cazadores, debieron su inclusión en la lista de con- 
denados al ostracismo — pese a la mcorregibilidad 



C XXII } 



PROLOGO 



de Fortunato y a la experiencia revolucionaria de 
los otros tres — al nunca eclipsado prestigio del 
apellido Flores, perpetuo reproche a los falsificados 
imitadores del sincero partidansmo de Don Venancio 
Vueltos a la tierra natal después de la azarosa 
odisea, en la oposición bajo Santos y en el triunfo 
del civilismo, las víctimas de la prepotencia de 
Tezanos llenaron con lucimiento los anales de la 
vida nacional De ahí que al recordarse el año 
terrible se recuerde, con explicable anacronismo, no 
al periodista Herrera y Obes, al joven abogado 
Rodríguez Larreta o al nacionalista de Vedia, sino 
al gran político y presidente de la República, al ace- 
rado parlamentansta o al gran escritor ultrafluvial 
y, claro está, que el destierro sufrido con estoicidad 
ciudadana, reviste contornos casi de gran crimen 
político. 

La época, la escasa cultura, las pasiones violentas 
no justifican el extravío de los hombres del 75, 
atenúan sí, su responsabilidad ante el ecuánime tri- 
bunal del futuro. 

Nada detuvo el curso de los acontecimientos, los 
deportados regresaron al Río de la Plata y el 
gobierno fuese afirmando hasta consolidar el mili- 
tarismo, etapa ineludible en estas regiones sudameri- 
canas Después de períodos desiguales, de alternativas 
ora asombrosas, ora desconcertantes, el Uruguay 
entró en la vía del más absoluto civilismo y, ya lo 
hemos dicho párrafos atrás, Julio Herrera y Obes, 
el pasajero del transporte nacional Putg, tuvo, desde 
su retiro constitucional, la satisfacción de ver a dos 
de los motineros, causantes de la caída de Ellauri, 
estar prontos para presentarle sus armas, si el electo 
hubiera aceptado la 13 presidencia de la República. 



t XXIII} 



PROLOGO 



A su turno, el mandatario cesante sabría descender 
la cuesta de la vida pública y privada sin un des- 
fallecimiento, sin una claudicación 

Todo suceso de resonancia, no cabe duda que la 
deportación a La Habana revistió ese carácter, se 
refleja en la producción literaria contemporánea y 
si uno de los protagonistas del episodio es quien 
lleva, en nombre propio y ajeno, al papel los grandes 
y pequeños detalles del suceso, su narración oscila 
entre la crónica y la historia. 

Tres de los quince embarcados a la fuerza, del 
24 al 28 de enero de 1875, estaban dotados de bien 
cortada pluma y las páginas manuscritas e impresas 
no guardaban secretos para ellos 

José Pedro Ramírez en una correspondencia del 
14 de marzo abrió el camino y Agustín de Vedia 
supo enlazar hábilmente el relato del "compañero 
de infortunio" con su personal, apasionada narración 
Quedó así arquitecturado el libro y una famosa 
impresora argentina, propiedad de Pablo E Coni, 
hizo entrega al público lector la primera edición, 
cuyo subtítulo Historia de un atentado célebre debía 
contribuir a su difusión 

Sin embargo, el libro no ha sido reimpreso, y el 
escaso conocimiento del material informativo que 
encierra, ha conducido a equivocadas versiones de los 
sucesos y a erróneos conceptos sobre los hombres 
que intervinieron en ellos. 

Agustín de Vedia es narrador ameno y aun a sus 
exageraciones e hipérboles sabe darles un acento de 
sinceridad y verosimilitud No importa que prime la 
pasión sobre los detalles, ni tampoco que vierta equi- 
vocados juicios respecto a la época y a los personajes 
de la situación, la vida que palpita en todas las pági- 



txxrv] 



PROLOGO 



ñas cubre con su manto de verdad todas las involun- 
tarias falsedades del libro. 

Superiores, en méritos literarios a la correspon- 
dencia de Ramírez, el detenido relato y los análisis 
políticos de Agustín de Vedia, se acercan a los pri- 
mores de la recordada carta de Herrera y Obes, y 
permitieron augurar, en los alejados lustros de 1875, 
los volúmenes consagratorios de la reputación del 
periodista que se mostró capaz de concebir las aladas 
cláusulas de la carta enviada a su "amiga querida" 
desde Charleston "un 19 de Junio a las diez de la 
noche", cuando el remitente de la carta creía "pisar 
sólida tierra americana" 

Reimprimir el libro a los noventa años justos de 
su primera y única publicación, alcanza a configurar 
un acto de justicia para con el autor (o autores) y 
hacer un verdadero regalo a los amantes de las bellas 
letras, en todas las épocas, bajo todos los cielos 

Por nuestra parte anhelamos que alcance a esta 
reimpresión la luz de las modernas investigaciones 
del legendario pasado de los pueblos libres, 

Eustaquio Tomé. 



[XXV} 



AGUSTIN DE VEDIA 



Nació en Montevideo el 10 de enero de 1843, hijo de José 
Joaquín de Vedia y de María Luisa Correa Cursa sus primeros 
estudios en su ciudad natal, la que abandona en 1839 para 
reunirse con su padre en la Argentina y tomar parte en la 
campaña de Cepeda. De regreso a Montevideo colabora en la 
"Reforma Pacífica" y dinge "El Ins" (1864-1865) Triunfante 
la revolución de Flores, emigra a Buenos Aires donde funda 
el 1^ de febrero de 1866, en compañía de Guido Spano "La 
América", diario antigubernista que fue cerrado y desterrados 
sus redactores el 27 de juüo del mismo año Nuevamente en 
Montevideo, vuelve a Buenos Aires cuando reaparece "La 
America" en noviembre de 1868 Contrae enlace con Carolina 
Villademoros, hija del Dr Carlos Jerónimo Villademoros 

A principios de 1870 figura en el Comité organizador del 
movimiento revolucionario nacionalista que se apresta para 
invadir el Uruguay, bajo las órdenes de Timoteo Aparicio 
Durante la guerra, publica en los campamentos la hoja "La 
Revolución" (1870) Más tarde interviene en el Comité Pro- 
Paz, que finalmente puso término a la revolución mediante 
el Convenio de Paz de abril de 1872 Al mismo tiempo, funda 
"La Democracia" (1872) e ingresa en la Cámara de Diputados, 
electo por el Departamento de Cerro Largo, donde se destaca 
como orador y colabora en la obra de regeneración política 
Luego, a consecuencia del motín del 15 de enero de 1875, es 
desterrado a la Habana en compañía de otros ciudadanos dis- 
tinguidos, de donde regresa en agosto del mismo año Vencida 
la Revolución Tricolor, se radica en Dolores (R A ) dedi- 
cándose a tareas judiciales 

Hacia 1880, llamado por sus correligionarios, vuelve a 
Montevideo, donde dirige "La Democracia" Afianzado el régi- 
men santista, regresa en 1882 a Dolores y en 1885 íntegra la 
redacción del órgano bonaerense "La Tribuna Nacional" En 
1891, luego de un breve interinato en "El Nacional" y "La 
Prensa", asume la dirección del diario "La Tribuna" En 1901 
le es ofrecida la cartera de Relaciones Exteriores del Uruguay, 
que rehusa En sus últimos tiempos, forma parte de la redacción 
de "La Nación" de Buenos Aires, hasta que fallece en esa 
ciudad el 13 de mayo de 1910 

Entre las numerosas obras que publicó tienen especial 
importancia La deportación a la Habana en la Barca "Putg" 
Htstorta de un atentado célebre Buenos Aires, Imp Especial 
para obras, de Pablo E Com, 1875 El Banco Nacional, bistorta 
financiera de la República Argentina Buenos Aires, Félix 
Lajouane, 1890 Constitución argentina Buenos Aires, Imp 
Coni Hnos , 1907 Martín García y la jurisdicción del Plata 
Buenos Aires, Imp Com Hnos, 1908 Soberanía y imttaa, 
derecho federal y autonomía provtnaal Buenos Aires, 1903 



(XXVIII 



CRITERIO DE LA EDICION 



La Deportación a la Habana en la Barca "Pvtg" se publica 
en segunda edición La primera se efectuó en Buenos Aires 
por la Imprenta de Pablo E Coni en 1875, cuyo rexto es 
reproducido, modernizándose la ortografía con sujeción a las 
disposiciones de la Academia Española 



t XXVIII ] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 

Efí IA BARCA "PUIG" 



AL SEÑOR D JOSE VASCONCELLOS. 

Redactor del "JORNAL DO RECIFE". 



''Señor 

"Cuando el Gobierno de hecho entroni- 
zado en nuestro país, en una época de sub- 
versión y de escándalo , se apoderó de unos 
cuantos ciudadanos, culpables de virtud, y los 
sepultó en la bodega de un buque ruin, que 
debía arroyarlos en las playas mortíferas de 
un país lejano, Ud, movido de hidalgos y 
generosos sentimientos, lleno de simpatía por 
las víctimas, lleno de indignación por los 
verdugos, empleó los más nobles y espontá- 
neos esfuerzos por arrancarlos al infortunio 
de su situación 

"Interpretando hoy el sentimiento de los 
deportados que, a despecho de sus opresores, 
vuelven a respirar las brisas del Plata, y agi- 
tan ya en la patria el pendón revolucionario, 
luchando por la más legítima de las causas 
que puede representar un pueblo — como una 
manifestación de gratitud y de cordial inte- 
ligencia — , dedico a Ud. este opúsculo en que 
Ud hallará imperfectamente trazada, la his- 
toria de aquel atentado nefando, que, no en 
vano, ha merecido el anatema del mundo 
cristiano". 

Buenos Aires, Setiembre 15 de 1875 

Agustín de Vedia. 



[3} 



UNA PALABRA DE INTRODUCCION 



Desde el primer momento en que me vi sepul- 
tado en la bodega de la barca Pmg, con mis demás 
compañeros de infortunio, consumándose así el aten- 
tado que tan honda impresión debía despertar en el 
corazón de la sociedad oriental, y que debía arrancar 
aun el sentimiento de indignación al mundo civili- 
zado, concebí la idea de escribir un día la historia 
de aquella expedición siniestra, a fin de que, como 
un signo permanente de oprobio, se grabara en la 
frente de los verdugos, y fuese anatematizada por 
los hijos de nuestros hijos, que en esa historia apren- 
dieran a considerar con un santo horror los desmanes 
y los excesos de un poder usurpador especie de 
monstruo que esparce en torno suyo las olas de la 
inmoralidad que acaban por envolverle y arrebatarle 
en sus pliegues tenebrosos. 

Intenté, al efecto, llevar un diario de todos los 
incidentes dignos de ser recordados en ei viaje de la 
barca Putg, y aun había empezado a tomar mis notas, 
a falta de otro papel, en las prmieras hojas en blanco 
de uno de mis breviarios políticos VEtat et ses 
limites, de Laboulaye Pero, la circunstancia de ocu- 
parse de la misma tarea uno de mis compañeros de 
infortunio, el Dr D José Pedro Ramírez, me hicieron 
creer que no tenía que esforzarme para llenar un 
vacío que habría sido siempre lamentable, y en cuya 
tarea me llevaba el Dr Ramírez la ventaja de su 
talento y de su indisputable competencia. 

Desgraciadamente, el Dr. Ramírez se limitó a escri- 

{4} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



bir su primera correspondencia, abrazando el primer 
período de nuestra peregrinación, que_ empezaba en 
la prisión de Montevideo y terminaba en el puerto 
de Maldonado Y ninguno de los dos continuó después 
tomando nota de multitud de incidentes que no es 
fácil retener en la memoria, en un viaje tan lleno 
de vicisitudes, en que las impresiones se renuevan 
incesantemente, y en que, las últimas, acaban al fin 
por debilitar o acallar las primeras 

Apercibido más tarde de esa omisión, en el deseo 
de que la historia de la expedición de la barca Pmg 
no se resintiese de ella, arrostrando los inconve- 
nientes indicados, me puse a trazar la memoria que 
doy hoy al público, y que, si carece de detalles 
sepultados en el olvido, es fiel, en cambio, y llena 
de exactitud, en todos los incidentes que abraza. 

Pero, he creído no deber limitarme a trazar aislada- 
mente la relación de la expedición maldita. El aten- 
tado, es cierto, está juzgado en sí mismo, en absoluto 
No hay razones atenuantes para la arbitrariedad y la 
violencia de los Gobiernos Aquello que es brutal, 
temerario e inhumano, sublevará siempre un anatema 
de reprobación, sin que la conciencia indignada nece- 
site remontarse, para apreciar esos hechos, a las causas 
primitivas con que pueden ligarse Pero, hay un gran 
interés histórico y moral en establecer aquellos ante- 
cedentes, en deducir el orden lógico de los aconteci- 
mientos, para que la humanidad recoja la lección 
que de ellos se desprende Importa señalar el origen 
espúreo del Gobierno que consumó aquel atentado, 
para acreditar que esos actos son el resultado infa- 
lible de un orden de cosas subversivo e inmoral 
Importa designar ese origen para salvar a la sociedad 
oriental oprimida de una grave responsabilidad en 



[5] 



AGUSTIN DE VEDIA 



ellos, para reivindicar, en fin, en nombre de las víc- 
timas, la gloria de un infortunio reservado a la auste- 
ridad y a la virtud, en los tiempos en que se des- 
borda el régimen de la usurpación y del terror 
Cediendo a ese orden de consideraciones, he hecho 
un rápido bosquejo de Ja situación del país bajo la 
Presidencia constitucional del Dr D. José E Ellauri, 
Inicióse, entonces, en el país, un movimiento salu- 
dable de ideas, destinado a adquirir más amplios 
desarrollos en el tiempo El ciudadano elevado al 
poder, a mérito de una transacción que chocaba con 
las más sanas aspiraciones del pueblo, no supo res- 
ponder a las exigencias de la época, debido a su 
anómala actitud, sobrevino una crisis política que 
todos veíamos y señalábamos, menos el Gobernante 
que quiso mantener el imperio de su autoridad por 
las más débiles complacencias con los elementos 
personales que amenazaban precipitarlo, como, en 
efecto, lo precipitaron del poder Rebeldes fueron 
contra su legítima autoridad aquellos a quienes quiso 
obligar con las más graciosas concesiones, aquellos 
a quienes cubrió con el manto de su munificencia, 
aquellos a quienes abandonó todos los elementos de 
fuerza en que quiso hacer reposar su seguridad y su 
existencia ¡No de otra manera hubiera procedido 
en el intento nefando de armar a los malos y des- 
armar a la sociedad, debilitando los resortes de la 
opinión, para que un día cavera vencida en el lazo 
de la más inicua reacción 1 Surgió de esa manera, 
casi sin violencia, como una elaboración lógica y 
natural de los sucesos, el motín militar del 15 de 
Enero. Y es el Gobierno nacido en esa usurpación 
criminal el que, por fin, decreta administrativamente 
las prisiones y las deportaciones a la Habana 



£6} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



He querido presentar eslabonados esos hechos de 
dolorosa evidencia, persuadido de que encierran una 
grande y provechosa lección ;Así pudiera ella influir 
en el porvenir de la patria, y contribuir a formar 
el vinculo poderoso de unión de todos sus buenos 
ciudadanos, sin el cual, la reconstrucción y el afianza- 
miento de la nacionalidad oriental será siempre una 
quimera, perseguida y vislumbrada a través de nubes 
de sangre! ¿Así pudiera ella llevar a todos los ciuda- 
danos el convencimiento de que no hay otra política 
salvadora que la que levanta la moral y la ley sobre 
los hombres y los partidos, sin menguadas debili- 
dades, sin indignas contemplaciones, sm peligrosos 
desvíos, sm buscar ni esperar otro concurso que el 
de la opinión honrada del país, que nunca desampara 
a los Gobernantes fieles a su deber y a su mandato* 

En el Océano, a bordo del Cotopaxt, Agosto 18 
de 1875 

Agustín de Vedia. 



t7] 



AGUSTIN DE VEDIA 



I 

La crisis política del I o de Marzo de 1873 presen- 
taba caracteres nuevos y origínales en la historia de 
la República Oriental 

Die2 años de guerra civil, de honda anarquía, de 
dictaduras personales, de profundas perturbaciones 
económicas y financieras, habían producido un doble 
e inevitable resultado habían dado forma a una 
asociación monstruosa de todos los intereses bastardos 
y de todas las pasiones iracundas que crecen y se 
desarrollan en aquel medio excepcional, habían dado 
vida a las asociaciones políticas que se inician en el 
culto de los principios y se retemplan en las severas 
lecciones de la historia 

Los sectarios del régimen personal y arbitrario, des- 
prendidos de los partidos en otro tiempo antagónicos, 
atraídos por el imán de sus pasiones desordenadas, 
componían un grupo informe que se preparaba 
a afrontar la lucha contra las tendencias nuevas y 
reparadoras de la época 

Las asociaciones de principios, duramente aleccio- 
nadas por la esterilidad de sus esfuerzos aislados 
e impotentes, en luchas enervantes y destructoras, se 
disponían a buscar en la esfera pacífica de las insti- 
tuciones, una solución a los complicados problemas 
que ponían a tributo su actividad. 

En ese movimiento de opinión aparecían así frater- 
nizando los ciudadanos honestos de todos los partidos 
políticos, de todos los centros sociales a las mani- 
festaciones de la juventud ingenua y entusiasta, 
uníase la adhesión de los hombres encanecidos en la 

[8} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



labor y en los sacrificios de la pama Depurados 
los partidos eti el crisol de los acontecimientos, 
surgían así, de su seno, con nobles propósitos, dis- 
puestos a echar los fundamentos de la nueva sociedad, 
buscando el vínculo de unión y de solidaridad en la 
práctica de las virtudes republicanas 

El pueblo estaba sediento de verdad y de justicia 
suspiraba por un Gobierno que supiera romper defi- 
nitivamente la cadena de las tradiciones de partido, 
que hiciera efectivas las garantías primordiales del 
hombre y del ciudadano, que administrara la hacienda 
publica con sabia economía y, encerrándose en su 
propia y legítima esfera de acción, amparase el ejer- 
cicio de todos los derechos y libertades, dejando su 
amplio desarrollo a la iniciativa y a la actividad del 
individuo 

Ese gran movimiento de opinión nacional que 
revistió tan inequívocas manifestaciones, había seña- 
lado como candidato genuino del pueblo, a un ciuda- 
dano que prometía llevar al poder, y que hubiera 
llevado sin duda, el contingente de la más leal y 
decidida voluntad en favor de la reorganización 
económica y política, imperiosamente reclamada por 
el país Los elementos adversos a esa candidatura, 
divididos entre sí por intereses y combinaciones pura- 
mente personales, sentíanse de antemano vencidos, 
si no se unificaban en torno de un candidato capaz 
de conciliar sus encontradas pretensiones halláronle 
al fin El Dr D José E Ellaun fue designado como 
la entidad más aparente para dar cohesión a aquellos 
elementos, y, levantado sobre ese pedestal, alcanzó 
la victoria sobre el candidato del pueblo Hay triunfos 
que abochornan, como hay derrotas que dignifican 

La solución de la crisis del I o de Marzo de 1873 



19] 



AGUSTIN DE VEDIA 



dejó así una impresión penosa en el ánima de los 
buenos ciudadanos. Sin darse aún cuenta exacta de 
la situación política que se inauguraba con la presi- 
dencia del Dr Ellaun, en un principio, instintiva- 
mente casi, comprendían que un Gobierno nacido 
de una transacción entre elementos personales, debía 
resentirse de los vicios de su origen 

Difícilmente los hombres que deben su encumbra- 
miento a combinaciones de esa especie, tienen el 
civismo y la independencia de carácter que se requiere 
para emanciparse de todo compromiso y sobreponerse 
a toda consideración que no responda al más puro 
patriotismo y al más elevado interés público 
¿Cómo esperar entonces, del Gobierno del Dr Ellaun, 
la política reparadora y moral que la época exigía 7 
No era otra la reflexión general en los buenos 
ciudadanos, al encararse la solución de una cuestión 
que afectaba los más caros intereses de la sociedad 
oriental 

Sin embargo el Dr D José Ellaun reunía condi- 
ciones personales que podían influir en el desenvolvi- 
miento de su política futura Joven todavía, inde- 
pendiente, por su posición social, de vínculos que 
sujetan a veces a los hombres públicos, antepuesto 
con su asentimiento a un candidato en quien 
estaban cifradas las más caras esperanzas del 
pueblo, elegido no por convicción y entusiasmo, 
sino como un agente necesario para proscribir al 
candidato popular, ^no podría esperarse que, encum- 
brado a tan alta posición, en circunstancias solem- 
nes, sintiese despertarse en su alma la ambición legí- 
tima de unir su nombre a un Gobierno de recons- 
trucción y a una época nueva en la historia política 
de la República? 



{10} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



En posiciones tan eminentes, la ambición personal 
satisfecha, suele abrirse más extensos horizontes. El 
alma se expande en el medio que la rodea, y recibe 
algo como un destello de la vida y de la esperanza 
que germinan en torno Las naturalezas se transfor- 
man al golpe del destino, y las personalidades que, 
en la víspera, apenas se destacaban en la muche- 
dumbre, aparecen grandes entidades, cuando se levan- 
tan en el pedestal que los acontecimientos humanos 
se complacen en elevarles ¿Por qué no esperar, 
entonces, que el Dr Ellaun, comprendiendo su posi- 
ción, se elevara hasta ella, movido de una aspiración 
capaz de borrar las debilidades a que hubiere pagado 
tributo? 

¡Oh, lógica inquebrantable de la justicia 1 

4 Tú enseñas acabadamente que no hay otra línea 
que conduzca al bien fuera de la línea recta, y que, 
cuando en política se ha elegido un camino tortuoso, 
se llega siempre al sacrificio de inmutables principios, 
en aras de intereses meramente transitorios y efímeros 1 

jY cómo no había de ser asp No se inicia una 
política débil y acomodaticia sin desatender razones 
legítimas, sin sublevar la justa resistencia de los 
espíritus sanos, que abrigan la pasión generosa de la 
verdad, en los medios y en el fin, sin alentar y 
fomentar el espíritu de los malos elementos que, 
sintiéndose contemplados, se creen fuertes, doble y 
funesto resultado que acaba por hacer de los Gobier- 
nos, empeñados en esa funesta vía, entidades nega- 
tivas e inconscientes, sin apoyo y sin moral, que 
ruedan un día en la sima que ellos mismos han 
estado abriendo a sus pies, empujados por la fuerza 
que han contribuido a robustecer, sin que su caída 



AGUSTIN DE VED1A 



sea acompañada de otras manifestaciones que la conde- 
nación de los buenos, y el menosprecio de los malos 
jY cómo no había de ser así* La política de verdad 
y de justicia, en el fin y en los medios, sólo choca 
de frente con los intereses bastardos que nunca se 
atreven a afrontar la lucha, a banderas desplegadas 
Hay siempre un resto de hipocresía en el fondo de 
los caracteres depravados, y esa hipocresía, como 
alguna vez se ha dicho, es el tributo que rinde el 
vicio a la virtud Entre tanto, aquella política cuenta 
a su favor el concurso activo de todos los intereses 
honestos que tienden siempre a la radicación de un 
orden social que les prometa las más eficaces garan- 
tías Hay desde entonces, entre gobernados y gober- 
nantes, un vínculo de cohesión que no se quiebra, 
y ante la fuerza moral de que la opinión rodea al 
poder, se debilitan, se dispersan y se disuelven al fin 
las asociaciones que se fundan en intereses personales 
siempre antagónicos, y en cuyo seno, por lo mismo, 
se abriga constantemente un germen de corrupción 
y de muerte 

El Dr Ellaun no quiso oír esa voz que hablaba 
con la doble autoridad de la razón y de la historia 
No supo comprender las exigencias de la época y 
colocarse a la altura de los sentimientos del país 
Quiso gobernar en la paz, en una época que debió 
ser de reparación enérgica en el orden político y 
financiero, con la misma armazón administrativa que 
1c trasmitieron las administraciones desordenadas 
que le precedieron Apenas logró imprimir a sus 
actos un sello de moralidad, porque la moralidad 
administrativa no estriba únicamente en proscribir 
de la esfera del Gobierno las acciones groseramente 
punibles' ella reclama todo un sistema de severa 



{12} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



organización, destinado a producir resultados fecundos 
en la vida de un pueblo. No basta reprimir el delito 
en sus manifestaciones ordinarias es necesario llevar 
al Gobierno, conjuntamente con la voluntad de hacer 
justicia, cumpliendo la ley, el criterio inteligente que 
se requiere para hacer concurrir a esos fines los ele- 
mentos más aptos y más honrados Pero, aun pudiera 
demostrarse que no faltaron bajo el Gobierno del 
Dr Ellaun complacencias exageradas para actos que 
exigían ejemplar represión, si eso no fuera descender a 
detalles inconciliables con el propósito que nos anima 

El Gobierno del Dr Ellaun se sostuvo hasta el 
fin en una inacción y una debilidad que acusaban 
el designio de perpetuar el viejo sistema de la polí- 
tica acomodaticia y de conservar al frente de los 
puestos públicos que requerían mayor competencia 
y moralidad, las entidades negativas y funestas que 
se habían encumbrado en medio del desorden y del 
caos de las contiendas civiles Pugnó por mantener, 
y mantuvo, durante su Gobierno, en plena paz, el 
mismo personal de guerra organizado en una situación 
bélica, y conservó al mando de esa fuerza a los Jetes 
militares que, el primer día de su elevación al Poder 
ofrecieron un ejemplo subversivo de prepotencia, 
poniéndole en el caso de retirar la renuncia que 
acababa de presentar a la Asamblea, bajo la impresión 
del aislamiento en que se halló al entrar en pose- 
sión del mando codiciado» Su política internacional 
no estuvo exenta de errores y las relaciones con los 
Estados vecinos se resintieron en algún caso de ellos 

El país hallábase dispuesto, con todo, a sostener la 
autoridad del Dr. Ellaun, que, aun menos se carac- 
terizaba por el mal que directamente hiciese, que 
por el bien que dejaba de hacer términos que casi 



[133 



AGUSTIN DE VEDIA 



se confunden El país creía entrever en ese Gobierno 
un puente echado sobre el abismo de las guerras 
civiles, y a favor del cual podría llegar más tarde, 
sin violencia, a dar forma a sus más legítimas aspi- 
raciones Así es que los más graves cargos que se le 
han dirigido, han reconocido su ra¿ón y su funda- 
mento en la ceguedad y en el extravío del manda- 
tario que no veía que, contemplando las malas 
influencias, fortificaba su causa, a la vez que debili- 
taba y enervaba el sentimiento de los ciudadanos dis- 
puestos a cooperar al desarrollo de una política 
franca y reparadora 

Las previsiones desgraciadamente, se cumplieron 
El gran crimen del 15 de Enero fue precedido de 
hechos sangrientos que anunciaban y preparaban un 
resultado oprobioso El 10 de Enero, en derredor 
de las urnas electorales destinadas a consagrar el más 
hermoso triunfo de las instituciones, los represen- 
tantes grotescos del elemento viciado que arrojan de 
sí los partidos que aspiran a la dignificación del 
país, hombres de siniestra nombradla en el crimen, 
armados de trabuco y de puñal, se lanzaron sobre 
el pueblo congregado pacíficamente, mancháronse 
en la sangre generosa de jóvenes distinguidos, bella 
esperanza del porvenir nacional, y allí, a diez pasos 
de la autoridad oficial, en aquel centro de la culta 
ciudad, ¡ensañáronse sobre sus víctimas inermes, y 
desnudaron sus cadáveres, aún tibios y palpitantes 1 

Las fuerzas de la autoridad acudieron, al fin, al 
teatro de los crímenes, pero acudieron a amparar a los 
asesinos contra la cólera del pueblo. ¿Y el Presi- 
dente de la República? ¡Ah' El Presidente, din- 



[14] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



giéndose al pueblo atónito, en un manifiesto solemne, 
atribuía aquella provocación sangrienta arrojada a la 
sociedad, aquella confabulación siniestra de los ele- 
mentos del crimen contra un movimiento generoso 
de opinión, en que fraterni2aban todos los partidos, 
¡a la exacerbación de las pastones políticas r 

¡Los hechos ulteriores debían encargarse de revelar 
a ese mandatario toda la ceguedad y la insensatez 
de sus actos, destinados por desgracia a pesar, más 
que sobre su cabeza, sobre los destinos de la patria 
desventurada 1 

"El motín militar, hijo de una traición largamente 
incubada, que empieza por secundar la obra de las 
hordas del 10 de Enero; que pretende, en seguida, 
imponer al Presidente de la República el encumbra- 
miento de los cabecillas de esas hordas, al fin, en 
una noche de insensatez y de oprobio, en nombre 
de la fuerza bruta, invocando sólo el poder de mil 
quinientas bayonetas, confiadas a manos mercenarias, 
declara a faz de la República y de las naciones 
extranjeras, que han caducado los poderes constitu- 
cionales y que el país tiene un dictador soberanamente 
elegido por la voluntad de cuatro jefes oscuros" 8 

¡Léase una vez más ese documento ignominioso, 
página de baldón que ha de encabezar el proceso 
que la sociedad debe formar un día a los que han 
inferido tan sangriento ultraje a los dogmas de un 
pueblo libre, a los usurpadores de la soberanía 
nacional, a los que han traficado vilmente con el 
honor militar! 



• Manifiesto de loa orientales proscriptos 



[15] 



AGUSTIN DE VEDIA 



Señor D Pedro Várela. 

Reunidos los abajo firmados con motivo 
de los acontecimientos que acaban de tener 
lugar, y que son de pública notoriedad, hemos 
determinado lo siguiente los jefes de los 
cuerpos reunidos hemos resuelto nombrar 
como gobernador provisorio al ciudadano 
D Pedro Várela, el cual esperamos sabrá 

RESPONDER A LA CONFIANZA QUE EN ÉL DEPOSI- 
TAMOS EN NOMBRE DEL PAÍS A CUYOS INTERESES 
Y ASPIRACIONES LEGÍTIMAS OFRECEMOS NUESTRO 
MÁS DECIDIDO CONCURSO 

Montevideo, Enero 15 de 1875 

Miguel A, Navajas - Lorenzo Latorre 
Casimiro García - José Etcheverry 
Angel Casalla - Plácido Casariego 
Zenón de Tezanos 

Jamás se ostentó tanta impudencia a la fa2 de un 
pueblo culto Un motín de cuartel, derrocando las 
autoridades constituidas por el sufragio popular, 
media docena de jefes subalternos, sin formalidad 
alguna, sin representar otra cosa que la traición, sin 
contar con otro concurso que el de los mercenarios 
cuyo mando les confió la autoridad legal, levantando 
sobre las rumas de todo orden constitucional, un 
nuevo Gobierno hecho a su imagen y semejanza' 

Ese Gobierno, impuesto por la violencia y la 
traición, apoyado solo en las bayonetas militares, 
debía temer naturalmente las resistencias que iban 



[16] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



a oponer a su paso los derechos y los intereses legí- 
timos amenazados de muerte, y más lógicamente aún, 
debía disponerse a contrarrestar esa oposición por 
medidas tan odiosas como incalificable era su origen 
Sus armas tenían que ser las medidas preventivas y 
arbitrarias, las penas discrecionales, la violación de 
todos los preceptos tutelares de la justicia que tienen 
su expresa y explícita consagración en la ley, 

Y ese Gobierno ha lanzado a la República en la 
pendiente de los más brutales excesos, y ha hecho 
pesar sobre el país una crisis general, del más vasto 
alcance, y que ha de afectar hondamente, en sus 
consecuencias, el porvenir económico de la sociedad 

Y bajo la presión de las medidas execrables de 
ese Gobierno han caído los ciudadanos que designara 
la mano criminal de los usurpadores, para purgar el 
delito de su conciencia honesta y de sus firmes y 
generosas convicciones 

Esos antecedentes incontrovertibles, de tan ruidosa 
publicidad, explican el gran atentado que arrancó 
últimamente al mundo civilizado una protesta elo- 
cuente. La política del Dr Ellaun, que nunca se 
explicará de una manera plausible, atrajo hacia su 
Gobierno, con un desacierto admirable, y mantuvo 
organizados y compactos, a los elementos más apa- 
rentes para precipitar al país en las sangrientas 
orgías de Enero Y del Gobierno nacido del escan- 
daloso motín militar, no podían surgir sino medidas 
tan inicuas como la deportación a la Habana de los 
ciudadanos orientales, arrojados en la bodega de la 
barca Putg, de tan odiosa celebridad 

Si la historia debe condenar enérgicamente a los 
autores del motín militar que dio en tierra con las 
autoridades constituidas, no menos severa debe ser 

U7] 



4 



AGUSTIN DE VEDIA 



para juzgar al mandatario que, después de haber 
acumulado, durante su Gobierno, los elementos disol- 
ventes que debían arrastrar aquella situación, perma- 
neció sordo a la voz de su país y no tuvo, siquiera, 
el valor de sucumbir, como un soldado de honor, al 
pie de su bandera 

II 

La correspondencia del Dr. D. José P. Ramírez, 
a que nos hemos referido al principio, abraza dete- 
nidamente el período de nuestra peregrinación, que 
se abre en la cárcel de Montevideo y termina en el 
puerto de Maldonado Sin perjuicio de consignar 
más adelante nuestras impresiones sobre los hechos 
capitales a que aquella correspondencia se refiere, 
vamos a reproducirla en seguida No es necesario 
que acometamos la tarea de hacer la narración que 
el Dr Ramírez ha anticipado, ni debemos dejar 
incompleto este opúsculo, a título de la publicidad 
que ha alcanzado ya aquel interesante relato, sobre 
el cual habríamos suprimido, si tuviésemos el derecho 
de hacerlo, diversas apreciaciones que no hacemos 
nuestras, y especialmente las que se refieren a nuestra 
personalidad 

Dejamos ahora la palabra al Dr Ramírez: 

Estamos a 14 de Marzo, a 300 leguas más o menos 
de Montevideo, y recién me es dado realizar el propó- 
sito que formé desde el día de nuestro violento des- 
tierro, de consagrar algunas líneas, día por día, a los 
ciudadanos que desde la patria nos siguen con la 
vista del alma, en este viaje inesperado, víctimas de 

C18) 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



una de esas injusticias que sólo pueden cometerse 
en el desborde de las más ruines pasiones personales. 

Un viaje no ya a la Habana, pero ni siquiera 
a Europa o a los Estados Unidos, era algo que no 
entraba en mis cálculos, ni en mis aspiraciones, ni 
en mis sueños* 

Será limitado el horizonte de mis vistas, pobre 
nu espíritu, pequeño mi corazón, pero la verdad es 
que las fronteras reducidas de mi país y el estrecho 
círculo de las afecciones íntimas que como el sol 
y el aire ha concedido Dios a todas y cada una de 
sus criaturas, colmaron en todo tiempo mis aspira- 
ciones de hombre y de ciudadano. 

Un viaje de recreo y de instrucción, realizado en 
las mejores condiciones, preparado con anticipación, 
sin violencia, sin vejámenes, sin mortificaciones ni 
perjuicios morales y materiales, habría sido para mi 
espíritu en todo tiempo un suceso de gravísima tras- 
cendencia, una contrariedad que difícilmente habrían 
podido compensar los halagos y los encantos que, 
sin duda, brindan a manos llenas la Europa con los 
prodigios de su civilización secular, y la América del 
Norte con los ejemplos edificantes y provechosas lec- 
ciones de sus inconmovibles instituciones republicanas. 

Cuando alguna vez fatigado de alma y cuerpo, 
agobiado por el peso de los desencantos de una lucha 
política de 15 años, desapiadada y sin tregua, he 
sentido la necesidad de tranquilidad y descanso impo- 
sible en el seno de la patria a cuyas horas felices 
o adversas vinculé mi existencia desde temprana 
edad, no ha cruzado por mi mente la idea de inter- 
poner la inmensidad del Océano y pedir a la embria- 
guez de las impresiones tumultuosas, en lejanas tierras, 



[19] 



AGUSTIN DE VEDI A 



el olvido de las afecciones morales que agobiaran 
mi espíritu 

Si tuviera que vivir ausente de mi país por algún 
tiempo, en razón de destierro voluntario o impuesto, 
yo fijaría mi residencia en alguna de sus fronteras 
solitarias desde donde me fuese dado seguir hora por 
hora, momento por momento, las evoluciones verti- 
ginosas a que sus hijos extraviados han condenado 
a esa eterna mártir, ya que no me fuese posible 
acompañarla en el desenvolvimiento armónico de sus 
hermosas instituciones y de sus cuantiosos elementos 
de bienestar y de progreso 

Con estas ideas y bajo estas impresiones que no 
será extraño se tomen por algunos, por un giro 
romántico de imaginación, en una época de impon- 
derable egoísmo y singular descreimiento, es fácil 
alcanzar bajo cuáles impresiones me es dado cruzar 
el Océano por primera vez 

El viaje no es de paseo ni de instrucción, ni 
a Europa ni a Estados Unidos 

El viaje es un viaje político a la Habana realizado 
por algunos ciudadanos, que de la noche a la mañana, 
son arrancados por la fuerza del seno de sus familias, 
arrebatados a sus tareas ordinarias, sustraídos a sus 
compromisos de crédito y de honor, embarcados en 
un buque de vela, sumergidos en una lóbrega y sucia 
bodega, y enderezados a la Habana bajo segura cus- 
todia y centinelas de vista. 

Esos ciudadanos no saben hasta ese momento por 
orden de cuál Juez fueron reducidos a prisión y en 
virtud de cuál sentencia fueron condenados a una 
de las penas más graves, pena que se ha rodeado 
estudiosamente de las circunstancias más vejatorias 
y mortificantes. 



[20] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



Como es notorio, esos abusos de autoridad, estos 
atentados inauditos no son una completa novedad 
en mi país, Bajo el dominio de los gobiernos de 
partido que se han sucedido de 1852 hasta 1872 
se han dado ejemplos repetidos de "destierros admi- 
nistrativos'' que en ningún caso y bajo ningún prin- 
cipio se encuadran en el régimen constitucional que 
el país adoptó desde su emancipación; pero el aten- 
tado no había revestido aún las circunstancias agra- 
vantes y odiosas de que ha querido revestírsele esta 
vez En 1855, en 1858, en 1861, en 1863, en 1869 
y 1871 hubo prisiones de Estado y destierros admi- 
nistrativos, pero los gobiernos de esas diversas épocas 
se limitaron a aprehender a los ciudadanos sm forma- 
lidad alguna legal y a extrañarles del país por su 
soberana voluntad, dejando a los desterrados el 
derecho de dirigirse donde mejor les conviniese, y 
de fijar su residencia allí donde les fuese posible 
conciliar los medios de subsistencia y atender a sus 
familias e intereses en la patria* 

Hoy el Gobierno de D Isaac de Tezanos ha creído 
que eso no era bastante, ha querido hacer gala y 
ostentación de su desprecio por las leyes, de su 
reacción contra las sanas ideas que se propagaban 
con éxito desde la paz de Abril de 1872, de su reso- 
lución firme de inmolarlo todo, derechos individuales, 
nociones de justicia, respetos sociales, opinión pública, 
en aras de una invocación de partido explotada con 
tanta habilidad como cinismo, y ha practicado con 
una quincena de ciudadanos un acto de verdadera 
piratería, sin más propósito que poner de manifiesto 
la medida de su poder y de su audacia, a la vez 
que el enervamiento de la opinión pública y la 
postración de los elementos honrados que resistir 



[21} 



AGUSTIN DE VEDIA 



debieran tamaños atentados, tamaños vejámenes, 
tamaña desvergüenza. 

Cruel decepción que nadie esperaba por cierto. 

Sincera en muchos era la creencia de que la paz 
de Abril había puesto termino al período ignomi- 
nioso de nuestras guerras civiles, pero universal el 
convencimiento de que no volverían a conculcarse 
ciertos principios fundamentales en favor de los 
cuales habían reaccionado aun los elementos mas 
recalcitrantes de los diversos partidos, y círculos alter- 
nativamente verdugos y víctimas, proscriptores y 
proscriptos. 

Elegido diputado después de la paz de Abril, mi 
primer cuidado, casi mi única preocupación, fue 
aprovechar aquella reacción generosa, para hacer oír 
en el recinto de la legislatura los acentos más airados 
contra esos atentados a la segundad individual, contra 
la absorción de la individualidad humana, verdadero 
soberano de las democracias, por la personalidad pre- 
potente del Estado, resabio inveterado de nuestia edu- 
cación colonial, que menguados políticos han perpe- 
tuado a despecho de la propaganda más inspirada 
y de las resistencias más enérgicas — concluyendo 
por formular un proyecto de ley en el cual decla- 
raba limitado el art 81 de la Constitución por el 
143 — , vale decir que se declaraba abusiva y cri- 
minal la interpretación práctica que se había dado 
a aquel artículo y a favor de la cual los Gobiernos 
se habían creído autorizados para reducir a prisión 
y desterrar a los ciudadanos, usurpando las funciones 
del Poder Judicial. 

Mis amigos y yo apuramos todos los recursos de 
la oratoria para fulminar los actos vandálicos que 
a favor de esa interpretación criminal del art 81 



[22] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



de la Constitución se habían perpetrado en diversas 
épocas, y siguiendo los preceptos de la jurisprudencia 
penal que aconsejan agravar el rigor de la pena 
cuando un delito se ha hecho demasiado frecuente, 
propusimos la aplicación de penas severísimas no 
sólo contra los autores principales, sino también 
contra los cómplices y coadyutores de medidas admi- 
nistrativas tan atentatorias y brutales. 

Y a la verdad que si los ciudadanos de un pueblo 
libre no se preocupan de garantir la libertad indi- 
vidual, de colocarla bajo la égida exclusiva de la 
ley, y a cubierto de la prepotencia gubernativa, su 
rol se extingue, para dar lugar al siervo de la antigua 
organización social, resorte pasivo y abyecto de com- 
binaciones bastardas, vejatorias del destino del hombre 
y de los planes visibles del Creador. 

En esa Legislatura tenían asiento dos Ministros del 
actual gobierno de Montevideo, D José C. Busta- 
mante que escuchaba sin desplegar sus labios aquella 
reacción bendita, contra actos por él mismo perpe- 
trados en época no remota y con reiteración criminal, 
y D> Isaac de Tezanos que concurría con su palabra y 
su voto a la sanción de la ley que había de ser el 
primero en conculcar pocos meses después, excediendo 
en descaro y audacia a cuantos le precedieron en 
esa vía criminal 

Ha llegado hasta nosotros el rumor de que la 
opinión pública descarga toda la responsabilidad de 
la medida contra D Isaac de Tezanos y D Lorenzo 
Latorre, pretendiendo que D José C Bustamante no 
ha suscrito de buen grado. 

;Puede ser eso cierto, pero, la verdad es que tra- 
tándose de medidas de esa gtavedad no se atenúa 
la responsabilidad con protestas privadas y que es 



{23} 



AGUSTIN DE VBDIA 



bien triste para la celebridad de ese ciudadano que 
jamás su presencia en el poder, participando de él 
en primer o segundo término, haya dejado de hacerse 
sentir por atentados inauditos contra la segundad 
personal de sus conciudadanos 1 

Y tómese nota todavía de otra circunstancia digna 
de tenerse en consideración para juzgar a los hombres 
que se apoderaron del poder a favor del motín del 
14 de Enero 

Ese resto de la Legislatura, ese vestigio de la 
pasada constitucionahdad con que ha querido cubrir 
la deformidad del Gobierno del 14 de Enero es la 
misma Legislatura que dictaba la ley interpretativa 
del art, 81 de la Constitución declarándolo limitado 
por el 143; esto es, estableciendo que en ningún 
caso puede el P E* hacer otra cosa que aprehender 
a los ciudadanos, en el caso de conmoción interior 
o ataque extenor pero a condición de pasarlo a su 
juez competente dentro de 24 horas. 

El Presidente de una de esas Cámaras, el Dr D 
Ambrosio Velasco que alguna vez fue víctima de los 
atentados del poder, evocó esos recuerdos, reavivó sus 
mal acallados odios, fulminó anatemas y nos excedió 
a todos en su celo patriótico por las garantías 
individuales 

¿Qué actitud ha asumido esa Legislatura en pre- 
sencia de las prisiones y destierros inquisitoriales 
perpetrados el 24 y 25 de Febrero último 5 

El 26 cuando ya estaban deportados 15 ciudadanos 
con violación de la Constitución y de las leyes, la 
Cámara de Representantes celebraba sesión y la sesión 
corría según sus trámites ordinarios sin que una voz 
se levantase para pedir cuentas al gobierno de sus 
atentados y violencias. 



[24J 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



Algunos diputados, cediendo tal vez a un resto de 
pudor, no asistieron a la sesión, pero el celo patrió- 
tico de mi amigo Echevarría se encargó de fulminar 
ese movimiento generoso en algún alma honrada 
pero débil, increpando la inasistencia en momentos 
de supremo peligro para la patria y reclamando para 
los inasistentes la aplicación de las penas del 
reglamento 

Estoy siempre dispuesto a creer lo mejor de los 
hombres, pero hay signos tan característicos en la 
situación que se ha creado en mi pobre país, que 
no conservo esperanza alguna de que las llamadas 
Cámaras Legislativas pongan freno a los desbordes 
del Gobierno. 

iCómo esperarlo de unas Cámaras que han presen- 
ciado impasibles la clausura de las imprentas, que 
han visto establecerse la censura previa para la prensa, 
subordinada en absoluto a la tutela policial, sin pre- 
ocuparse en lo más mínimo de un acontecimiento 
sin precedentes aun en las épocas más aciagas para 
las libertades públicas' 

Aislados en el Océano, es un misterio para nosotros 
lo que pasa en el seno de la patria 

Recuerdos amargos, presentimientos tristes, decep- 
ciones crueles, es cuanto domina nuestro espíritu 

Quiera el cielo que las primeras noticias que nos 
lleguen restablezcan nuestra moral abatida, den un 
matiz menos siniestro a nuestros recuerdos y presten 
aliento varonil a nuestras esperanzas 

Si fuera posible que se realizara una aberración 
tan estupenda, yo desearía que los atentados que se 
cometen en mi país se convirtieran en gajes de paz, 

[25] 



AGUSTIN DE VEDIA 



de libertad y de progreso, bajo las inspiraciones de 
la reacción nacional que ellos justifican y provocan. 

» * * 

Como se comprenderá, las impresiones que domi- 
nan mi espíritu remontan más allá del viaje que 
vamos realizando Las más fuertes tienen su origen 
en sucesos anteriores que han dejado en él una huella 
difícil de borrarse. 

El 24 de Febrero, desde las primeras horas del 
día, empezó a circular el rumor de que el Gobierno 
tenia los hilos de una conspiración que se tramaba 
y que procedería a practicar numerosas prisiones 

Yo, por mi parte, estaba tan extraño a lo primero 
como ignorante de lo segundo 

Después del arreglo de la Florida y de la reso- 
lución tomada por el Dr Ellaun de ausentarse para 
Buenos Aires, consideré la situación definida, y que 
por el momento, la abstención más absoluta era la 
línea de conducta que el patriotismo aconsejaba 
seguir a todos los ciudadanos que habían condenado 
y condenaban el motín del 14 de Enero, y los hechos 
notorios que fueron su consecuencia inmediata 

Sé que estas opiniones, de que no hice un mis- 
terio me han valido severas censuras, pero, la verdad, 
es, que no me han preocupado en lo mínimo y que 
no tengo sino porque confirmarme en ellas. 

La impaciencia, el despecho, la ira, sentimientos 
a que he pagado tributo en más de una ocasión, 
empiezan a perder su imperio sobre mi espíritu; y 
no es sino con íntima satisfacción que en esta crisis 
solemne me he sentido dueño de mí mismo, capaz 
de afrontar una situación que interesaba y sublevaba 
todas mis pasiones de hombre y de ciudadano, bajo 



{26] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



el solo punto de vista del patriotismo y de ks bien 
entendidas conveniencias del país. 

Pero, sea de esto lo que fuere, la verdad es que 
en mi concepto, el momento solemne de crisis había 
pasado y que yo compañía todo mi tiempo y absorbía 
toda mi atención entre las exigencias de mi estudio 
y los cuidados de uno de mis pequeños hijos grave- 
mente enfermo. 

El 24, día de las prisiones, vme de mi quinta un 
poco tarde (de diez a diez y media de la mañana). 
A las doce del día más o menos, tuve la primera 
noticia de los rumores que circulaban, y fue mi 
particular amigo el señor don Mauricio Llamas quien 
me las transmitió 

Mi contrariedad fue grande* y sobre el particular 
cambiamos algunas ideas con el señor Llamas, lamen- 
tando que a todos los males y peligros de la situación 
se agregase la alarma de la inseguridad individual 
- Más tarde tuve la confirmación de estos rumores 
por vanos conductos, y por fin a las 4 de la tarde 
supe de una manera evidente que se había dictado 
orden de prisión respecto de treinta y tantos ciuda- 
danos y que había sido comunicada a la Policía 

Era la hora de retirarme para mi quinta y aunque 
tenía el coche a la puerta, demoré efectuarlo a fin 
de que, si la orden me comprendía, se evitase a mi 
familia la sorpresa y el disgusto de una prisión efec- 
tuada en horas de la noche y tal vez con aparato 
y estrépito 

Mientras así esperaba que se me viniera a aprehen- 
der, yo, el gran criminal complicado en conspira- 
ciones tenebrosas, según las notas oficiales que han 
visto la luz pública, llegó el señor don Ézequiel 



[27] 



AGUSTIN DE VEDIA 



Pérez a pedirme en nombre del señor don Carlos 
Navia que tuviese la bondad de pasar por su Banco. 

Fui al punto con el señor Pérez; y como el señor 
Navia, después de haberme consultado sobre sus 
asuntos, me pidiese que le preparara un escrito para 
presentar al día siguiente a primera hora al Juez de 
Comercio, le observé que bien pudiera suceder que 
de allí me llevaran a la cárcel y que no pudiese 
realizar su deseo 

El señor Navia me propuso que me quedase en su 
casa, pero yo rechacé sus ofrecimientos, garantién- 
dole al fin que, aunque me llevasen preso al salir 
del Banco, en la cárcel le prepararía su escrito y lo 
tendría a la hora convenida. 

Mis presentimientos, que de cierto no acusan mi 
criminalidad, porque se fundaban en la lógica de los 
antecedentes y en el conocimiento de los hombres, 
se confirmaron. 

Apenas había llegado yo a mí estudio, cuando se 
presentó un comisario de policía a significarme que 
tenía orden del señor jefe político, de conducirme 
al departamento 

Pasé a mi mesa escritorio escribí cuatro líneas 
exponiendo lo que sucedía y acompañé al comisario 
hasta el departamento de policía 

Una vez allí se me detuvo un momento en la 
comisaría de órdenes, mientras el comisario pasaba 
al despacho del jefe a dar cuenta de su comisión, 
según debe suponerse. 

El comisario volvió y me hizo pasar a una pieza 
situada en los altos del edificio y frente por frente 
con la pequeña capilla en que se celebran los oficios 
del catolicismo en favor de los presos comunes, allí 
me encontré con D Agustín de Vedia, D Juan José 



[28J 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



de Herrera, D. Julio Herrera y Obes y los cuatro 
hermanos Flores. 

Antes de continuar esta prolija relación, debo 
explicar cómo y por qué sin padecer achaques de 
egomanía me he detenido en el modo y forma como 
se verificó mi prisión. 

Cualquiera que haya leído las notas oficiales res- 
pecto a este suceso y las versiones de la prensa oficial, 
se habrá imaginado que, merced a la suspicacia y 
actividad desplegadas por el Gobierno y sus dele- 
gados, se ha tomado mfragantt delito o poco menos 
a una multitud de ciudadanos que conspiraban contra 
las instituciones, y que daban por base de sus trabajos 
un atentado criminal contra la vida de los prohombres 
de la situación, pero cuando se sepa que cada uno de 
los ciudadanos aprehendidos lo ha sido con conoci- 
miento anticipado de lo que debía de suceder y hasta 
han facilitado todo el hecho de su prisión, se ha de 
comprender que esos ciudadanos en todo pensaban 
menos en conspiraciones tenebrosas, si bien es notorio, 
que algunos de ellos se encontraban poseídos de una 
exaltación extrema, tan justa como motivada, respecto 
de los hombres y de la situación fundada sobre la 
base del motín y la traición 

Ya he referido cómo fui yo reducido a prisión 

Véase cómo se aprehendió a los demás. 

Los hermanos Flores fueron aprehendidos en el 
Cementerio, haciendo parte del cortejo fúnebre de 
la Sra. viuda de D, José Esteves, de 4 Vi a 5 de la 
tarde 

D. Juan José de Herrera fue detenido a la misma 
hora al salir de la imprenta de La Democracia, 
e invitado a pasar al Departamento de Policía por 
indicación del señor Jefe Político 



(29) 



AGUSTIN DE VED1A 



D. Agustín de Vedia fue solicitado en su casa 
e invitado en los mismos términos 

En los mismos términos fue solicitado también en 
su propia casa, a las anco de la tarde Julio 
Herrera y Obes 

Julio Herrera preguntó al Comisario si era una 
invitación del Jefe Político para pasar a su despacho 
la que le comunicaba o una orden de prisión 

El Comisario contestó que no podía afirmar una 
cosa ni otra y Herrera y Obes replicó que fuese a 
averiguarlo, porque si se trataba de una invitación 
no la aceptaba porque m tenía nada que hablar con 
el Jefe Político m deseaba verlo 

El Comisario se retiró y volvió al cuarto de hora, 
intimándole orden de prisión Julio Herrera, que, en 
la tenebrosa conspiración, si no jugaba el rol de 
Bruto por lo menos tendría el de Casio, dispuso, 
pues, de tiempo más que suficiente para poner en 
salvo su cabeza, pero, en vez de eso, se entregó como 
un manso cordero 

Don Aureliano Rodríguez Larreta fue aprehendido 
a las nueve de la noche en la puerta de su casa, 
cuatro horas después de estar asegurados los cabe- 
cillas y cómplices de la conspiración 

Don Anselmo E Dupont lo fue más tarde todavía 
Durante toda la primera noche paseó como de cos- 
tumbre por toda la calle 25 del Mayo, estuvo en el 
Club y en otros sitios públicos y recién a las 10 Vi 
de la noche fue tomado en su propia casa 

Grande debe ser la entereza de alma de este joven 
de 20 años que así simulaba una tranquilidad estoica, 
mientras que sus íntimos amigos, los señores Flores 
habían sido cogidos en la red hábilmente preparada 



130] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



por la Policía, para que uno solo de los conspiradores 
no lograse escapar a su discreta actividad. 

Don Cándido Robido fue sacado de su casa a las 
1 1 Vi de la noche por el comandante de Serenos 
Robido dormía tranquilamente a esas horas, no por 
cierto porque ignorase lo que sucedía, pues estaba 
en mi estudio cuando yo recibí aviso cierto de que 
se efectuarían prisiones en el día y a él le supliqué 
que comunicase lo que ocurría a mi padre político, 
hermanos y amigos 

Don Osvaldo Rodríguez fue tomado con su se- 
ñora a las 9 Vi de la noche Hasta esa hora había 
recorrido las calles inquiriendo noticias de sus ami- 
gos presos, había estado en el Club y en otros para- 
jes públicos y había regresado a su casa, donde tomó 
a su señora para concluir la noche como de costum- 
bre en casa de sus padres. 

Mi hermano Octavio fue traído al Cabildo a las 
siete y media u ocho de la noche, habiéndose presen- 
tado él personalmente a la Comisaría del Cordón, 
para evitar que apareciesen personas armadas en su 
casa. Así procedió porque tuvo aviso de que el 
Comisario de aquella sección se preparaba para venir 
a buscarlo, 

D Juan R. Gómez, por fin, fue tomado en su casa 
quinta del Paso del Molino a la 1 de la mañana 
del día 25, habiéndose retirado a ella después de 
conocer las prisiones efectuadas, algunas de las cua- 
les presenció personalmente en la t?rde del 24. 

Por Jas súplicas de la Sra esposa del Sr Gómez, 
el Comisario Polidoro Fernández consintió en aplazar 
la ejecución de su comisión hasta después de ama- 
necer el día. 



{31] 



AGUSTIN DE VEDIA 



Si no hubiese otros antecedentes y otros medios de 
dejar evidenciada la verdad de las revelaciones ofi- 
ciales respecto de la célebre conspiración, el conjunto 
de estos hechos sería bastante para poner en trans- 
parencia la inicua farsa que se ha hecho y la per- 
versidad del desenlace que se le ha dado. 

Durante la noche del 24 y la madrugada del 25, 
fueron llegando pues, los ciudadanos a que acabo de 
referirme, debiendo agregar a éstos el nombre del 
Sr D J P Caravia 

Allí estábamos sin saber hasta dónde llegaría el 
número de amigos a quienes cabría la suerte de 
ocupar un lugar en la cárcel pública, pues no tenía- 
mos dato alguno para suponer quiénes estarían 
comprendidos en la lista de proscripción remitida a 
la policía, y la presencia de los ciudadanos que iban 
llegando nos desorientaba cada vez más 

Aquellos ciudadanos eran sin duda aprehendidos 
por sus opiniones conocidas y notorias de hostilidad 
al nuevo orden de cosas, y en idéntico caso se encon- 
traban un centenar de ciudadanos notables 

Pero lo que nos causó verdadero asombro, fue 
encontrar entre nosotros al Coronel Don Fortunato 
Flores y al Señor Senador Don Juan P Caravia, 
cooperador importante el primero, del movimiento 
militar del 14 de Enero, agente confidencial del 
Gobierno pocos días antes, y uno de los Senadores, 
el segundo, que había rendido pleno homenaje a la 
nueva situación. 

Cuál significado podría tener la prisión de estos 
dos ciudadanos, fue objeto durante toda la noche de 
nuestras cavilaciones y comentarios. 

Hoy mismo yo no alcanzo a explicarme esa 
conmixtión de individualidades políticas de tan di- 



132} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



versa significación, y me inclino a creer que no es 
sino el efecto del régimen de la arbitrariedad tan 
fecundo en extravagancias de todo género, a no ser 
que como lo han pensado algunos de mis compa- 
ñeros, se haya querido significar con la prisión y 
destierro del coronel Flores que ni a los propios corre- 
ligionarios les es permitido la menor disidencia ni 
la mas ligera censura, y con la prisión del señor 
Caravia que ni las inmunidades de Senador y Dipu- 
tado los escudará de la cárcel o destierro si en el 
seno de eso que llaman legislatura se permiten poner 
obstáculo a la marcha omnisciente y omnipotente 
del Gobierno Henos pues, después de una lucha 
desapiadada en que se han hecho tan abnegados 
esfuerzos y en que se han sacrificado tan nobles 
víctimas, por gaiantir a los ciudadanos siquiera el 
hogar tranquilo e inviolable, la libertad personal, el 
derecho de vivir en la patria, condenados a recomen- 
zar la tarea de propaganda y de acción, pues insen- 
sato sería suponer que la violencia y el terror tendrán 
la virtud de avasallarlo todo 

Por mi parte, declaro que jamás mis esfuer20S en 
la prensa convergieron a otro objeto, y que sólo una 
reacción llevada hasta ese extremo criminal, podría 
retemplar mi espíritu y prestarme aliento para reco- 
menzar una jornada en que he dejado en pedazos 
el corazón, y en que he visto alguna vez desconocida 
hasta la sinceridad de mis patrióticos propósitos. 

Las luchas de parado y de círculo, de buenos o 
de malos gobiernos no me encontrarán ya en las 
primeras filas, pero las luchas en que se encuentren 
comprometidas las libertades publicas y las garantías 
individuales, imponen a los ciudadanos deberes de 
que yo no desertaré jamás, 

[33} 



5 



AGUSTIN DE VEDIA 



# # « 

Desde luego, nos fue sobremanera agradable encon- 
trarnos todos reunidos, y ia verdad sea dicha, en una 
pieza que para prisión de Estado podía decirse con- 
fortable Era espaciosa y estaba aseada, lo que no ha 
sucedido siempre que idénticas arbitrariedades han 
llevado a otros ciudadanos a la cárcel 

¡Ojalá pudiera en la oportunidad debida decir 
otro tanto de la bodega en que vamos haciendo la 
travesía del Océano 1 

Pero luego que pudimos reflexionar sobre nuestra 
situación, aquella circunstancia que tan grata fue a 
nuestra inclinación natural a la sociabilidad nos 
pareció de siniestro augurio 

Sí se nos hubiese de someter a juicio como en 
cualquier caso correspondería, nos dijimos, no se nos 
permitiría la comunicación, al menos mientras no se 
nos tomasen las primeras declaraciones, y todo lo 
que no fuese seguirse el camino recto, el trazado por 
las leyes fundamentales del país, que en esa materia 
no son sino la expresión de ios principios umversal- 
mente reconocidos, importaba someternos al imperio 
de la arbitrariedad 

La arbitrariedad en materia de derechos indivi- 
duales, de libertad personal, de garantías para la 
inocencia, de merecida represión para el crimen, es 
el mayor de los atentados que puede cometerse y el 
régimen más irritante que puede infligirse a los 
ciudadanos de un pueblo libre 

Pensamos, pues, y en ello hacíamos demasiado 
honor a los hombres del gobierno, que, como en 
otras ocasiones, se nos mantendría en prisión por 
algunos días, tal vez por un mes y un día se nos 



{34Í 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



pondría en libertad del mismo modo que se nos 
había reducido a prisión, pero lo que no nos imagi- 
nábamos era que mientras así discurríamos, el Go- 
bierno buscaba un buque que llevara bandera orien- 
tal, cualesquiera que fuesen sus condiciones, para 
apoderarse de él, a título del precepto constitucional 
que autoriza la expropiación de la propiedad particu- 
lar por causa de utilidad pública, colocaría a su bordo 
fuem armada y prolongaría nuestra prisión en el 
Océano, a toda clase de riesgos de vida, con aban- 
dono y ruma de nuestros intereses y con cargo de 
arrojarnos un día en las inhospitalarias playas de la 
Isla de Cuba 

Así estaba, sin embargo, decretado, por más que 
nosotros lo ignorásemos, y como lo ignorábamos, no 
dábamos toda su importancia al suceso inesperado 
que nos reunía en el Cabildo, y nos obligaba a pasar 
algunas horas de agradable y amena sociedad 

Así transcurrieron, en efecto, las primeras horas 
de la noche, y en cuanto a mí declaro que, a no 
turbar de vez en cuando en mi espíritu, el recuerdo 
de un hijo idolatrado como todos los hijos, que 
reclamaba a todas horas mis paternales cuidados, 
habría pasado una noche agradabilísima Nuestra 
propia solicitud nos había proporcionado una ligera 
comida del Hotel Haune, y la solicitud de nuestras 
familias nos había provisto de catres y colchones. 
Las doce de la noche nos sorprendió en conversación 
íntima y cordial, recorriendo todos los tópicos que 
más o menos directamente se relacionaban con nues- 
tra situación del momento. 

Recién a esa hora se trató de arreglar las camas 
y como se nos había puesto en posesión de la capi- 
lla, hubo espacio suficiente para que todos nos aco- 



£35} 



AGUSTIN DE VEDIA 



modasemos, sólo dos o tres de nuestros compañeros, 
que fueron aprehendidos en altas hor^s de la noche, 
carecieron de camas pero recibieron hospitalidad 
generosa de los que estaban más habilitados 

Aquello mismo nos parecía accidental, porque, a 
la verdad no sospechábamos que nos estaba reservado 
dormir durante dos o tres meses en cama redonda 

Si por la tranquilidad de nuestro sueño hubiese 
de juzgarse la tranquilidad de nuestras conciencias 
con respecto a la prisión a que estábamos sometidos, 
cualquiera de los preclaros ciudadanos del Gobierno 
que hubiese velado a la cabecera de nuestras camas, 
habría quedado persuadido de que, aún conocién- 
doles, nada temíamos, porque teníamos la seguridad 
de que se encontrarían en el vacío toda vez que 
quisieran dar forma legal al acto que habían per- 
petrado 

Así que amaneció el día, los torrentes de luz que 
entraban a nuestras habitaciones por puertas y ven- 
tanas, abiertas de par en par, nos despertaron y nos 
invitaron a ponernos en movimiento 

Sucesivamente nos fuimos levantando, pagando 
cada cual más o menos tributo a sus hábitos pere- 
zosos, y hecha la toilette sin más auxilio que una 
sola palangana y algunos baldes de agua, volvimos 
a renovar nuestras conversaciones de la víspera, reca- 
yendo éstas principalmente sobre la presencia entre 
nosotros del Sr D Juan Pedro Caravia, a quien nos 
empeñábamos en convencer de que a su respecto se 
había padecido, sin duda, una equivocación, lo que 
tenía a la verdad mucho de sinceridad, pero también 
algo de epigramático 

A las ocho de la mañana, el Sr. Juan Ramón 
Gómez aumentó nuestra reunión 



136) 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



La prisión del Sr Gómez nos causó verdadera 
sorpresa, pues, a discurrir con lógica, debía suponerse 
que todo el cabildo sería pequeño para contener a los 
presos políticos. 

Comprendo que al practicar el Gobierno las pri- 
siones del 24 de Febreio, no ha procedido por datos 
positivos, ni se ha trazado una regla invariable de 
conducta, pero unas prisiones son más explicables 
que otras 

Se concibe que el gobierno destierre a Julio Herrera 
y Obes, periodista indomable, tan profundo en las 
discusiones científicas, como hábil y terrible en el 
epigrama, a Agustín de Vedia, a quien los sucesos, 
sus propios talentos y sus propias virtudes imponían 
el deber de ocupar el puesto que dejó vacante en la 
prensa nacional la muerte del malogrado Lavandeira, 
a Flores y Dupont, que al frente de l Xa Idea" se 
habían mostrado de los más valerosos y perseverantes 
opositores de las ideas que se hicieron gobierno con 
Várela y Bustamante, con Tezanos y Latorre, se con- 
ciben también los demás destierros de partidarios 
decididos, de jóvenes exaltados, pero no se concibe 
ni se explica el destierro de D Juan R Gómez, 
que ni por sus antecedentes, ni por su edad, ni por 
su posición social, ni por su carácter, ni por sus ideas 
moderadas, puede suponérsele ni una amenaza, ni un 
peligro para una situación cualquiera 

No quiere esto decir que no reconozca yo que el 
señor Gómez tenga opiniones definidas y haya conde- 
nado enérgicamente los sucesos del 14 y 15 de Enero, 
pero en el caso del Sr Gómez se encuentran algunos 
centenares de ciudadanos, todo lo que el país tiene 
de más ilustrado, de mas honorable y de mejor 
conceptuado. 



[37} 



AGUSTIN DE VEDIA 



No habíamos concluido de interrogar al Sr Gómez 
sobre su prisión y de hacer los comentarios a que se 
prestaba, cuando se nos presentó en la puerta el 
Comisario de Ordenes D Máximo Blanco 

Me ocupaba yo a la sazón de preparar el escrito 
que había ofrecido al señor D Carlos Navia, en el 
sentido de prevenir la declaración de quiebra de su 
Banco y de provocar el juicio de moratoria autori- 
zado por el Código de Comercio 

El Sr Blanco pidió hablar particularmente con- 
migo, y habiéndome apartado con él en dirección a 
la puerta, empezó por decirme que tenía algo des- 
agradable que comunicarme a mí y a mis compañeros 

Confieso que todo lo inimaginablemente malo 
cruzó por mi mente en ese momento, y que necesité 
dominarme para no manifestar mis impresiones al 
emisario que con tal exordio se me insinuaba 

"A todo estamos preparados, le contesté, diga Ud 
lo que ocurre", 

'Tengo orden del Sr Jefe, me dijo, entonces, de 
"comunicar a Uds que dentro de dos horas deben 
" ser embarcados para la Habana y que en ese con- 
cepto quedan Uds autorizados para comunicar lo 
"que deseen a sus familias y amigos por escrito, 
"pues, por lo demás no Ies será permitido comuni- 
car personalmente con nadie. — Tenga Ud la 
"bondad, agregó, de instruir a sus compañeros de 
"esta resolución". 

El señor Blanco se retiró, y yo dije en alta voz 
y sin rodeos a mis compañeros, el mensaje que 
acababa de transmitirme el emisario oficial del Jefe 
Político 

Pintar sería como querer, en el propósito de pre- 
sentar a mis amigos animados de una entereza 



{38} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



estúpida, decir que no produjo esta noticia una honda 
impresión en el ánimo de todos y de cada uno. 

Un viaje de ese género, oo se realiza de improviso 
y de una manera tan violenta, sm que se produzcan 
en la vida de un ciudadano, vinculado a su país por 
intereses y negocios relativamente de consideración, 
perturbaciones de tal naturaleza que determinan en 
muchos casos una ruma completa o la anulación de 
tin porvenir lisonjero, conquistado a fuerza de labo- 
riosidad y de constancia, y si se trata de un ciudadano 
que pide al trabajo diario la subsistencia de su fami- 
lia, entonces la iniquidad se presenta de relieve 

Si a esto se agrega el sentimiento místico de la 
patria y el culto tiernísimo de la familia abando- 
nada, se comprenderá que había por qué sentirse 
conmovido en presencia de la situación que acababa 
de dibujarse a nuestros ojos. 

Patria, hogar, propiedad, todo era conculcado en 
aquella inicua resolución. 

La reacción no se hizo sin embargo esperar 

Hombres de dignidad y de honor, acostumbrados 
a jugar todos esos sagrados intereses en las luchas 
políticas, comprendimos que se trataba de una emer- 
gencia de lucha injusta y desigual que veníamos 
sosteniendo desde años atrás, y sólo pensamos en 
comunicar la resolución notificada, a nuestras fami- 
lias, llevando a sus almas afligidas algunas palabras 
de consuelo, y en tomar aquellas resoluciones más 
imprescindibles, visto que sólo se nos concedía dos 
horas de plazo 

Se nos dio papel, algunas plumas y algunos lápi- 
ces y todos nos disputábamos en ser los primeros 
en comunicar nuestras últimas disposiciones con las 
reservas necesarias, por cuanto debíamos entregar 



[39} 



AGUSTIN DE VEDIA 



abiertas nuestras cartas que sufrían una fiscalización 
severa en el despacha del Jefe Político, verificándose 
otro tanto con las contestaciones que recibíamos 

Poco después empezaron a llegar nuestros equipa- 
jes, algunas cantidades de dinero y algunos obsequios 
de nuestras familias y amigos, cigarros, vinos, etc 

En previsión de que en todo el día no se nos 
diese de comer si nos embarcábamos sin almorzar, 
pedimos almuerzo y almorzamos bien, no sin que 
antes hubiese yo, por mi parte, concluido y remitido 
al Sr. Navia el escrito que en cualqutef caso había 
quedado en prepararle. 

Esto dio lugar a que se dijese por algunos de mis 
compañeros que sucumbía yo al pie del cañón o 
quemaba el último cartucho en poder ya del enemigo 

Pasaban, entre tanto, las dos horas que se nos 
había dado de plazo y no se ejecutaba la resolución 
anunciada 

No sin razón se ha dicho que la esperanza es lo 
último que se pierde Aquel aplazamiento empezaba 
a parecemos de feliz augurio 

Resoluciones tan violentas, tan extrañas, tan crue- 
les, nos decíamos, no se ejecutan si entre la pasión 
o el sentimiento de odio que las dicta y su ejecución 
hay cabida para la reflexión, aún para la reflexión 
supeditada por un cálculo de intereses bastardos y 
egoístas 

Las horas transcurrían, entre tanto, en un activo 
cambio de cartas que se sucedían sin interrupción de 
un momento y que tenían al oficial de guardia y al 
capitán de campo en una agitación constante, sin que 
por eso, la verdad sea dicha siempre, dejaran de 
manifestar la mejor voluntad y la mayor deferencia 



[40] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



a nuestro respecto en todo lo que les era permitido 
según sus instrucciones 

A las tres de la tarde, el oficial de guardia pidió 
al Sr Caravia que lo acompañara al despacho del 
Jefe Político y no volvió más Una hora después el 
Sr Caravia escribía al señor de Vedia ofreciendo sus 
servicios a él y a sus compañeros, lo que nos confirmó 
ea la idea que nos formamos desde un principio, de 
que ese ciudadano había sido restituido a la libertad 

En algún diario que me cayó a la mano en el 
puerto de Maldonado, he visto que se atribuye la 
libertad del Sr, Caravia a su calidad de Senador 

En esto hay un gravísimo error 

La Constitución no ha consagrado la impunidad 
del crimen 

Si el Sr. Caravia había incurrido en un delito 
gravísimo, como lo ha dicho el gobierno de Monte- 
video en documentos oficiales, el Sr Caravia era tan 
justiciable como cualquier otro ciudadano, y todo se 
resolvía en una cuestión de forma, esto es, dirigirse 
al Senado pidiendo el desafuero del Senador com- 
plicado en una conspiración de puñal y veneno, ya 
que ese carácter ha atribuido el gobierno de Tezanos 
a la conspiración, en que finge creernos complicados 

Las inmunidades reales, positivas, sagradas, invio- 
lables, para todo gobierno que no sea un ultraje a 
las instituciones, son las que se refieren a la perso- 
nalidad del hombre en sí, con prescindencia de 
la postetón que accidentalmente ocupa — v aun de su 
calidad de ciudadano, las inmunidades que hacen al 
hombre inviolable en su hogar y en su libertad 
personal, puesta bajo la égida protectora de la ley 

"Desde que un hombre, o un gobierno, dice Labou- 
" laye, es dueño de aprehender a quien bien le parez- 



[41} 



AGUSTIN VE VEDIA 



"ca, por medida de policía, por causa de utilidad 
,f publica o de segundad general, grandes palabras 
" que no tienen mas objeto que ocultar las flagrantes 
" violaciones del derecho común, se cae bajo el impe- 
tl no de la arbitrariedad — ¿Qué importa la sabiduría 
" y la moderación de un Ministro si él puede en todo 
"momento disponer de nuestra persona?" 

La libertad no es solamente un hecho sino un 
derecho. No es libre un hombre cuando debe su 
libertad a la gracia y liberalidad de otro hombre 

Nuestra constitución tan calumniada está calcada 
en esos principios inmutables, — Según ella, en las 
soluciones ordinarias, sólo un magistrado del orden 
judicial puede autorizar la prisión, no ya de un 
ciudadano, sino de un simple habitante del Estado, 
salvo el caso de ínfraganti delito, y en el caso extra- 
ordinario de conmoción interior y de ataque exterior, 
sólo se hace excepción a este principio en favor del 
Presidente de la República, al solo efecto de la apre- 
hensión del supuesto delincuente, que debe ser pasado 
a su Juez competente dentro de 24 horas 

También a este respecto, cediendo a la única 
preocupación de mi vida de hombre público, tuve el 
honor de presentar a la Legislatura derribada el 
14 de Enero a que pertenecí, un proyecto, que se 
convirtió en Ley, reglamentando los artículos cons- 
titucionales que consagran el principio de la libertad 
personal en la forma referida En esa ley, que sus- 
cribieron como Diputados dos de los actuales Minis- 
tros — burlándose tal vez de la candidez con que 
creíamos, mis amigos y yo, que las leyes pondrían 
freno al desborde de las pasiones de ciertas entidades 
rebeladas contra toda noción de derecho y de justi- 
cia — , en esa ley, decía, se fulminan penas contra 



[42] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



los agentes de la autoridad policial que se permitan 
aprehender a ningún habitante de la República, salvo 
el caso de infraganti delito, o de excepción consig- 
nados en los artículos 81 y 143 de la Constitución, 
sin proceder en virtud de orden escrita de un Magis- 
trado del orden judicial. 

Y si esto es así tratándose de un simple arresto, 
¿cuál no sera la gravedad del atentado que se comete 
al imponer penas a los habitantes o ciudadanos de 
la República que no sea el resultado de un juicio 
regular y de una sentencia regularmente pronunciada * 

Mal, muy mal discurren, pues, los que se figuran 
que el atentado sería mayor, porque entre los depor- 
tados de la barca Putg se encontrara uno o más 
Senadores 

Las inmunidades de un Senador son disposiciones 
de convención que pueden ampliarse o suprimirse sin 
que sufra menoscabo la justicia absoluta, mientras que 
los derechos del hombre, propios de su naturaleza e 
inherentes a su personalidad, son anteriores y supe- 
riores a toda convención de los hombres y no pue- 
den menoscabarse en lo más mínimo sin subvertir 
la base natural de toda organización social 

Volviendo pues, ai Sr Caravia, séame permitido 
creer que no es su calidad de Senador sino la calidad 
del Senador, lo que le mereció ser puesto en libertad, 
a pesar de suponérsele partícipe en el crimen que se 
nos ha imputado 

El señor Caravia dio testimonio, con motivo de los 
sucesos del 14 y 15 de Enero, de una flexibilidad de 
carácter tan inapreciable para los partidarios del 
régimen de la arbitrariedad, que no podía dejar 
de tenerse en cuenta por los hombres del nuevo 
Gobierno» 

Í431 



AGUSTIN DE VEDIA 



Esa es, dicha sin ambajes y en mi humilde opinión, 
la explicación que tiene la libertad que a última hora 
se concedió al Senador Caravia — de lo que por otra 
parte hemos tenido ocasión de felicitarnos más de 
una vez al gozar de las delicias de esta imponderable 
barca Putg 

Eliminado de ese modo el señor Caravia, quedamos 
reducidos los presos de Estado a quince, y pudiera 
decirse a catorce y medio si hubiéramos de juzgar la 
personalidad de Anselmo Dupont, por su extremada 
juventud v no por las pruebas que tiene dadas de 
una inteligencia vigorosa, de juicio recto y de carác- 
ter elevado. 

A las cuatro de la tarde nos notifico el Capitán 
de Campo que no se nos embarcaría hasta la noche, 
y que por consiguiente podíamos prepararnos a comer, 

La duahdad de nuestra naturaleza, que con tanta 
verdad hace notar de Maistre en todas y cada una 
de las situaciones de la vida y en todos los estados 
del alma, nos imponía su lev en aquellos angus- 
tiosos momentos, 

La parte animal de nuestra mísera naturaleza 
encontró aceptable la indicación del Capitán de 
Campo, y su indicación fue al punto aceptada 

Se le suplicó que pidiese al Hotel Haune comida 
para quince presos de Estado, que tratándose de 
comer, debe querer decir algo como presos de calidad, 
esto es, presos que comen bien porque pagan lo que 
comen 

Cualquiera que hubiese asistido a nuestra comida, 
sin conocer nuestra verdadera situación, hubiese estado 
muy lejos de pensar que tan graves preocupaciones 
y tan hondas penas afligían nuestro espíritu 



[44] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



Se nos había colocado una larga mesa en la capilla 
y a su alrededor habíamos tomado todos asiento, ni 
más ni menos que st festejáramos en íntima y alegre 
compañía una solemnidad patria 

Nada mas prosaico que el acto material de satis- 
facer las exigencias del estómago, y entre tanto la 
hora de la mesa es la que mejor dispone a la expan- 
sión de los sentimientos elevados, al olvido de todos 
los dolores y a la cordial simpatía entre los que liban 
conjuntamente una copa de vino generoso 

Tres cuartos de hora transcurrieron en un olvido 
completo de nuestra situación real, en un cambio 
recíproco de ideas elevadas, de chistes y de epigramas, 
que se traducían generalmente en fulminantes ana- 
temas contra los ambiciosos y los reprobos que escar- 
necen cuanto hay de más sagrado para el hombre, 
_ en aras de sus pasiones menguadas y de sus ambi- 
ciones sin freno 

De súbito, sin embargo, aquella escena cambió 
totalmente 

El oficial de guardia acababa de entrar y había 
repartido pequeñas esquelas abiertas a la mayor parte 
de los que tomábamos asiento en la mesa 

Reinó un momento de silencio, y luego sucedió 
una escena muda que revelaba la conmoción y enter- 
necimiento en todos los semblantes 

El que no había recorrido las líneas trazadas entre 
lágrimas por la mano venerada de una madre, había 
recorrido las que trazara la mano amada de una 
esposa, de una mujer querida o de una tiernísima 
hermana 

Yo levanté la vista después de haber leído las 
que me venían dirigidas y pude comprender que idén- 
ticas impresiones nos dominaban y que no eran sólo 



[45] 



AGUSTIN DE VEDIA 



mis ojos los que se arrasaban en lágrimas Yo no 
sé lo que mis compañeros habían recibido. 

Yo había leído estas cortas pero expresivas líneas 
"Se despide de su hijo idolatrado con toda la efusión 
n de su alma — una madre desolada" 

Verdad es que mi madre ha sido para mí en todo 
tiempo, algo mas alto que un sentimiento filial, y 
algo más puro que una pasión — un culto, una reli- 
gión, un ideal. 

Dios sabe por qué 

* * « 

Había consagrado el día de ayer a escribir un 
capítulo que concluyese con nuestra instalación abordo 
de la barca Pmg, pero la tormenta que se armó 
a eso de las 4 de la tarde cruzó mis planes y me 
obligó a terminar en el momento en que, vueltos 
en nosotros mismos y apercibidos de la realidad de 
nuestra situación nos levantábamos de la mesa para 
entregarnos a nuestras cavilaciones íntimas 

Bueno es entre tanto que se sepa para alcanzar 
la benevolencia de los que algún día lean estas líneas 
que escribo a cortos intervalos en momentos en que 
un mareo casi constante me lo permite, tirado en 
cualquier parte de la cubierta del buque donde acci- 
dentalmente no llegan los olores nauseabundos que 
nos rodean pues no han alcanzado mis fuerzas todavía 
hasta permitirme conciliar la posición vertical. 

No hacía un cuarto de hora que nos habíamos 
levantado de la mesa cuando oímos de improviso el 
grito de ¡a las armas f en el patio del Cabildo, donde 
estaba formado con las armas en pabellón el batallón 



£46] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



P de Cazadores, grito que repercutió en las diversas 
guardias y que nosotros escuchábamos más distinta- 
mente en la que hacía nuestia custodia 

Durante algunos momentos no se escuchó más que 
el ruido de las armas y el correr de los soldados y 
oficiales para ocupar respectivamente sus puestos, 
fotmando el todo un conjunto de agitación y de 
alarma, que, ¿por qué ocultarlo?, repercutió de una 
manera siniestra en nuestros corazones 

Ignorábamos cuál era el origen de aquella agi- 
tación, de aquel tumulto, de aquella alarma, pero 
comprendimos instintivamente que cualquier conflicto 
que se produjese, fuese cual fuese su origen y ten- 
dencias, pondría en peligro nuestras vidas, pues por 
corta providencia tratarían de asegurarnos o de 
quitarnos del medio, como vulgarmente se dice 

Y cuando eso no fuese, bastaría la perversa volun- 
tad de uno de esos tantos malvados, que se cobijan 
bajo una bandera de partido, o que se asocian a toda 
situación turbulenta a fin de saciar sus instintos 
depravados, para perpetrar un guet-á-pens con nuestras 
indefensas individualidades a favor del conflicto que 
veíamos producirse 

Nuestra custodia la hacía una veintena de hombres 
del batallón Urbano, apostados sobre el corredor 
inmediato a la pieza y capilla en que nosotros nos 
encontrábamos 

Esta guardia se formó inmediatamente, pero igno- 
rando tal vez de dónde procedía el conflicto, nos 
daba el frente y nos abocaba los fusiles 

Yo escribía en esos momentos algunas líneas para 
publicarse, que conseguí remitir, y que desearía que 



[47 3 



AGUSTIN DE VEDIA 



hubiesen visto la luz pública, 9 y cuando salí al 
corredor encontré a todos los compañeros agrupados, 
en visible agitación y sobresalto 

"Señores, decía en ese momento Fortunato Flores, 
si es necesario venderemos caro nuestras vidas" y 
luego agregó, dirigiéndose al alférez que mandaba 
la guardia, con la energía de un hombre resuelto y 
con el imperio de quien está habituado a mandar 
soldados y verse obedecido, "señor oficial, Ud es res- 
ponsable de nuestras vidas, guarde esa escalera en 
vez de abocarnos los fusiles", y fuese que la justicia 
de la observación del coronel Flores sublevase el 
sentimiento del pundonor y del deber en el joven 
oficial, o fuese que una actitud enérgica impone 
siempre, aun partiendo de un hombre desarmado 
e impotente, el caso es que el oficial asintió a las 
indicaciones que se le hacían, haciendo dar frente 
a sus soldados hacia el patio, que era de donde venían 
la agitación, el tumulto y la alarma 

Afortunadamente, según hemos sabido después, 
todo aquel tumulto y toda aquella alarma, teman por 
origen un uro de revólver, disparado involuntaria- 
mente en alguna confitería de la plaza, que en el 
estado de excitación de los ánimos y más que de 
excitación de estupor, había producido una corrida 
o desbando de curiosos 

Este movimiento había tenido su repercusión en el 
Cabildo y a su vez había llegado hasta nosotros en 
la forma que acabo de referir 

En épocas en que los jefes de batallón hacen 
gobiernos y en que los ciudadanos pueden ser depor- 



0 Estas lineas, a que se refiere el Dr Ramírez, cayeron en poder 
tkl gobierno motna-ido la pru»ion y destierro de la persona a quien 
iban dirigidas o recomendadas 



{48] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



tados a la Habana, sin forma de juicio ni sentencia 
legal, no es de espíritus timoratos ni visionarios, sino 
de hombres discretos sospechar que, a favor de un 
conflicto o tumulto popular, se les pueda bayonetear 
cobardemente 

Decir que no cruzó esa idea por todos y cada uno 
de nosotros, sería faltar a la verdad 

Julio Herrera, que, puede decirlo sin temor de que 
se le acuse de pusilanimidad o cobardía decía con 
toda ingenuidad inmediatamente después del suceso 
que "él acababa de saber lo que se sentía en el 
corazón al prepararse a recibir la muerte" 

Verdad es que Julio Herrera se había quedado dor- 
mido y se despertó en medio del tumulto Las voces 
airadas de mando, el ruido de las armas, las carreras 
en todas direcciones, las palabras de Flores y nuestra 
misma actitud, todo esto, presentándose de improviso 
a su imaginación sorprendida y sobresaltada, nos decía, 
le produjo el convencimiento de que nos bayone- 
teaban a nosotros y de que su turno le buscaba 
implacablemente* 

Como sucede en estos casos, la alarma fue disipán- 
dose gradualmente, y en algunos minutos todo volvió 
a su quicio 

Sólo nosotros perdimos el derecho de sentarnos en 
el corredor a tomar el fresco, como lo hacíamos, 
pues en seguida de este suceso se nos obligó a entrar 
y se nos prohibió volver a salir 

Confieso que después de este incidente y puesto 
que estaba resuelto que habíamos de ir a la Habana, 
empezamos a desear que cuanto antes se nos colo- 
case a bordo del buque que debía llevarnos a aquel 
destino. 

t49] 



6 



AGUSTIN DE VJEDIA 



Pero, ni en esto siquiera fuimos complacidos por 
el momento, pues cuando esperábamos la orden de 
marchar, se nos presentó el Capitán de Campo y 
nos manifestó que podíamos mandar buscar camas 
(las de la noche anterior habían sido ya embarcadas) 
porque no se nos embarcaría hasta el día siguiente 
por la mañana 

Estuvimos tristes y cavilosos el resto de la noche 
y nos acostamos temprano, sospechando que antes de 
amanecer el día se verificaría nuestro embarque. 

En efecto, a las 3 ó 3 V2 de la mañana, el Capitán 
de Campo vino a despertarnos y nos dijo que nos 
vistiésemos y preparáremos, que inmediatamente 
íbamos a marchar. 

Como era natural, obedecimos la consigna y die2 
minutos después todos estábamos a la orden, con 
nuestros pequeños atados debajo del brazo, incluso 
D Juan R Gómez y D Juan José de Herrera con 
toda su gravedad 

Lejos de hacernos esperar, tuvimos que esperar una 
media hora larga que se consagraba, sin duda, al 
aparato militar con que se quería honrar nuestra 
lúgubre partida 

Al fin llegó la hora solemne 

Un oficial con cuatro soldados se presentó a la 
puerta de nuestra prisión y nos ordenó que salié- 
semos cuatro presos. 

Salieron los que estaban más inmediatos a la 
puerta D. Juan Ramón Gómez, D. Agustín de 
Vedia, D, Juan José de Herrera y D, Anselmo E. 
Dupont, 

Momentos después, volvió el oficial y ordenó que 
salieran otros cuatro y les tocó su turno a D. Aure- 



150] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



hano Rodrigues Larreta» D. Carlos Gurméndez, D. 
Cándido Robido y D, Octavio Ramírez, 

La operación se repitió por tercera vez y cuarta 
vez, saliendo primero D. Fortunato y D. Eduardo 
Flores, D Osvaldo Rodríguez y yo, y por fin los 
últimos D Julio Herrera y Obes, D. Segundo y D. 
Ricardo Flores. 

Referiré el cuadro que sucesivamente fue presen- 
tándose a nuestros ojos 

Al salir y sobre el corredor, estaba formada la 
guardia que nos custodiaba en el patio de la cárcel 
formaba una compañía del I o de cazadores, por 
delante de la cual pasamos sucesivamente todos los 
deportados; en todo el cabildo había iluminación y 
gran movimiento, todo lo que vi en confusión a excep- 
ción de las personalidades de D Isaac de Tezanos y 
D, Gabriel Ríos a quienes percibí distintamente en 
el vestíbulo del mismo cabildo . 

• ♦ # 

Se agolpa la sangre en mi cabeza y bullen mil 
pensamientos en mi cerebro al recordar todavía esa 
circunstancia característica de la situación que atra- 
viesa el país; pero ciertas consideraciones que me 
son personales, me han obligado antes de ahora y 
me obligan todavía, a encerrarme en un silencio 
que me asfixia y que oprime cruelmente mi corazón 

Me consuela, sin embargo, la idea de que la con- 
ciencia pública suplirá mi silencio 

Los cuatro grupos a que he hecho referencia fueron 
colocados en cuatro carruajes y cada carruaje era 
escoltado por ocho soldados, cuatro de cada lado, y 
un cabo, mientras que vanos oficiales a caballo 



[51] 



AGUSTIN DE VEDIA 



recorrían el cortejo y 20 hombres marchaban al frente 
del primer carruaje* 

El Ministro de la Guerra, que se había situado 
frente al último carruaje, dio la voz de marcha en 
estos términos "En marcha, al paso, lentamente". 

Así emprendimos la marcha, tomando por la calle 
del Rincón hasta la de Zabala, por ésta hasta la del 
25 de Agosto y por ella hasta la puerta de la Aduana 
más inmediata a la Capitanía En la calle del 25 de 
Agosto esquina de Colón, estaba apostada una com- 
pañía del I o de Cazadores, otra compañía del 5 o 
inmediata al portón de la Aduana y desde allí una 
fila doble de soldados del mismo batallón nos hacía 
calle hasta el muelle, a cuyo costado estaba el pequeño 
vapor "Rayo" que nos esperaba Inmediata al muelle 
había otra compañía no sé de cuál batallón, y otra 
compañía más esperaba en el vaporcito 

Subimos al vaporcito y el Ministro de la Guerra, 
que se había anticipado a nuestra llegada, acompa- 
ñado del Ministro de Gobierno, desde la punta del 
muelle dio la orden de largar. 

Además de la tropa iban vanos jefes y oficiales 
entre los cuales sólo conocí al Mayor o Comandante 
D. Máximo Santos y al renombrado Capitán Pereira 
que, según entiendo, es hoy Ayudante del Ministro 
de la Guerra. 

En el momento en que zarpábamos se dibujaban 
en el horizonte los primeros albores del día y se 
escuchaban los disparos de cañón y las dianas de 
los buques de guerra, ofreciendo un contraste dolo- 
roso con el estado de nuestra alma el panorama 
risueño que la naturaleza ofrecía a nuestros ojos. 

En muy pocos momentos estuvimos al costado de 
la barca Putg El Comandante Santos nos ordenó 



[52] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



que subiésemos, y subimos, y luego ordenó que des- 
cendiésemos por la escotilla de proa a la bodega 
y descendimos 

La bodega del buque había sido dividida en tres 
partes la primera de proa era la que debíamos 
ocupar nosotros, la segunda o del centro, debía con- 
tener los víveres, y la tercera debía ser ocupada por 
la tropa encargada de custodiarnos La parte de la 
bodega que nos estaba destinada y a la cual acabá- 
bamos de ser introducidos — en presencia del Minis- 
tro de la Guerra, que no se contentó con hacernos 
los honores desde el muelle — , tiene una extensión 
de siete varas por seis y una profundidad de cinco 
próximamente. 

La encontramos sucia y desprovista absolutamente 
de todo, hasta de bancos o sillas en qué sentarnos y 
apenas alumbrada por dos cabos de vela. 

Después de un par de horas que no pudimos sopor- 
tar en pie y que pasamos tendidos en el suelo, nos 
bajaron los colchones y, como todo es relativo en 
este miserable mundo, nos consideramos felices por 
el momento 

La historia de la barca Pmg la he visto hecha 
con exactitud en La Democracia del 24 ó 25 de 
Febrero. Sólo tengo que agregar que a la sazón en 
que la ocupó el Gobierno se encontraba en el puerto 
sin tripulación y en completo abandono No es posible 
imaginar un buque más sucio, ni un velamen más 
viejo y descangallado, ni un porrón más desvergonzado 

Por lo demás, a estar a todo lo que hemos oído, 
su construcción es sólida y tiene buenas condiciones 
de movimiento 

Durante todo el día ni almorzamos ni comimos, 
en ayunas lo hubiéramos pasado todos a no haber 



{53} 



AGUSTIN DE VEDIA 



recibido Julio Herrera algunas conservas con las cuales 
los más aplacaron las impertinencias del estómago, 
porque yo, por ejemplo, no tomo esos manjares y 
me quedé mirando Creo que no fui el único 

Llegó la noche y dormimos en cama redonda como 
se comprenderá, pues en una extensión de siete varas 
por seis, escasamente pueden colocarse quince colcho- 
nes, sobre todo si se tiene presente que el suelo for- 
maba una superficie cóncava 

El Coronel Coumn, que hasta ahora se ha pre- 
ocupado sinceramente de hacernos mas llevadera 
nuestra situación, había dispuesto que se echase un 
poco de madera que hiciera plana la superficie del 
suelo y que se construyera una especie de tarima, 
donde pudiésemos colocar los colchones 

El día siguiente, 27 de Febrero, lo pasamos todavía 
en franquía, pues apenas anduvimos algunas cuadras 
para salir del puerto 

Los carpinteros trabajaron todo el día, y esta cir- 
cunstancia nos creaba nuevas incomodidades, pues no 
podíamos materialmente revolvernos con maderos, 
herramientas, colchones, etc, mientras que el ruido 
de los martillazos nos taladraba los oídos y nos aturdía 
la cabeza 

En cuanto a comer, fuimos más felices que el día 
anterior A las 9 se nos bajaron algunas ollas por 
medio de un balde y comimos todos con una sola 
cuchara y bebimos en un solo vaso, siendo servidos 
por vanos marineros de la Capitanía. 

No habíamos recibido todavía libros, ni otros 
medios de entretenimiento, que después hemos tenido 
Encerrados en aquella bodega, sucia y oscura, pesti- 
lente y sofocante de calor, las horas nos parecían 
eternas. 



[54] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



A las cinco nos dieron de comer, en las mismas 
condiciones del almuerzo, y muy temprano de la 
noche buscamos refugio en el sueño contra el aburri- 
miento y malas impresiones que nos dominaban. Ya 
esa noche pudimos colocar algunos colchones en la 
tarima, siete compañeros se alojaron en ella, colo- 
cando los colchones perfectamente unidos, y los 
demás nos arreglamos en catres crimea, que nos 
habían remitido al cabildo nuestras familias o amigos. 

En la madrugada del 28 levamos anclas y remol- 
cados por el vapor nacional "Fe" hicimos rumbo 
hacia Maldonado Durante la travesía, que duró dos 
días, se nos permitió salir por algunos momentos 
sobre cubierta a tomar el aire, pero la mayor parte 
del tiempo continuamos encerrados en aquel inmundo 
calabozo, con centinela de vista 

En la noche del 28 refrescó el viento y la mar 
se puso agitada, el movimiento del buque se hizo 
bastante sensible y la mayor parte de los compa- 
ñeros se marearon atrozmente 

Al día siguiente aquella bodega presentaba el 
aspecto de un toldo de indios de la pampa de Buenos 
Aires — de esos que nos describe Mansilla en sus 
Ranqueles — , después de una noche de orgía y liber- 
tinaje, y sin embargo, había que resignarse a conti- 
nuar respirando aquella atmósfera que no había 
medio de corregir ni a favor de los desinfectantes 
del Dr Campana, ni de los perfumes de que venían 
abarrotados los equipajes de los jóvenes Flores y de 
Julio Herrera 

Llegamos, sin embargo, con toda felicidad al puerto 
de Maldonado, en la madrugada del I o de Marzo 

Estábamos todavía en la costa oriental y aun se 
anidaba un resto de esperanza en nuestras almas 



[55} 



AGUSTIN DE VEDIA 



Necesitábamos absolutamente tocar en el puerto 
de Maldonado y permanecer en él, durante tres 
o cuatro días, porque como he dicho anteriormente, 
el buque no estaba en estado de seguir viaje 

Esta estadía nos sentaba bien porque no ignorá- 
bamos que hacían esfuerzos nuestros amigos de Mon- 
tevideo, no por cierto para que se nos exonerase de 
la pena de destierro que se nos imponía arbitraria- 
mente, lo que habría sido indigno, sino para que se 
llevase a efecto sin los peligros y mortificaciones 
que ofrecía en la barca Putg la travesía del Océano, 
y creíamos que mientras nos conservásemos al habla 
con Montevideo era posible que se trasmitiese al 
Coronel Courtin la orden de trasbordarnos en algún 
puerto del Brasil a un paquete de la catrera de New 
York o de Burdeos, con tanta más razón cuanto que 
estábamos dispuestos, la mayoría al menos, a empeñar 
nuestra palabra de honor o dar garantía de que segui- 
ríamos en cualquier caso y a todo evento hasta 
nuestro destino 

Mi amigo y compañero D Juan José de Herrera 
hizo conversación de todo esto al Coronel Courtin, 
y éste cediendo a los móviles más plausibles, des- 
pachó un chasque a Minas para que de allí se diri- 
giese un telegrama al Gobierno poco más o menos 
en estos términos "Los deportados proponen o soli- 
citan ser trasbordados a un paquete de la carrera 
de Nueva York, garantiendo convenientemente que 
irán a su destino". 

Según entiendo, al mismo tiempo, el apreciable 
Dr Campana pasaba una nota al Ministro de la 
Marina, poniendo en su conocimiento las pésimas 
condiciones higiénicas del buque y los peligros que 

[56] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



ofrecía la travesía del Océano hecha en un buque 
de tales condiciones 

El 4 de Marzo nos hicimos a la vela sin haber 
recibido contestación. 

Pero volvamos a nuestra permanencia en el puerto 
de Maldonado 

Así que llegamos, el Coronel Courtin, que ya había 
mitigado en gran parte el rigor de las prescripciones 
dadas a nuestro respecto en el primer momento, nos 
propuso el ir a pasar el día en la isla de Gornti, 
con el interés, a la vez, de proporcionarnos alguna 
holgura y de quedar en mavor libertad para los 
trabajos que debían efectuarse en el buque 

Excusado es decir que la proposición fue aceptada, 
y no habríamos tenido por qué arrepentimos, a no 
haberse confiado su ejecución al joven D Alfredo 
Vásquez que tenía investido del cargo de coman- 
dante del pequeño vapor "Fe" 

A eso de las ocho de la mañana, se nos trasbordó 
al expresado vaporcito que debía conducirnos a la 
isla y a las ocho y media o nueve estábamos en tierra 

El Coronel Courtin nos había dicho que una vez 
en la isla, estaríamos en completa libertad, podríamos 
pasearla y bañarnos, que nos llevarían velas y palos 
para que armásemos una carpa, carne, pan, agua y 
leña para que comiésemos 

Una vez en tierra por instrucciones del coman- 
dante Vásquez, se nos colocó en un pequeño círculo 
rodeados de centinelas y de allí no podíamos sepa- 
rarnos sino de uno a uno v después de haber impe- 
trado licencia del oficial de guardia 

Para colmo de desdichas no vinieron los palos 
para armar la carpa, ni el agua, ni la leña y hasta 
las dos de la tarde lo pasamos a pie firme o tirados 



£57 3 



AGUSTIN DE VBDIA 



sobre el pasto, bajo los rayos de un sol abrasador 
y bastante aguijoneados por la sed y el apetito 

A las dos de la tarde vino el agua: a fuerza de 
ingenio del Coronel Flores, levantamos la carpa con 
el auxilio de algunas baquetas de fusil, y a las tres 
devoramos un riquísimo asado de carne fresca, no 
sin antes habernos dado uno a uno y bajo centinela 
de vista, un baño tan confortable como higiénico 
después de la reclusión de cuatro días a que habíamos 
estado sometidos en la imponderable bodega de la 
imponderable barca Putg 

El baño y el asado nos hicieron desarrugar el ceño 
y volver a nuestra resignada jovialidad Traíamos una 
caja de juego que con oportuna previsión me había 
mandado Máximo Alvares, y se armaron como por 
encanto vanos partidos de malilla, de ajedrez y de 
dominó 

El sol había entretanto templado sus rayos, nos 
favorecía una fresca brisa del Sur y el resto de la 
tarde fue agradabilísimo 

Nos habríamos resignado de mtl amores a pasar 
en aquella isla estéril y solitaria los setenta u ochenta 
días en que podía calcularse nuestro viaje a la Habana 
en la barca Pmg 

A las cinco y media o seis, se dio la señal de 
reembarcar vinieron los botes a tomarnos, subimos 
al vaporcito, y éste nos trasladó a la barca Puit* que 
mirábamos con horror a causa de Ja maldita bodega 

Al día siguiente no hubo paseo a la isla, pero en 
cambio ya el Coronel Courtm nos permitió pasar 
todo el día sobre cubierta, que era cuanto por el 
momento colmaba nuestras limitadas aspiraciones 

El día 2 lo pasamos, pues, tranquilamente en el 
puerto, evocando con tristeza los recuerdos que esta 



[58] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



fecha del 2 de Mano traía a nuestra memoria, ere* 
yendo ver en los sucesos del 14 y 15 de Enero las 
consecuencias necesarias de aquel motín militar, no 
reprimido ni castigado entonces convenientemente 
Es grato recordar con ese motivo que mi ilustrado 
amigo y ex-colega entonces, el ex-diputado Vedia, 
vio claro en esa cuestión, llevada al seno de la Cámara, 
y auguró funestas consecuencias que desgraciadamente 
se han realizado 

En posesión ya de nuestro equipaje, los que habían 
tenido la previsión de pedir libros, encontraron los 
que respectivamente les pertenecían y todos tuvimos 
lectura instructiva y amena con que solazar el espíritu 

A Julio Herrera, Vedia, Dupont y Aurehano Rodrí- 
guez que tuvieron la previsión de pedirlos, debemos 
los deportados, muchas horas de absorción mental 
y de completo olvido de las tristes realidades que 
nos rodean, horas de verdadero placer, de que yo 
a lo menos, no tengo con frecuencia la dicha de 
g02ar, porque mi vida siempre ha sido más de acti- 
vidad que de contemplación, de borrasca que de 
bonanza, no obstante que mis inclinaciones v mis 
gustos, por más que otra cosa se haya creído, se 
rebelasen contra mi destino 

Stuart Mili, Grimke, Hamilton v Madison en el 
Federalista, Laboulave, Jouffroy, Simón, reivindi- 
cando los derechos del hombre en toda su amplitud 
y maiestad, la libertad del pensamiento y la invio- 
labilidad de la conciencia, v exponiendo y defen- 
diendo los fundamentos inmutables de la organización 
social, son lecturas que edifican y confortan, inspi- 
rando al mismo tiempo la más profunda aversión 
y repugnancia por esos pigmeos, aventureros afor- 
tunados, que de vez en cuando se enseñorean de los 



C591 



AGUSTIN DE VEDIA 



desunos de un pueblo a favor de sus debilidades y 
sus infortunios y hacen escarnio y ludibrio de cuanto 
constituye el culto fervoroso y sincero de las almas 
bien templadas. 

Además de esos libros de verdaderos estudios polí- 
ticos que leemos siempre y que no dejaremos de 
admirar jamás, verdaderos compendios de la religión 
del derecho, tenemos obras escogidas de historia y 
literatura De Maistre, Michelet (Historia de Francia), 
Ampére (Historia Romana), Choix de Rapports 
(Discursos de los grandes oradores de la Asamblea 
Constituyente de 1789), Buckle (Historia de la civi- 
lización de Inglaterra), obra monumental, que no 
conocíamos, y de la cual Julio Herrera, que se ha 
dado tiempo en medio de las luchas políticas, para 
satisfacer su voraz afición por la literatura, nos ha 
prestado una idea acabada en largas disertaciones 
orales. 

Pero la obra que ha cuadrado a todos los gustos, 
aun a los gustos profanos, que se ha cautivado todas 
las simpatías y merecido todas las preferencias, es 
una obra del afamado literato Samte-Beuve, quien 
bajo el modesto título de Causenes du Lundt con 
pequeños capítulos biográficos v críticos que com- 
ponen 14 volúmenes, pasa revista a los personajes 
históricos de los últimos siglos, exhibiéndolos bajo 
sus formas más culminantes, los hombres y las muje- 
res célebres de los reinados de Enrique IV, Luis XIV, 
Luis XV, la Revolución, el Imperio y la misma época 
presente, preferentemente bajo el punto de vista lite- 
rario, dándonos una idea perfecta en el conjunto de 
su obra tan amena y tan vanada, del esplendor y los 
extravíos de cada época, de su gusto literario y de la 
misma trabazón de los acontecimientos que, sin fundar 



160] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



definitivamente la forma republicana en Francia, 
concluyeron con los reyes de derecho divino» 
Recomiendo este libro a los viajeros 

* # * 

La noche del 2 de Marzo pasó sin novedad Nos 
costó un esfuerzo sobrehumano volver a embode- 
garnos, pero nos embodegamos, pudiendo apenas con- 
ciliar el sueño a intervalos, pues las más hermosas 
ratas que haya visto hasta ahora, vivaqueaban con 
un descaro digno de la época, sobre nuestras 
mismas camas 

El 3 de Marzo, por la mañana, se nos llevó nueva- 
mente a la isla, directamente desde nuestro buque, 
suprimiéndose con gran contento de nuestra parte, 
la intervención del vaporcito "Fe". 

Esta vez, todo fue previsto a tiempo se armó una 
buena carpa, hubo carne, agua, vino y dulce opor- 
tunamente, libertad para pasear la isla y bañarnos, 
y la verdad es que pasamos un buen día, ya leyendo, 
ya conversando, ya jugando a los diversos juegos de 
que disponíamos. 

A la retirada de la isla, hubo un incidente bas- 
tante curioso Desde las tres de la tarde el viento 
comenzó a arreciar y el río a picarse marejada, 
corriente y viento, todo era contrario a la travesía 
que debíamos hacer, de una milla más o menos, 
hasta el fondeadero de la barca Putg, no bajando de 
cuarenta las personas que debíamos trasportarnos en 
dos pequeñas embarcaciones 

Más de una hora estuvimos sobre la costa, sin que 
fuera posible resolver el embarque las olas embra- 
vecidas echaban sobre la playa las embarcaciones que 
encallaban y se tumbaban 

(61] 



AGUSTIN DE VEDIA 



Pue necesario llevar las embarcaciones a una ense- 
nada inmediata, abrigada del viento, y, aunque allí 
conseguimos embarcarnos, nos fue imposible vencer 
la corriente. 

El sol caía a su ocaso y creíamos ya que tendríamos 
que pernoctar en la isla, cuando apareció la falúa 
de la capitanía de Maldonado y otro bote más de 
a bordo con el piloto Alsina.„ 

En el primer viaje que efectuó la falúa, en dos 
bordadas puso a bordo a tres de nuestros compa- 
ñeros D Juan R Gómez, D Carlos Gurméndez 
y mi hermano Octavio y además vanos soldados En 
el segundo viaje, remolcó la embarcación en que 
íbamos los doce presos restantes con un alférez y 
diez o doce soldados, mientras que el teniente y el 
resto de la tropa consiguieron vencer la corriente 
en una de las embarcaciones del buque 

Como el viento arreciaba cada vez más y las som- 
bras de la noche se cernían sobre el espacio, la falúa 
que nos remolcaba tuvo que hacer una larga bordada 
y se perdió completamente de vista, ya cuando casi 
tocaba costa, en las inmediaciones de la ciudad 

El teniente que esto vio, y que sin duda había 
tomado a lo seno lo de la conspiración de puñal 
y veneno, y nos creía capaces de las más audaces y 
romantescas aventuras, se figuró desde ese momento 
que habíamos echado al agua los diez o doce soldados 
que nos custodiaban y que, dejando en las astas del 
toro a los tres compañeros que estaban a bordo, 
habíamos tomado las de Villadiego 

Es indescriptible la desesperación que se apoderó 
de ese señor oficial 

Llegó a bordo, fuera de sí, y anegado en lágrimas 
refino al Coronel Courtin, lo que para él era algo 



C62] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



que no tenía duda, nuestra fuga, protestando y 
jurando que no temía el castigo sino la nota de 
traidor. 

El Coronel Courtm que sin duda tiene mejor sen- 
tido y es más dueño de sí mismo en los trances 
solemnes que sus oficiales, manifestó desde luego al 
señor teniente que no podía ser lo que le refería y 
procuró tranquilizarlo, observándole sobre todo lo 
poco circunspecto de su actitud 

Sin embargo, la insistencia del oficial, el testi- 
monio del piloto, soldados y marineros, y sobre todo 
el peso de la responsabilidad que el Coronel Courtin 
veía desplomarse sobre su personalidad, ejercieron tal 
presión sobre su ánimo que concluyó por alarmarse 
seriamente y, ordenando que se preparase un bote, 
se lanzó en él personalmente 

Entretanto, la agitación y la alarma tenían sus 
manifestaciones a bordo, se armó la guardia, se 
tomaron posiciones y hasta el bueno del capitán del 
buque apareció sobre la toldilla de la cámara de 
popa, armado de un sable corvo que, a juzgar por 
sus apariencias, debió pertenecer a algún capitán de 
Zumalacárregui 

Nuestro capitán tiene todos los aires de un carlista 
rebajado a lo menos, puede asegurarse que no padece 
achaques de liberalismo, sea dicho todo esto entre 
paréntesis Claro es que un accidente de esta clase no 
podría producirse sin que nuestros compañeros Gómez, 
Gurméndez y Octavio sintiesen las consecuencias. 

No les arriendo las dulzuras del viaje, si la fábula 
de nuestra fuga hubiera sido cierta 

Por corta providencia se les hizo bajar precipitada- 
mente a la bodega y volvió a colocárseles bajo centi- 
nela de vista. 



£63] 



AGUSTIN DE VEDIA 



Afortunadamente, la alarma no podía durar mucho 
tiempo, no se había separado muchas varas del 
buque el bote del Coronel Courtm, cuando nosotros 
atracábamos sin sospechar ni remotamente lo que 
ocurría a bordo 

La aventura nos hizo reír, pero no extinguió el 
germen de las desconfiabas como se verá, si me es 
dado continuar esta correspondencia. 

El Coronel Courtm, sm embargo, ha debido tener 
absoluta confianza en nuestra lealtad 

La sublevación o la fuga, ha sido siempre abso- 
lutamente imposible para nosotros, materialmente 
imposible primero, y moralmente imposible después 

No quiero discutir ahora si el Coronel Courtm 
debió o no aceptar la comisión que lleva a bordo 
de este buque Conocidas mis opiniones, es fácil ima- 
ginar cómo opinaría en este caso. Pero la verdad 
es, que aceptada esta comisión, 00 podía dejar de 
desempeñarla con fidelidad. 

Al Coronel Courtm se le presentaban dos caminos 
o fiaba al rigor de las medidas del caso la seguridad 
de los presos que le habían sido confiados o se entre- 
gaba absolutamente y sm reserva a la lealtad de los 
presos. En el primer caso, es evidente que quince 
ciudadanos completamente desarmados y severamente 
custodiados no podían ofrecer peligro de ningún 
género, desde que se disponía para su custodia de 
una guardia de 25 soldados armados 

Sumergidos en la bodega, como se nos trajo los 
primeros días y con centinelas de vista sobre la esco- 
tilla, eran suficientes cuatro hombres armados no ya 
de fusil sino simplemente de garrotes, para sujetarnos 
en nuestra lóbrega cueva. 

{641 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



En la primera hipótesis, pues, había imposibilidad 
material de fugar o dominar el buque. 

Pero el Coronel Courtin prefirió lo segundo, pre- 
firió confiar en nuestra lealtad a ser nuestro verdugo 

Ya se ha verificado el caso en más de una noche 
de abrumante calor, de que mientras la tropa y la 
tripulación dormían, sin más excepción que un centi- 
nela a proa, una imaginaria y tres o cuatro marineros 
de servicio con el capitán, nosotros conversábamos 
o dormitábamos a media noche sobre cubierta, allí 
sobre las armas mismas, depositadas en la cámara 
de popa Noblesse obhge. 

Desde que el Coronel Courtin asumió esa actitud, 
estuvo más seguro que nunca, y si es capaz de com- 
prender lo que hombres de nuestro carácter y de 
nuestros principios y de nuestra educación, nos debe- 
mos a nosotros mismos, no ha debido tener a nuestro 
respecto alarmas ni sospechas de ningún género 

Bien pudiera haber sucedido que un cúmulo de 
circunstancias imprevistas y casuales, nos hubiesen 
presentado la oportunidad de conseguir nuestra eva- 
sión o de establecer nuestro predominio a bordo, sin 
un solo esfuerzo, sin correr un solo peligro, ni 
exponer una sola vida, y sin embargo habríamos 
tenido la bastante virtud para no aceptar la libertad 
en cambio de un acto de la más negra perfidia, 

Tampoco entraban en nuestros propósitos las solu- 
ciones violentas, y por lo contrario estuvimos siempre 
resignados a ver consumada la arbitrariedad y el 
atentado en toda la plenitud de barbarie y de des- 
vergüenza imaginada por los hombres del Gobierno 
de Montevideo. 

[<S5] 



7 



AGUSTIN DE VEDI A 



Quieren que vayamos a la Habana y a la Habana 
iremos, siempre que la omnipotente volunnd de los 
elementos lo permita. 

III 

"Quieren que vayamos a la Habana, decía el 
Dr. Ramírez, al terminar su correspondencia, y a la 
Habana iremos, si otra cosa no disponen los elemen- 
tos", Pero, a la verdad que apenas podía concebir 
nuestra mente la consumación de un hecho seme- 
jante Apenas podíamos concebirlo, aun como pro- 
ducto de todas las pasiones innobles que suelen fer- 
mentar en el corazón humano 

Apoderarse de la noche a la mañana de un número 
crecido de ciudadanos, explotando el mismo aban- 
dono y la confianza de los que no tenían razón para 
temer la persecución de las autoridades de hecho, 
a menos que ella se basara en la conciencia íntima 
de los ciudadanos; arrancarlos así violentamente a sus 
hogares, a sus medios de trabajo y de subsistencia, 
a sus compromisos de honra, sepultarlos en el fondo 
de un barco ruin, y lanzarlos, a través de los mares, 
a dos mil leguas de la tierra natal, en las playas 
insalubres y pestíferas de Cuba, era todo un conjunto 
de medidas tan abominables y estupendas, que, en 
nuestro criterio, supeditaba a todo lo que pueden 
sugerir los odios envenenados y el delirio vertiginoso 
del crimen 

Sin embargo, era necesario empezar a creer lo que 
había empezado a tener ejecución, a despecho de 
todas las protestas, de todas las reclamaciones, de la 



{66} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



honda indignación publica. ¡Cuántas impresiones 
embargaban entonces, el alma de los deportados 1 

Menos que nada, sentíamos el golpe que individual- 
mente nos hería, la invocación tiernísima de la 
familia huérfana, presentaba a nuestra alma la imagen 
de las verdaderas víctimas del atentado brutal Y 
cuando elevábamos el pensamiento, y nos deteníamos 
en el presente y en el porvenir de la patria — jqué 
amargas reflexiones invadían nuestro espíritu! jCómo 
se contaba con la postración y enervamiento de la 
opinión, con la decadencia del espíritu público, 
cuando así, la iniquidad triunfante lanzaba su impú- 
dico desafío a la sociedad, atropellando las más 
sagradas prerrogativas del ciudadano y vilipendiando 
todo sentimiento de humanidad, toda noción de jus- 
ticia! Iniciábase así el régimen del terror, y creíase 
gobernar por medio de la violencia al pueblo que 
tantas veces había sabido trozar sus cadenas, acredi- 
tando, con una historia viva, cuan efímero es en su 
suelo el reinado de los opresores. 

Las pasiones desenfrenadas que bullían en el alma 
de Tezanos, dictador de hecho en la República, por 
obra de las bayonetas militares, no se saciaban con 
un atentado común, semejante a los que llenan la 
historia de los tiranuelos vulgares. Buscaba una com- 
binación propia de su índole, y una ve2 encontrada, 
no había medios que le detuvieran en su inhumana 
ejecución 

Condenar a los ciudadanos al destierro, habría sido 
ya infligirles una pena cruel, y si, en efecto, hubieran 
sido conspiradores, un medio efica2 de destruir la 
conspiración Pero, era necesario buscar un procedi- 
miento, simple en apariencia, pero en realidad com- 
plejo, que encerrara en sí diversos elementos conju- 



[67] 



AGUSTIN DE VEDI A 



rados contra las víctimas del dictador sediento de 
venganza Así el concusionario del I o de Marzo con- 
sumaría toda su venganza, sm necesidad de apelar 
directamente al arma de los asesinos vulgares. 

En la deportación a la Habana, Tezanos halló lo 
que buscaba Los elementos que llamaba en su favor, 
eran diversos, en efecto, la tropa de mercenarios, 
a cuya custodia nos abandonaba, el mar y los vientos 
que habían de azotar en su eterno viaje a la barca, 
que contaba ya tres o cuatros naufragios, y el clima 
mortífero a que, por último, nos encomendaba. 

¿Qué cosa más factible y más común que una 
insubordinación o motín de la soldadesca que nos 
custodiaba 7 Esa tropa se componía de mercenarios, 
algunos de los cuales debían su destino a la circuns- 
tancia de haberse señalado como grandes criminales. 
Eran soldados segregados de los distintos cuerpos de 
línea de Montevideo, cuyos jefes, aprovechando la 
ocasión, se habían apresurado a desprenderse natural- 
mente de los individuos más indisciplinados e incorre- 
gibles entre todos los que acababan de dar el escan- 
daloso ejemplo de la insubordinación y del motín 
contra las autoridades constituidas. ¿Qué extraño 
hubiera sido que, acariciando la idea de apoderarse 
del botín que la barca les ofrecía, hubieran dado 
cuenta de los deportados, incendiando luego el buque, 
y buscando refugio, como náufragos, en territorio 
extranjero? Y si no había peligro de esa parte, ¿no 
debía contarse también con los efectos de una pre- 
disposición hostil en el jefe de la expedición ? En 
momentos difíciles, un movimiento impremeditado, 
una palabra viva, arrancada por la indignación, 
pudieran promover un conflicto a bordo. <Y quiénes, 
smo los deportados, serían las víctimas expiatorias, 



16S1 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



sacrificadas acaso a la alarma y al pánico de los 
carceleros * Conviene advertir de paso que, entre los 
soldados, hubos actos de insubordinación cruelmente 
castigados, y que, entre los marineros, buena gente 
en su mayor parte, contábase uno, sin embargo, que 
había encabezado ya una conspiración a bordo de 
otro buque, y que, por haberse insubordinado contra 
el piloto de la Putg, antes de llegar a la Habana, 
fue sometido a prisión en la bodega del buque 

No menos eran de temer los embates del mar y 
de los vientos Ya hemos hecho notar las condi- 
ciones de la barca Puig* era este buque la última 
transformación de un bergantín que había escapado 
de diversos naufragios El estado de su aparejo y de 
su velamen no podía ser más deplorable La barca 
presentaba el aspecto de un pontón arruinado Aten- 
diendo a la larga navegación que tenía por delante, 
su arribo a las playas de Cuba debía considerarse 
más que difícil Y, en efecto, se verá en su lugar 
cuan seriamente expuestos a un naufragio estuvimos 
en la noche del 16 de Junio, en que tal ve* contri- 
buyó a salvarnos, por un capricho de la suerte, la 
misma inseguridad de las cuerdas y del velamen, que 
en otro caso hubiera podido perdernos, y que fueron 
arrancadas por el huracán 

Si a todas esas contingencias escapábamos, después 
de un viaje sujeto a tantas mortificaciones físicas y 
morales, era de temerse que el desembarque en la 
Habana tuviese consecuencias fatales para la mayor 
parte de los deportados, de salud delicada, que 
debían extrañar un clima donde los extranjeros son 
generalmente víctimas de la fiebre amarilla y del 
vómito negro, mal que los naturales, los esfomdos 
revolucionarios, han bautizado con el nombre del 



AGUSTIN DE VBDIA 



Patnota, sin duda porque está destinado a diezmar 
las filas de los soldados que el gobierno español 
envía a la Isla, para sostener el régimen vacilante 
de la autoridad colonial Se sabe que, a pesar de 
haber permanecido únicamente en el puerto de la 
Habana, favorecidos por frescas brisas, en una inco- 
municación casi absoluta con la ciudad, hubo a bordo 
un caso de fiebre amarilla en el asistente del Coronel 
Courtin, y más tarde, en Charleston, algunos de los 
deportados experimentamos los síntomas debilitados 
de la misma enfermedad 

El temor de que se desarrollara a bordo una epi- 
demia, no era menos fundado El agua y la carne 
salada corrompidas, el abandono y la aglomeración 
de tanta gente en espacio tan reducido, teniendo que 
atravesar los climas más peligrosos, eran otras tamas 
causas que conspiraban contra los hombres arrancados 
violentamente a las comodidades de la vida y sepul- 
tados en la oscura y nauseabunda bodega de la 
barca Puig. 

Bien lo había comprendido el Dr Campana, quien, 
desde el puerto de Maldonado, dirigió al Gobierno 
una comunicación que éste se abstuvo de publicar 
y de contestar y que nosotros debemos registrar en 
esta memoria, siquiera sea para evidenciar toda la 
perversidad de sus criminales intenciones 

Léase esa nota. 
"Señor Ministro 

"En mi calidad de médico a bordo del buque nacio- 
nal Pmg que conduce a los deportados políticos y 
"piquete de tropa que les sirve de custodia, es mi 
"deber, antes de tomar definitivamente la mar, hacer 



[70] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



" presente al Gobierno a cuyo servicio estoy que, por 
"lo que veo y experimento en los días de nave- 
gación que llevamos hasta este punto, no me es 
"posible dejar de augurar una travesía expuesta 
" a muy senos desagrados y accidentes en las gentes 
"que están ba)o mi cuidado médico, 

"No me refiero especialmente a este buque, bajo 
" el punto de vista de sus condiciones para la nave- 
"gación; esto no es de mi competencia, me refiero, 
"Sr. Ministro, a las condiciones de higiene en que 
" la estrechez y ninguna comodidad del buque coloca 
"a sus habitantes, destinados a realizar en insufi- 
u cíente y malsano espacio una travesía larga, durante 
"la cual se han de cruzar las latitudes más peli- 
grosas, propensas al desarrollo de enfermedades 
"epidémicas y esporádicas, peligrosas aun para los 
"buques que reúnen todas las condiciones higiénicas 
"necesarias, pero muy especialmente en casos como 
" éste, en que nos vemos colocados. 

"No hay a bordo de este buque, que no ha podido 
" ser preparado por la urgencia y falta de capacidad 
" necesaria, menos de setenta y dos personas, 

"Los señores deportados están alojados en un espa- 
" ció relativamente muy reducido, en donde si sobre- 
" vinieran malos tiempos será imposible puedan gozar 
" de buena salud, y en donde será de funestas conse- 
" cuencias el desarrollo poco improbable de cualquier 
" enfermedad contagiosa, todo lo cual reviste carácter 
"más serio debido a la necesaria reconcentración 
"a que obliga la vigilancia a que están sometidos, 
"no obstante toda la consideración y buen trato 
" a que lo veo consagrado al señor coronel Courtin 
"relativamente a aquellos señores 



171] 



AGUSTIN DE VEDIA 



"Pero, Sr Ministro, mal acomodados los individuos 
"a que me refiero, al menos están acomodados a 
w manera de ponerse bajo de techo y al abrigo en días 
" y noches de malos tiempos, aunque no para el des- 
" graciado caso de enfermedades Pero la tropa viene 
"en las peores condiciones y no es posible subsanar 
"su situación Esta gente está condenada a pasar su 
"vida a bordo arriba de cubierta, o hacinados en 
"condiciones tales, llegado un caso de mal tiempo, 
"que no trepido en afirmarlo será de peligrosas 
"consecuencias, no sólo para gentes como las que 
"forman la tropa, sino por la influencia que cual- 
quier enfermedad desenvuelta en ésta, tenga sobre 
" los demás de los tripulantes y pasajeros de este buque 

"V. E podrá formar una idea de la falta de local 
"que sufrimos, al saber, como se lo hago notar por 
"este despacho, que yo mismo, en mi condición de 
" médico, no tengo ni camarote, ni techo alguno bajo 
"el cual abrigarme 

"Creo, pues, Sr Ministro, de mi estricto deber para 
" salvar todo género de responsabilidades, hacer pre- 
" senté al Gobierno por conducto de V E que, como 
"dije al principio, el viaje que emprendemos puede 
"ofrecer muy graves accidentes, por las ningunas 
"condiciones de higiene en que se encuentra este 
"buque, malas condiciones que no son bastantes 
"a subsanar, ní la voluntad en mejorarlo que ha 
" puesto el Gobierno, ni la solicitud y recomendable 
"celo del j'efe a cuyo car^o va esta expedición 

'Tengo el honor de saludar a V.E con toda 
" consideración, 

"Puerto de Maldonado, I o de Marzo de 1875 

"José Campana 0 . 



[72] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



La comunicación que precede» y que estaba lejos 
de contener toda la verdad, recibida y guardada en 
la más absoluta reserva por el Gobierno de Tezanos, 
debe ser considerada como una de las piezas más 
importantes del proceso criminal a que debe suje- 
tarse un día a los autores del grande atentado. 

Hemos dicho que esa comunicación no contenía 
toda la verdad, tampoco el Dr Campana estaba en 
aptitud de saberla cuando la escribía La bodega de 
la barca no era, por ejemplo, como se dice en ella, 
un abrigo seguro contra los malos tiempos, no lo 
era, siquiera, para los buenos. 

Ya el Dr Ramírez, en su correspondencia, ha 
hecho una pintura de esa bodega. Agregaremos algu- 
nas pinceladas al cuadro. 

Se sabe que la bodega no recibía más luz que 
por la boca abierta en la parte superior y que tendría 
poco más de un metro cuadrado Las lluvias que 
incesantemente nos acompañaron y que alguna vez 
duraron sin intermitencia, hasta doce días, en las 
costas del Brasil, nos obligaban a cerrar la abertura 
de la bodega Pero el agua se abría paso por entre 
las grietas de las tablas desunidas del puente, y 
concentrándose particularmente en algunos puntos, 
caía copiosamente abajo, empapando nuestras camas 
y nuestras ropas. 

El que escribe conserva algunos recuerdos imborra- 
bles de aquella lóbrega mansión su cama estaba 
extendida contra el palo de proa, sobre el cual caía 
verticalmente el agua, sin que le fuese dado variar 
de posición, pues el local era estrecho para contener 
las camas de todos, además de que el agua se des- 
parramaba en otras direcciones 



Í73] 



AGUSTIN DE VEDIA 



Uno de nuestros compañeros, el Dr* Herrera y 
Obes, ha pasado algunas noches amparándose de la 
lluvia por medio de su paraguas, abierto sobre su 

cama 

Esa misma lluvia, al deslizarse por los costados 
del buque y caer en los ángulos de la bodega, adqui- 
ría un tinte oscuro que marcaba la ropa, como gotas 
de tinta El Dr D. Juan J. de Herrera, que ocupaba 
uno de esos extremos, tenía su sombrero, con el que 
se cubría el rostro para dormir, teñido por esas fil- 
traciones 

Algunas veces solicitamos un remedio para esos 
inconvenientes* pero si bien un día se derramó un 
poco de alquitrán en las grietas, nada se consiguió 
con eso, y durante todo el curso del viaje continua- 
mos sometidos a esas pequeñas contrariedades que 
no se hacían sentir únicamente durante el mal tiempo, 
como va a verse 

Todos los días, a la madrugada, los marineros 
de la barca tenían obligación de lavar el puente 
del buque, convertido de un día a otro en chiquero, 
calificación nada arbitraria si se tiene en cuenta que 
hubo a bordo un cerdo, comprado por el capitán 
Puig, quien halagaba a los gastrónomos con la idea 
de beneficiarlo un día, que nunca llegó v si se piensa 
que no le faltarían émulos en la soldadesca de la 
barca, entre la cual había un cabo que tenía por 
hábito ir a hacer fiestas a aquel animahto, atraído 
sin duda por la misteriosa ley de las afinidades, 
según se lo explicaba nuestro compañero Dupont 

Por consiguiente, para llenar su tarea con alguna 
conciencia, los marineros tenían que verter sobre el 
puente de la Pm% una porción considerable del 
océano Durante la hora que se invertía en esa faena 



[74J 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



a proa, estábamos como bajo un temporal, aguan- 
tando las impuras filtraciones del agua, lo que obli- 
gaba a algunos a adoptar las posiciones más capri- 
chosas y forzadas a fin de escapar a aquel rocío 
matutino. 

Fácil es comprender la atmósfera que se respiraría 
en la bodega ¡ Gracias sean dadas al Practicante 
D José 1 Este importante funcionario tenía a su cargo 
la desinfección del buque, la que se verificaba dos 
veces a la semana Armado de un balde de agua 
salada sobre la cual dejaba caer algunas gotas de 
ácido fénico, penetraba en la bodega, y, sin respetar 
colchones ni almohadas, esparcía a manos llenas su 
líquido bienhechor Conservan los deportados el re- 
cuerdo de un incidente relacionado con los desinfec- 
tantes, de que fue víctima la capitana del buque, y 
que hubiera costado al Practicante la pérdida de su 
crédito, si no se hubiese apresurado a aplicar el 
bálsamo allí donde había hecho la herida 

Pero, es tiempo de que nos apercibamos de la 
necesidad de seguir a la barca en su movimiento, si 
hemos de adoptar algún orden en nuestra relación. 
Oporrunidad tendremos de hablar de la bodega, en 
el curso de los cuatro meses que tenemos por de- 
lante y que han de deslizarse tan lentamente para 
los presos del océano 

El día 4 de Marzo la barca Putg se hacía a la vela 
en el puerto de Maldonado El coronel Courtin había 
pedido remolque al Almirante Vásquez, pero éste 
se negó a prestarlo, alegando eme sólo había recibido 
orden de remolcar hasta Maldonado, acompañando 
luego la barca hasta la altura del Cabo de Santa 
María 



£75} 



AGUSTIN DE VEDIA 



En efecto, el vaporcito "Fe M nos siguió a alguna 
distancia, durante todo el día Cuando la barca se 
encontraba a la altura indicada, el vaporcito se apro- 
ximó a su costado, con la tropa formada en actitud 
de combate, y el Almirante Vásquez se despidió con 
los siguientes vivas repetidos por su gente, cuyos 
ecos se perdieron en la llanura del océano. 

,Viva la República Oriental' 

4 Vivan las instituciones 1 

jViva el Gobierno constitucional 1 

Nadie respondió a esas exclamaciones a bordo de 
la barca Putg, Sea un movimiento de pudor, sea 
resultado de las malas relaciones del Almirante y del 
Jefe de la expedición, el hecho es que el coronel 
Courtm sólo correspondió con un absoluto silencio a 
las exclamaciones con que el primero se apresuraba 
a desempeñar su papel, agregando el ultraje del 
sarcasmo a la iniquidad del atentado 

¡Qué ironía sangrienta, vivar a la República 
Oriental, en el momento en que se arrojaba a sus 
hijos a un destierro inclemente, vivar a las institu- 
ciones, en el momento en que se conculcaban todos 
los fundamentos del orden legal, y se suprimían 
todas las garantías de la libertad, de la vida y de la 
propiedad, vivar al Gobierno constitucional, en nom- 
bre del escandaloso poder de hecho, impuesto por 
el motín militar que derrocó las autoridades 
constituidas» 

Quince ciudadanos, sepultados en ese momento en 
el fondo de la bodega de la barca Pwg, en medio del 
océano, con rumbo hacia la Habana, eran una protesta 
tan formidable contra la usurpación y el crimen 
prepotentes en la República, que la palabra se habría 

E76) 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



helado en los labios de los esbirros del despotismo, 
si alguna vez los esbirros hubieran tenido conciencia* 

La barca continuó navegando hacia su destino, sin 
accidente alguno Unicamente dos o tres días des- 
pués de la salida de Maldonado, empezóse a tomar 
un extraño sabor al agua, que no tardó en descom- 
ponerse enteramente. Con este motivo, supimos que 
las treinta o cuarenta pipas en que estaba depositada 
el agua, habían contenido primitivamente aguardien- 
te, sin que hubieran sido quemadas, procedimiento 
indispensable para aplicarlas a aquel objeto Se nos 
aseguró que el Ministro de Guerra y el Capitán del 
Puerto habían sido advertidos de la omisión y del 
peligro, y aun, que una de las casas comerciales de 
Montevideo había puesto a disposición del Gobierno, 
desinteresadamente, la cantidad necesaria de pipas 
adecuadas para mantener el agua en buen estado 
Pero la advertencia fue menospreciada y el ofreci- 
miento rechazado. La contingencia que se temía, 
lejos de contrariar, halagaría sin duda a los que habían 
dado un testimonio tan evidente de sus intenciones 
pérfidas y siniestras 

La descomposición del agua en los primeros días 
de un viaje que, según las presunciones más favora- 
bles, debía durar sesenta o setenta días, fue, como 
se comprende, un gran motivo de alarma entre los 
deportados. El buque tenía un aljibe de hierro, que 
podría contener cinco o seis pipas de agua, y que 
debía estar en buen estado, pero, ¿qué era eso cuando 
en el buque había más de setenta personas, que por 
lo menos consumían una pipa de agua diariamente? 

Si el viento no nos fue favorable completamente, 
el tiempo era bonancible en los primeros días, y los 
deportados empegamos a habituarnos a nuestra sitúa- 



[77] 



AGUSTIN DE VEDIA 



ción y a nuestro género de vida Una vez en el océano 
sin descubrir ya riberas, se omitieron algunas de las 
precauciones severas y mortificantes a que estábamos 
sometidos. Pudimos salir de la bodega sin solicitar 
permiso, y pasar desde la proa a la popa del buque. 
Todo en el mundo es relativo, y esas ligeras con- 
cesiones, aliviaban considerablemente nuestra situa- 
ción La vida en el fondo de la bodega que apenas 
recibía un pequeño rayo de luz, sin una manga que 
le comunicara aire, nos habría sido fatal, sin la ven- 
taja de subir a la cubierta a todo momento a respirar 
el aire puro del mar. 

Una vez que obtuvimos esa franquicia, pudimos 
darnos cuenta de muchas cosas y circunstancias igno- 
radas hasta entonces por nosotros Teníamos especial 
interés en averiguar de qué manera se había hecho 
el Gobierno de la barca Pmg y qué medios había 
empleado para darle una guarnición y abastecerla de 
víveres. Extrañábamos que el Gobierno hubiera po- 
dido disponer de los elementos necesarios para dar 
ejecución a sus combinaciones, en la situación tan 
precaria en que se hallaba envuelto, y mucho más, 
que, habiendo realizado esos recurso^ los aplicara a 
la obra de arrojar a quince ciudadanos al otro lado 
de los mares. 

¿Cómo y en qué condiciones se ha hecho el Go- 
bierno de la barca Pmg? ¿Cómo ha podido hallar 
hombres dispuestos a prestar sus servicios en esa 
barca, desde el coronel hasta el soldado > 

El capitán nos hizo saber que su barca había sido 
embargada por el Gobierno de Tezanos para conducir 
a la Habana a los ciudadanos encarcelados en la tarde 
y en la noche del 24 de Febrero. La barca se hallaba 
fondeada en el puerto de Montevideo para recibir 



{78] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



reparaciones y como llevase bandera Oriental, creyó 
el Gobierno de Tezanos que podría disponer de ella 
a Su capricho El capitán Puig protestó contra ese 
acto y el Gobierno, entonces, sometió a árbitros la 
tasación del buque que fue avaluado en la suma de 
doce mil pesos fuertes, cuya suma fue ofrecida a Puig, 
simplemente por el flete hasta la Habana, siendo 
de cuenta del Gobierno todos los gastos de manuten- 
ción durante la navegación Puig no opuso ya resis- 
, tencia y se estipularon en seguida las condiciones del 
pago, recibiendo aquél cinco mil pesos al contado y 
el resto en letras a dos y cuatro meses de plazo 

La guarnición del buque se componía de veinti- 
cinco soldados, un alférez, un teniente y el jefe de 
la expedición Para inducir a los soldados a prestar 
sus servicios, les habían ofrecido, además del pago 
de sus sueldos, una suma en calidad de premio o 
gratificación al término del viaje, debiendo costeár- 
seles su pasaje de regreso, porque, al llegar a la 
Habana, el buque de guerra recobraba su condición 
de buque mercante y quedaba ya exento de todo 
compromiso con el Gobierno que lo fletaba Es de 
suponer que un premio igual se ofreciese a los ofi- 
ciales, al jefe y los demás individuos que formaban 
parte de la expedición 

Los víveres del buque habían sido suministrados 
por la casa de Fanny, eterno abastecedor de los 
Gobiernos desordenados que vienen sucediéndose de 
diez años a esta parte, en la República 

Con los datos que hemos adquirido ulteriormente, 
podemos formular un presupuesto de los gastos he- 
chos por el Gobierno de Tezanos para satisfacer sus 
innobles venganzas Eso presentará otra faz del 



[79] 



AGUSTIN DE VEDIA 



atentado y hará pesar una responsabilidad más sobre 
sus autores. 

He aquí el cálculo aproxímativo de los gastos de 
la expedición 



Sueldo de veinticinco soldados en siete 

meses, a $ 20 cada uno . . $ 3.500 

Gratificación de $ 100 ofrecida a cada 

uno 2 5 00 

Sueldo del alférez, en siete meses, a 

$ 36 . " 252 

Id del teniente, » » » a 

$ 45 . . " 315 

Id del coronel, » ¿ » a 

$ 220 "1.540 

Id del medico, » » » a 

$ 400 . . . . 2.800 
Id del practicante, » » » a 

$ 40 " 280 

Sueldo de 4 marineros de la Capi- 
tanía en siete meses a $ 30 . . 840 



Gratificación de $ 100 ofrecida a cada 

uno . . . . " 400 

Gratificación que se acordará probable- 
mente a los dos oficiales " 2.000 

Gratificación que se acordará probable- 
mente al jefe de la expedición . . " 10 000 

Gratificación que se acordará probable- 
mente al médico " 2 000 

Gratificación que se acordará probable- 
mente al practicante " 400 

[80] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



Importe del fletamento de la barca . $ 12 000 

Importe calculado de víveres embarcados 
a bordo de la barca Putg por la casa 
Fariny * " 20.000 

Por gastos ocasionados últimamente en 
la Habana y en Charleston, de que no 
habrá olvidado tomar nota el coronel 
Courtin . . "4.000 

Por fletamento del buque que ha de 
conducir a la tropa a Montevideo, 
según convenio hecho en Nueva York 
por el coronel Courtm . " 5 500 

Por el importe del pasaje del jefe, ofi- 
ciales, etc " 3 000 

Suma total $ 71 320 



La expedición de la barca Putg importará, pues, 
al país, la suma de setenta y un mil trescientos veinte 
pesos fuertes suma que no sólo representa el abuso 
monstruoso del poder malversador, sino otros tantos 
estímulos ofrecidos a la corrupción y a la venalidad 
de los ejecutores del atentado inicuo 

Ciertamente que nunca soñaron los ciudadanos 
orientales, víctimas de tamaña arbitrariedad, que 
habían de ser un día tan gravosos a la patria, a cuyos 
altares habíamos llevado todos, en una vida más o 
menos prolongada y activa, la ofrenda de nuestros 
generosos sacrificios 

La barca Putg seguía, entretanto, su derrotero. 
El 21 de Marzo es una fecha señalada en la memoria 
de los deportados Ese día hallándonos a 200 millas 
Este de Cabo Frío, a corta distancia de Río de Janeiro, 

£81] 



B 



AGUSTIN DE VEDIA 



encontramos a la barca inglesa Haworby, que nave- 
gaba al parecer con rumbo hacia Montevideo El 
coronel Courtm tuvo la idea de detenerla, para enviar 
por su conducto noticias nuestras a la pama. A una 
insinuación suya, todos nos apresuramos a trazar 
algunas letras a nuestras familias, envolviendo en 
ellas el consuelo que tanto necesitaban en su tristeza 
y desamparo» 

El coronel Courtin entró en un bote con el médico 
Dr Campana y el teniente Suchelli y salió al encuen- 
tro de la barca inglesa En efecto, la barca se dirigía 
a Montevideo, a donde llegó el 2 de Abril, llevando 
nuestras cartas, con alguna excepción, pues se ase- 
gura que el coronel Courtin rompió y echó al agua 
algunas de esas cartas, temiendo, sin fundamento 
alguno, que pudieran comprometerle 

Cuando el bote que llevo al coronel Courtm a la 
barca inglesa se hallaba a alguna distancia de la 
Puig, ocurrióle a uno de nuestros compañeros decirle 
al capitán Puig, en tono de broma, que la ocasión 
era propicia para hacernos a la vela con rumbo a la 
costa brasilera, broma rué más tarde trasmitida 
al coronel Courtm como una tentativa de soborno! 

Poco después tuvieron lugar a bordo escenas des- 
agradables que sirvieron de pretexto, sin duda, al 
jefe expedicionario, para dar desahogo a sus pasiones 
concentradas Hacía ya dos o tres días que se notaba 
alguna desinteligencia entre el capitán Puig y el 
piloto Alsina, contratado por el primero en su cali- 
dad de tal, en la suma de 1.200 pesos fuertes, hasta 
la Habana. Puig pretendía que Alsma no conocía 
sus obligaciones de Piloto, que, obligado a tomar 
diariamente la latitud y longitud, sus observaciones 
resultaban siempre inexactas, y que había sido bur- 



[82] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



lado en su confianza Una tarde, en que todos está- 
bamos reunidos a popa, estalló el resentimiento del 
capitán Puig, que quiso constituirnos en jurado y 
debatir su causa ante nosotros La tormenta duró 
algunos minutos El capitán declaró que abandonaba 
su puesto, uno de sus hijos amenazó a Aisma, que 
es un manso cordero, con la hoja de un cuchillo, y, 
mal habría concluido aquella escena si el coronel 
Courtin, saltando del bote colgado a babor, en que 
conversaba con el coronel Flores, no hubiese inter- 
venido oportunamente, y dado un corte a la cuestión 
Se resolvió que Aisina no tendría en lo sucesivo otro 
carácter que el de pasadero a bordo de la Puig 
i Pasajero, vaya una envidiable condición 1 

El Piloto Alsina hie reemplazado en sus funciones 
por el hijo mayor del capitán Puig, un desgraciado, 
atacado de la terrible enfermedad de la tisis, y acaso 
por lo mismo, naturaleza irritable y nerviosa, que 
necesitaba morder siempre alguna cosa, y que, si algo 
lamentaba, era no poder saciar sus instintos en algu- 
nos de los deportados 

No por haber sido destronado, y marchar en con- 
dición de pasajero, vivió tranquilo el Piloto Alsina. 
Persiguióle en su retiro la saña de la familia del 
capitán, y estallaron sobre su cabeza terribles tem- 
pestades El desdichado viajero debió aprender lo 
que es tomar pasaje en la barca Putg Por corta 
providencia fue condenado a no desplegar los labios 
y a aislarse de todo contacto con los deportados y 
demás gente del buque 

Pero, antes de pasar adelante, debemos presentar a 
nuestros lectores al personaje que representa el papel 
más culminante en la odisea de nuestros días Esta- 
mos tropezando con él a cada paso, y es necesario 



[83] 



AGUSTIN DE VEDIA 



que el lector le conozca bien, para explicarse mejor 
cada una de las escenas en que descuella 

Por otra parte, el deber que nos hemos impuesto, 
al continuar esta historia, iniciada por el Dr. Ramírez, 
nos obliga a ocuparnos preferentemente, y ante todo, 
del Jefe militar que ha querido asociar su nombre 
a una empresa destinada a adquirir tan triste cele- 
bridad Si así no lo hiciéramos, carecería esa historia 
de uno de los rasgos principales y aparecería oscura e 
incompleta Ai aceptar la ejecución de la inicua 
sentencia, el coronel D Ernesto Courtin se ha ex- 
puesto, conjuntamente con ella, al juicio severo de 
sus contemporáneos, como al inexorable fallo de la 
posteridad No extrañe, pues, oír una expresión que 
puede mortificarle, pero que no responde a un pro- 
pósito menguado, sino que, por el contrario, se inspira 
en el sentimiento más elevado de verdad y jus- 
ticia ¿Así pudiera ella encaminarle en el futuro y 
hacerle mirar con horror la participación que le ha 
cabido en los atentados de un despotismo feroz f 

Algunos rasgos ligeros harán conocer al héroe de 
la expedición El coronel D Ernesto Courtin es un 
hombre como de cuarenta años Término medio 
entre el hombre de ciudad, de la que cuenta sus 
proezas de joven, y el hombre de campaña, donde 
ha adquirido sus condiciones de caudillo, es un tipo 
híbrido, en quien se asocian y se confunden los hábi- 
tos, modismos y lenguaje de nuestros paisanos, a 
cierto refinamiento social nunca bien sostenido 

El lenguaje del coronel Courtin se distingue ade- 
más por su extraña impetuosidad Pudiera decirse, 
a su manera, que habla a nendck suelta, sin darse 
tiempo para pensar en lo que ha dicho, ni en lo que 
va a decir, y sin sospechar en lo mínimo las contra- 

(84} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



dicciones en que incurre Carece de ese delicado 
criterio que establece una línea insalvable entre el 
bien y el mal y acusa las menores infracciones de 
la ley moral Así, se le oye referir a menudo, como 
dignas hazañas, o, a lo sumo, como ligeros y perdo- 
nables errores de juventud, acciones que abochorna- 
rían a una conciencia honesta 

Tiene el coronel Courtin cierta viveza y penetra- 
ción de que hace singular alarde, celoso de toda 
superioridad, siendo de notarse a ese respecto que 
apenas la tolera aun en aquellos conocimientos que 
más se apartan de sus facultades Así, no quiere ser 
extraño a la náutica, apoderándose a veces del com- 
pás para medir las distancias marítimas en el plano 
y disputar sobre el rumbo con el capitán Tampoco 
quiere aparecer lego en ciencias, en derecho o en 
literatura, leyendo de todas las obras una página 
Así, se le ha visto hojear Le Partí liberal, cerrarlo 
inmediatamente, y decir con aire de convicción "Estos 
son los libros que han traído a estos hombres a la 
barca Vui¿\ — expresión que encierra, a la verdad, 
un sentido profundo 

El traje del coronel Courtm a bordo, consistía 
generalmente en casaca militar, pantalón claro, de 
particular, sombrero de paja y botas granaderas, no 
cayéndosele nunca el puñal y el revólver de la cin- 
tura Fue con esas mismas armas que se dirigió a 
Visitar la barca inglesa que encontramos en el océano, 
a la altura del Cabo Frío Su traje ordinario varió 
algo en las grandes solemnidades, en que sacaba a 
lucir su casaca de presillas de oro, su pantalón de 
franja de lo mismo y su kepis, o en las épocas de 
desazón o de profundo abatimiento, como en la 
Habana, donde se ponía sobre la camisa el poncho, 



[S5} 



AGUSTIN DE VEDIA 



omitiendo La formalidad del pantalón y de las botas y 
sustituyendo esas piezas del vestuario por unas grandes 
bombachas blancas y unas zapatillas de vivos colores 

Los deportados, por lo general, no tuvieron graves 
motivos para sentirse personalmente agraviados por 
el trato del Coronel Courtin Sea dicha la verdad, 
en honor de ella misma Entre los hombres capaces 
de hacerse cargo de una comisión tan inicua, era él 
quien menos recelo infundía a las víctimas de la 
barca Pmg Nunca pudieron creer que su situación 
a bordo de la barca pudiera en ese sentido ser mejor, 
ni tenían motivos razonables para esperar actos de 
inusitada consideración de parte del ejecutor de las 
órdenes de Tésanos Bien pudo el jefe expedicionario 
aplicarnos algún otro género de tormento, bien pudo 
realizar sus furibundas amenazas de algunos días, en 
que, el mas pintado estuvo en peligro de ser cocido 
a puñaladas, sea a propósito de pequeñas intrigas de la 
camarilla del capitán, sea con motivo del sensible 
extravío de un monito que hacía las delicias del 
coronel Aún debemos tener en cuenta, en su favor, 
la índole, la educación y el genio del hombre 

El Coronel Courtin mantuvo siempre, por otra 
parte, entre él y los deportados, la línea que debía 
separarlos En los primeros días, los denorrados per- 
manecimos en la bodega, con centinela de vista 
Entonces, cuando alguien, Dor alguna ra/ón, tenía 
que ir a popa, solicitaba para ello permiso de sus 
carceleros el centinela trasmitía la voz al cabo, y 
éste al Alférez, quien deliberaba, cuando no consul- 
taba al Teniente Concedido el t>e r miso, iH* detrás 
rM desterrado un soMido con la bavon^a d~s*nvai- 
mr*i Destmés ruando esi nfocu^iaón d^bh consi- 
derarse va inútil, pudieron salir a tomar el aire a la 



[86} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



cubierta de proa, y más tarde, les fue permitido pasar 
desde la proa a la popa del buque, pero siempre 
conservaron el centinela, y en el puerto de Cabedelho 
hubo hasta tres 

El Coronel Courtin comía a la mesa, en la pequeña 
cámara del capitán, mientras los deportados, aun en 
día de lluvia deshecha y de tormentas, se echaban 
sobre la cubierta, sin más mesa que el suelo o las 
rodillas 

La camarilla del coronel y del capitán que, en un 
principio, sirvió de refugio a algunos de los depor- 
tados, en las lluvias torrenciales que caían incesante- 
mente en las costas del Brasil, se cerró definitivamente 
para ellos, como se verá oportunamente, mediante 
un edicto que se fijó a su puerta 

Por un rasgo propio de su carácter, el Coronel 
Courtin era, sin embargo, el primero en condenar 
como injusta la medida de su Gobierno, que él clasi- 
ficaba, en el tecnicismo de sus voces, de una barba- 
ridad. ¿Cómo explicar, entonces, que fuese su más 
celoso eiecutor^ El Coronel Courtin entendía, sin 
duda, llenar sencillamente sus funciones de soldado, 
y, en su calidad de tal, no se creía obligado a juzgar 
o analizar el mérito y la justicia de las órdenes que 
se le impartían Eso podría permitírselo como hombre 
como militar, no era sino una máquina El Gobierno 
podría hacer, pues, cuantas barbaridades de ese género 
pasasen por su mente, mediante la cooperación de 
instrumentos tan eficaces como el jefe expedicionario 
de la barca Putg, jAllá se las entendería con su con- 
ciencia, que, lo que es los militares, nunca la han 
tenido 1 

Así podría traducirse la inteligencia de los deberes 
militares por parte del Coronel Courtin* monstruosa 



[87] 



AGUSTIN DE VEDIA 



subversión de la moral y la justicia, contra la cual 
debemos apresurarnos a elevar una protesta enérgica 

Con arreglo a ningún criterio legal y humano, si no 
es el de su propia degeneración, pueden los militares 
ser relegados a tan bajo nivel No estérilmente Dios 
ha colocado en todo hombre una chispa del fuego 
divino, al darle la conciencia del bien y del mal, 
de lo bueno y de lo verdadero, de lo justo y de lo 
atentatorio Ese es el sello que distingue y caracte- 
riza su personalidad, y ninguna ley puede tener por 
objeto destruir ese sello, deprimir esa personalidad, 
conviniéndola en máquina al servicio de las pasiones 
o de los caprichos de un gobernante 

No por el hecho de ser militar, el individuo ha 
abdicado la conciencia que Dios ha hecho insepa- 
rable de él, y que ninguna ley puede arrancarle La 
obediencia ciega y pasiva a la voluntad de un superior 
está muy lejos de constituir un deber y menos una 
virtud en el militar Si así fuese, la milicia habría 
perdido el carácter que la ennoblece, para degenerar 
en un oficio algo peor que el del verdugo, que deja 
caer sobre el reo la cuchilla exterminadora, en nombre 
de una justicia implacable, precedida de las solemni- 
dades de un proceso legal 

Más arriba de las órdenes superiores está la ley escri- 
ta, y aun más arriba de la ley escrita está la ley moral 
que relega el crimen a la execración de las edades 

"Un soldado, un gendarme, un carcelero, o cual- 
quier otro funcionario o agente de la fuerza pública, 
dice Rossi, en su obra de Derecho Penal, no deja 
por eso de ser hombre, es decir, un ser moral y res- 
ponsable El hombre, en verdad, no puede ser un 
instrumento material; no le es dado renunciar a su 
conciencia, nadie tiene el derecho de exigirle su sacri- 

{88} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



ficio, nadie puede expedirle una dispensa de la ley 
moral y sustraerlo a toda responsabilidad. Luego, la 
obediencia debida por el inferior al superior es una 
obediencia razonada, inteligente, y ella supone inde- 
clinablemente la legitimidad de la orden impartida 
es ése el principio moral, eterno, inmutable'* 

La historia ha recogido el rasgo de un noble que, 
requerido por su príncipe para dar ejecución a una 
sentencia inicua, exclamó señalando la galería de 
retratos de sus antepasados "En todos ellos veo leales 
caballeros, no encuentro un asesino" Así inspirán- 
dose en la memoria de todos los que ilustraron las 
armas por su valor y su hidalguía, todo militar de 
honor debe decir a los gobernantes que requieren 
su ayuda para consumar atentados sin medida, con 
menoscabo de las leyes, de que únicamente emana 
toda legitimidad y todo poder tl Soy soldado, no soy 
verdugo Soy la espada puesta al servicio de las insti- 
tuciones, no el instrumento de los opresores y de 
los tíranos", 

Pero, apenas es necesario elevarse a esa altura para 
inspirar una justa repulsión hacia los militares con- 
vertidos en instrumentos pasivos de la tiranía 

La historia de la Francia, ofrece el ejemplo de un 
verdugo que, requerido por la autoridad para llevar 
a cabo una ejecución arbitraria, sin que en la conde- 
nación hubiesen intervenido jueces, ni se hubiesen 
llenado las formalidades legales, se rehusó a ello, 
declarando que no era un asesino, sino un funcio- 
nario instituido por ley, que sólo debía llenar su 
ministerio, cuando, cumpliéndose las condiciones de 
la ley, la justicia hubiese pronunciado su fallo 
inapelable 



[89} 



AGUSTIN DE VEDIA 



En presencia de ese hecho ocurre esta observación 
^no está más abajo que el verdugo, en ese caso, el 
Jefe militar que se hace ciego ejecutor de los man- 
datos arbítranos de un gobernante que no reconoce 
límites a su autoridad mvasora y prepotente ? 

Y si la doctrina que sostenemos es universal y de 
aplicación general a todos los pueblos, con presan- 
dencu de la forma de su régimen constitucional, 
aplicación más severa, mayor fuerza debe tener en 
una sociedad democrática, donde las funciones de los 
poderes públicos están expresamente determinadas, y 
donde, por lo mismo, la ley hace pesar sobre todos 
y cada uno de los grandes como de los pequeños 
funcionarios, la responsabilidad de los actos que 
inician, autorizan o ejecutan, en la esfera de sus 
funciones respectivas 

Bajo el régimen democrático-representativo, el 
gobierno se instituye para asegurar a la sociedad los 
beneficios de la libertad y las garantías de la justicia, 
y cada uno de los funcionarios que componen la 
administración pública tienen el deber de conocer y 
de respetar las leyes cuya infracción trae aparejada 
una responsabilidad civil y penal, en la que, ante todo 
reside la mejor garantía de la efectividad de los 
derechos v de las libertades consagradas 

En una defensa notable, que hace honor al foro 
argentino, producida con motivo de los últimos sucesos 
nolíticos en que se ha visto envuelta la República 
Argentina, hallamos sobre esta importante cuestión 
al,cunas consideraciones que deseamos reproducir, 
supliendo así la deficiencia de nuestros propios 
argumentos 

De diversos puntos de partida, llegamos a idén- 
ticas conclusiones Demostrando lo que es el militar 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



en la organización política de la República y en el 
seno de la democracia, y haciendo resaltar la dife- 
rencia que existe entre esa organización y la que 
presuponen los principios y máximas de la ordenanza 
española, termma el escrito a que nos referimos con 
estas reflexiones de irresistible lógica 

"El militar entre nosotros, es el ciudadano a quien 
la Nación ha entregado las armas para defender la 
integridad de su territorio contra los ataques del 
exterior, y el imperio de la Constitución, y de las 
leyes, en el interior A él están confiadas la guarda 
de la Constitución, el respeto a la ley, la conser- 
vación de las libertades y garantías del pueblo, de 
que forma parte Su primordial deber, cuyo cumpli- 
miento garante bajo la fe del juramento, es defender 
la Constitución y las leyes, a que está ligada íntima- 
mente la existencia de la Patria, contra cualquiera 
que osara conculcarlas, sirviendo así los intereses del 
pueblo, único soberano de que emana toda autoridad 
y todo poder constituido en el Estado 

"Lejos de servir los intereses de una persona y de 
considerar las determinaciones de su voluntad como 
la única regla de sus actos, el militar sólo puede 
servir los intereses del pueblo, y únicamente puede 
considerar como regla invariable de sus actos las 
prescripciones de la Constitución y las leves, de que 
en ningún caso le es lícito prescindir, cualesquiera 
que sean las órdenes que reciba de una autoridad 
superior en jerarquía El mayor crimen que pudiera 
cometer, es la traición a la Patria, es la violación 
de la Constitución, es el desconocimiento de la sobe- 
ranía del pueblo, es en fin, la conculcación de las 
Wes, norque entonces vo 1 vena sus armas contra su 
Patria, habría violado la fe de su juramento y habría 



[91} 



AGUSTIN DE VEDIA 



conspirado contra la naturaleza y fmes de la insti- 
tución a que pertenece 

"Esta responsabilidad personal del militar, en el 
desempeño de sus deberes, no se opone en manera 
alguna a la naturaleza de la institución de un ejér- 
cito permanente, en un país republicano y libre 
Verdad es que exige una obediencia inteligente y 
razonada, por lo mismo que es responsable, en un 
grado mayor que lo que fuera requerido en un país 
gobernado por una monarquía absoluta En este caso 
la voluntad del monarca, directa o indirectamente 
manifestada, es la única regla de conducta, y el mili- 
tar sólo necesita ejercitar su criterio para persuadirse 
de la exactitud y legitimidad de origen de la orden 
recibida, sin cuidarse de las consecuencias que ella 
pudiera ofrecer, ni detener su ejecución por el juicio 
propio que llegara a formar sobre su conveniencia 
o su conformidad con los intereses generales; mientras 
que, en el primer caso, el militar debe apreciar, so 
pena de comprometer su honor y violar el primer 
deber de su profesión, no sólo si la orden recibida 
tiene su origen legítimo, sino también si ella es con- 
forme a la Constitución y a las leyes, porque sólo 
entonces le es obligatoria su observancia 

U E1 militar sabe que es un ciudidano, en el pleno 
ejercicio de sus derechos políticos, que la Nación le 
ha puesto las armas en la mano, t>ara defender sus 
instituciones y su integridad territorial, que lo ha 
constituido en autoridad, y forma parte de la fuerza 
pública, para hacer prácticas y efectivas las garantías 
y Descripciones constitucionales, que su misión lo 
obliga a ser celoso guardián de las libertades públi- 
cas, y que siendo él mismo un hombre libre, sólo 
está sometido en los asuntos del servicio público, que 



[92] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



desempeña, a las personas que ejercen la autoridad, 
como mandatarios del pueblo en el modo y forma 
que la Constitución determina 

"Así, antes de cumplir una orden, antes de ejecu- 
tar un mandato, él debe verificar I o ) Si la persona 
de quien lo recibe tiene, según la Constitución y las 
leyes, autoridad legítima para darla, 2 o ) Si la orden 
contiene un precepto relativo a ios asuntos del ser- 
vicio miirtar, 3 o ) Si ella no impone una acción 
u omisión contraria a la Constitución o a las leyes; 
porque sólo después de este examen puede apreciar 
si la orden que recibe tiene un origen legítimo, si 
se refiere a los deberes de su profesión, y si le es 
permitido obedecerla sin cometer un delito de cuya 
ejecución se haría personalmente responsable Jamás 
podría cumplir una orden contraria a los preceptos 
y garantías que la Constitución establece, o que pres- 
cribieta un acto prohibido por las leyes, porque sabe 
que no hay persona alguna en el orden civil o mili- 
tar constituida en autoridad legítima, que tenga un 
poder superior al poder y autoridad de la ley Jamás 
podría cumplir una orden semejante, porque sabe 
que, ejecutándola, habría cometido un delito previsto 
y castigado por la ley, respecto del cual no podría 
excusarse con la obediencia que debe a sus superiores, 
desde que esa obediencia sólo puede referirse a los 
asuntos del servicio, que no puede nunca consistir 
en contrariar precisamente los objetos y fines de su 
institución 

"Se ha pretendido muchas veces legitimar la obe- 
diencia pasiva, como una condición necesaria de la 
conservación del orden y disciplina de los ejércitos, 
pero fuera de que, en rigor, esa teoría de la obe- 
diencia pasiva es moralmente falsa, ella sería de todo 



£93] 



AGUSTIN DE VEDIA 



punto imposible en un país regido por instituciones 
libres 

Decimos que es moralmente falsa, porque jamás 
puede despojarse al hombre de su carácter moral y 
de la inteligencia con que Dios lo ha dotado, para 
convertirlo en una mera máquina. Esa inteligencia 
que obliga forzosamente al hombre a examinar sus 
actos, es, por otra parte, indispensable para el cum- 
plimiento de los deberes militares, en cuyo favor se 
invoca la obediencia pasiva, porque esos mismos 
deberes requieren la aplicación de la inteligencia y 
de la actividad del hombre, so pena de convertirlo 
en un elemento subversivo y disolvente de la insti- 
tución misma a que pertenece Si la obediencia pasiva 
importa siempre el cumplimiento literal de una orden, 
sin reflexión ni examen, su observancia sería con 
frecuencia un elemento de confusión y de anarquía. 
¿Acaso no es preciso que algo quede confiado a la 
discreción y buen criterio del que la ejecuta, por 
detallada y completa que sea la previsión del que 
la expida' ¿No es por ventura necesario que el que 
obedece conozca el mecanismo y los resortes de la 
administración en que sirve, y sepa graduar la inten- 
sidad y el alcance de sus deberes, para no cometer 
un atentado contra los derechos que debe respetar ? 
¿La disciplina y subordinación más estricta, no supone 
el conocimiento de la jerarquía militar, para poder 
contener la obediencia en sus justos límites, para 
impedir los abusos de inferior a superior en grado, 
para que los detalles correspondan a la unidad del 
plan, para que la dirección sea eficaz y verdadera? 

«No se reflexiona, dice un distinguido publicista 
«liberal (Benjamín Constant, Curso de polít. const , 
«cap II), al exaltar la obediencia pasiva, que los 

[94] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



« instrumentos demasiado dóciles, pueden ser emplea- 
« dos por todas las manos y dirigidos contra sus primi- 
« uvos dueños, y que la inteligencia que lleva al 
« hombre al examen, le sirve también para distinguir 
« el derecho de la fuerza, aquei a quien corresponde 
« el mando del que lo usurpa Ninguno duda, que 
« en tesis general, la disciplina sea la base índispen- 
« sable de toda organización militar, que la puntúa- 
« lidad en la ejecución de las órdenes recibidas sea 
«el resorte necesario de toda administración civil 
« Pero esta regla tiene sus límites esos límites no se 
« dejan describir porque es imposible prever todos 
« los casos que puedan ocurrir, pero ellos se perciben, 
« la razón de cada uno los advierte, cada uno los 
« juzga, y los juzga necesariamente como único juez, 
« por su cuenta y riesgos* Si juzga mal, incurrirá en 
« pena, pero jamas podrá conseguirse que el hombre 
« pueda prescindir del examen y pasarse de la ínteli- 
«gencia que la naturaleza le ha dado para condu- 
« arse, y de que profesión alguna puede dispensarse 
«de hacer uso» 

"Si la obediencia pasiva es en si misma impo- 
sible, rigorosamente hablando, lo es sin duda en todas 
sus aplicaciones en un país regido por instituciones 
republicanas y libres No se concibe entonces la exis- 
tencia del soldado máquina, ni una obediencia incons- 
ciente y ciega Cada soldado, es un ciudadano, con 
iguales derechos y prerrogativas que los demás, tem- 
poralmente modificadas por razón del servicio que 
presta y en cuanto son incompatibles con ese ser- 
vicio Se encuentra armado para mantener por la 
fuerza, en caso necesario, el respeto de esos derechos 
y prerrogativas, que constituyen la libertad civil y 
política consagrada por las instituciones a cuya 



[95} 



AGUSTIN DE VEDIA 



defensa está dedicado Siendo la responsabilidad per- 
sonal la regla invariable del ejercicio de toda función 
publica, en un país regido por el sistema represen- 
tativo republicano, el militar necesita juzgar si la 
orden que recibe tiene un objeto contrario al que 
debe dirigirse el empleo legitimo de la fuerza de 
que dispone, para no convertirse en reo de un delito 
y en agente destructor de lo que está encargado de 
guardar ¿Cómo se explicaría en la República la 
existencia legal de una fuerza armada, que a la orden 
de su Jefe prendiera al Presidente, disolviera el Con- 
greso, dispersara los magistrados que desempeñan el 
Poder Judicial, sin incurrir en responsabilidad, porque 
la disciplina exige obediencia a sus superiores ? ¿Man- 
tendría y pagaría la Nación una institución que en 
cualquier momento pudiera, sin cometer un atentado 
punible, convertirse en agente de su disolución?" 

Hasta aquí la reproducción La doctrina des- 
arrollada respecto a los deberes militares es de tanta 
importancia y trascendencia en la vida de un pueblo 
como el nuestro, que no hemos retrocedido ante la 
extensión de esa transcripción, con tal de fijar los 
principios invariables en que reposa "La cuestión de 
la obediencia pasiva, como dice ei autor antes citado, 
es una de aquellas de que el espíritu de parado y las 
pasiones políticas han abusado más, los unos para 
relajar todo vínculo de orden, de subordinación, de 
jerarquía militar y política, los otros para hacer del 
soldado una máquina al servicio de la tiranía". 

Ante las conclusiones de la moral y del derecho 
es inútil, pues, que pretendan sustraerse a la respon- 
sabilidad de sus actos los miembros del Gobierno 
que decretó la deportación, como el Jefe militar que 
fue complaciente ejecutor de ese atentado 

(96] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



¡Aceptando el puesto del verdugo, llevando a cabo 
esa medida execrable, con violación de todas las 
garantías constitucionales, con escarnio de la huma- 
nidad y de la civilización, el Coronel Courtm, lejos 
de haber llenado un deber, ha mancillado Sus insig- 
nias militares, y debiera ser arrastrado un día al 
banco de los acusados, en desagravio de la misma 
honra militar, tan abatida en un país en que la 
espada que la Nación confía para la defensa de su 
régimen constitucional se convierte en el puñal de 
los conspiradores y sirve para destruir, en una noche 
tenebrosa, toda la obra paciente de las instituciones, 
levantando sobre los escombros de la legalidad 
caída, el remado de los hombres en cuya frente la 
sociedad ha impreso una perpetua marca de infamia, 
y ante los cuales no temió rendir su espada el mismo 
Coronel Courtin, Jefe en armas del Gobierno cons- 
titucional derrocado' 

La necesidad de hacer nueva provisión de agua y 
de refrescar los víveres, indujeron al Coronel Courtin 
a hacer escala en el puerto de Pernambuco Acaso 
impulsábale también otro interés, muy natural por 
otra parte, el de orientarse sobre la situación del 
país, que habíamos dejado en medio de una crisis 
violenta y presa de un partido personal, cuyos mismos 
caudillos estaban acechando el momento propicio 
para disputarse entre sí los frutos de la victoria 

Los deportados acogimos con placer la noticia de 
esa escala en Pernambuco Era no sólo un grande 
alivio en nuestro penoso viaje, sino que íbamos 
a estar en situación de comunicarnos con nuestras 
familias alarmadas, de obtener a nuestra vez noticias 
de la Patria, y — ¿por qué no decir lo? — tal vez 
íbamos a encontrarnos allí con una agradable sor- 

Í973 



AGUSTIN DE VEDIA 



presa. Acaso el Gobierno, vencido por el clamor y la 
indignación pública, había tenido que revocar la 
medida de que éramos víctimas. No dejamos de aca- 
riciar esa vaga esperanza, y el que escribe, muy espe- 
cialmente, debe decir con la más completa ingenuidad, 
que no creyó se consumase absolutamente la depor- 
tación a la Habana, sino después que la barca Pmg 
levó anclas y desplegó sus velas en el puerto de 
escala de Cabedelho- 

Había, en primer lugar, en nuestro espíritu, una 
resistencia natural a admitir la realidad de un hecho 
en que aparecía torpe y groseramente sofocada la voz 
de la razón y de la naturaleza, torpe y groseramente 
atacados los sentimientos de humanidad y los derechos 
del hombre, torpe y groseramente desconocidas las 
lecciones vivas de la historia, en las cuales se aprende 
que todas esas fuerzas humanas crecen y se dilatan 
bajo la presión del despotismo, acabando por con- 
mover y desmoronar los más fuertes poderes 

Además de eso, concurrían diversas circunstancias 
a dar alimento a aquella creencia Sabíamos que 
algunos personajes del cuerpo diplomático extranjero 
habían interpuesto generosamente sus oficios en 
nuestro favor y pedían se modificara la reso- 
lución del Gobierno en términos que llenaran el 
propósito del extrañamiento, sin las mortificaciones 
y peligros a que nos sometía el viaje en una embar- 
cación a vela en las condiciones de la barca Putg. 
La interposición de esos agentes, tratándose de un 
acto oficial de que eran víctimas unos cuantos ciu- 
dadanos, era una manifestación inequívoca de la 
indignación que había arrancado el hecho, en toda 
fibra humana ¿Cómo no había de ser vencido por 
esas manifestaciones el Gobierno que no tuviese la 



[98] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



intención de conspirar obcecadamente contra su 
propia estábil idad? 

No debemos ocultar otra reflexión de nuestro espí- 
ritu, en esas horas de actividad fecunda en que pasa 
revista a los sucesos, y suple lo real con lo imagi- 
nario, dando lo posible por verosímil y lo verosímil 
por verdadero Recordábamos que el Coronel Courtin 
había hecho telegrama desde Maldonado, con fecha 
2 de Marzo, comunicando a su Gobierno la propo- 
sición que le habían hecho algunos de ios depor- 
tados, quienes se obligaban, si se les dejaba en un 
puerto del Brasil, a tomar el primer vapor que los 
trasportase a Estados Unidos, o a la Habana, si tal 
era el empeño Ese telegrama no había recibido con- 
testación hasta el 4 de Marzo, en que la barca Putg 
se hacia a la mar, dejando el puerto de Maldonado 
< Quién sabe, si al fm, se dio una contestación favo- 
rable, aunque calculadamente retardada hasta que se 
hubiese verificado nuestra partida ? Si así hubiese 
sido, ¿no vendríamos a tener conocimiento de ella 
en Pernambuco, a despecho del Gobierno que no 
previó nuestro arribo a ese puerto? En ese caso Per- 
nambuco tenía que ser el término de nuestra 
peregrinación 

Llevábamos ya un mes de navegación, cuando se 
nos dijo una tarde que sólo faltaba una singladura 
para entrar en el puerto de Pernambuco Toda la 
noche de ese día remó un viento fuerte y favorable 
que, con mayor razón, nos hizo esperar la confir- 
mación del anuncio Pero sobrevino la mañana y no 
se vio signo alguno que denunciase la proximidad 
del puerto, aunque navegábamos muy cerca de la 
costa Pasó ese día, y el siguiente, y llegó el tercero, 
sin que se avistase a Pernambuco Súpose que lo 



[99} 



AGUSTIN DE VEDI A 



habíamos dejado atrás, sin duda por ineptitud o impre- 
visión del Pilota. Y una vez que eso había suce- 
dido, se hacia difícil remontar las corrientes entonces 
contrarias y los vientos también generalmente adver- 
sos. La barca Pmg bordejaba inútilmente, sin ade- 
lantar en la jornada La fuerza de las corrientes la 
alejaban más y más del puerto a donde quería 
dirigirse. 

En esta situación nos hallábamos, cuando el con- 
sejo de a bordo, resolvió tomar un práctico que diri- 
giese el buque Se 120 la bandera de estilo en el 
palo de proa, y se bao rumbo a una ¿angada que 
se avistaba en el horizonte. Las jangadas son una 
especie de embarcación indígena, usada por los pesca- 
dores de las costas del Brasil y que consiste simple- 
mente en un hacinamiento de maderos, afilados en 
sus extremidades Una tabla de medio metro escaso 
de ancho y uno de profundidad que se introduce de 
costado en el centro de la ¿angada, hace el servicio 
de quilla. Un pequeño remo, fijado a uno de los 
extremos de la nave, sirve de timón Una vela de 
tela delgada, adherida a una gruesa caña de bambú, 
y que es necesario humedecer de tiempo en tiempo 
para darle tensión, da a esas embarcaciones una 
prodigiosa rapidez. Dentro de la ¿angada llevan los 
pescadores una cesta de mimbres para echar el pes- 
cado y un gran mate donde guardan bananas para 
su alimento. A veces, una fuerte turbonada da vuelta 
a la ¿angada, pero fácil es a los marineros restablecer 
su posición natural. Generalmente dos son los hom- 
bres que tripulan la ¿angada, y a veces uno de ellos 
duerme sobre la vela colocada en forma de hamaca, 
mientras el otro vela. Sólo en climas templados, 
donde las aguas se conservan siempre a una suave 



[100} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



temperatura, puede utilizarse esa clase de embarca- 
ción que, naturalmente, obliga a los pescadores 
a llevar los pies en el agua mientras están de pie o se 
sientan en banquillos fabricados sobre los maderos 
hacinados Esos pescadores viven casi siempre en el 
líquido elemento y no temen alejarse hasta cincuenta 
millas de las costas 

En busca de uno de esos tripulantes de jangada 
dirigióse la barca Putg, abdicando tristemente su 
ciencia La jangada comprendió el llamamiento, y 
menos huraña que otras que huyen de todo contacto 
con los buques que hallan en el océano, vino al 
encuentro de la barca que se puso a la capa. Ya 
a su costado, entablóse entre el capitán de la barca 
y el capitán de la jangada, un diálogo de que no 
queremos privar a la historia, 

— ¿Dónde está Pernambuco? — preguntó el capi- 
tán Pvug, dando a conocer en su primera interpe- 
lación que no sabía dónde se hallaba Seo Joan, 
que así se llamaba el capitán de la jangada marcó 
la dirección con la mano diciendo: 

— Fica 14. 

— ¿A qué distancia está de aquP 
— Dez a sets legoas 

— Necesito que venga uno de ustedes a bordo, 
para servir de práctico, dijo el capitán Puig, diri- 
giéndose a los dos individuos de la jangada 

—¿Cuánto da V.S> 

— ¿Cuánto quiere ganar usted? 

— ¿Quiere V S. pagar ctncoenta md rets^ 

— Suba usted 



UOi] 



AGUSTÍN DE VEDIA 



Seo Joan subió a bordo de la Puig y fue a ocupar 
su puesto al lado del timonel, indicando desde allí 
el rumbo que debía seguirse y dirigiéndose él a su 
vez por la posición del sol durante el día y de las 
estrellas durante la noche j Buena la habríamos tenido 
durante un recio temporal con semejante pilotaje ' 

El tiempo continuó sereno, pero estaba escrito que, 
ni con el auxilio de la jangada adelantaría la barca 
Pmg hacia el encantado puerto de Pernambuco En 
vano Seo Joan interrogaba a las estrellas, y la barca 
Pmg bordejaba, ni el Joan de la pngada, ni el Joan 
de la barca podían vencer el impulso de las corrien- 
tes empeñadas en llevarnos a otro destino 

Después de dos días de inútiles bordadas, el 6 de 
Abril, el Coronel Courtin decidió por consejo del 
capitán, abandonar a Pernambuco y dirigirse a Para- 
hiba, capital de otra Provincia del Brasil, distante de 
aquel puerto treinta leguas, cuyo acceso se conside- 
raba fácil por el curso favorable de los vientos y 
de las comentes que nos empujaban hacia aquella 
dirección 

Los deportados nos sentimos desagradablemente 
impresionados al conocer esa nueva resolución, pero 
tuvimos buen cuidado de no manifestarla resignán- 
donos a ese golpe, como nos habíamos resignado 
a todo lo que había decretado con relación a nosotros 
la voluntad omnímoda de los Tezanos, en nuestra 
infortunada y vilipendiada patria. 

Hay épocas en la vida en que esa resignación 
supone una virtud estoica. En pueblos viriles como 
los nuestros son comunes los arranques del valor y la 
vida no vale el precio del honor. Se afrontan fácil- 
mente los combates, y se sabe morir en ellos sin 
debilidad Pero, ese campo de lucha se cierra cuando 



C102} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



bajo un régimen opresor y tiránico, los ciudadanos 
caen en la condición de víctimas inermes* Ya no es 
el valor marcial el que decide de nuestro destino. 
Uncidos a la cadena de la prisión, desarmados ante 
la fuerza, es inútil la resistencia, es absurda la provo- 
cación. Un pensamiento sublime ilumina entonces la 
mente de los mártires que se refugian en la espe- 
ranza de mejores tiempos, y confían en esa justicia 
inexorable de la historia que decreta la caducidad 
y la muerte de todos los poderes cimentados sobre 
la violencia y el crimen La conciencia de la virtud 
y de la inocencia esparce entonces la serenidad y la 
calma en sus corazones La fe en el triunfo de los 
principios, en la vindicación de los oprimidos, los 
alienta y los retempla Los verdugos se asombran 
muchas veces de la expresión serena que alumbra 
la fisonomía de sus víctimas no comprenden que 
hay para ellos un más día que acabará con el rei- 
nado de la opresión y que levantará un día de su 
abatimiento a la moral ultrajada 

No bajo la influencia de otras impresiones se 
hallaban los deportados en la barca Pmg Pero, aban- 
donemos esa digresión para seguirlos en su pere- 
grinación La barca dirigió, pues, su proa, hacia el 
nuevo puerto indicado, del que sólo nos separaban 
veinte y cuatro horas 

A la mañana siguiente, estábamos a algunas millas 
de Cabedelho, puerto brasileño que se halla en la 
embocadura del río Parahiba El capitán no se atrevió 
a seguir adelante por serle desconocido el derrotero 
y no bastarle los conocimientos del improvisado piloto 
de la jangada En consecuencia, izó la bandera pidiendo 
práctico La bandera que al efecto enarbolaba el 
capitán Puig era la española, lo que podría suscitar 



{103} 



AGUSTIN DE VEDIA 



alguna duda sobre la nacionalidad que representaba 
aquella barca de guerra 

Algunas horas después se avistó otra ¿angada con 
una pequeña bandera que indicaba su condición, y 
no tardó en subir a bordo un flaco personaje, con 
los botines en la mano* era el práctico del puerto 
Este, que, a la verdad entendía su profesión, dirigió 
las difíciles maniobras de la barca en su penosa 
entrada en el puerto de Cabedelho 

Lo primero que, en la costa, se ofreció a nuestra 
vista, fue una fortaleza abandonada, cuya construc- 
ción arrancaba de la época colonial y que tenía 
alguna analogía con nuestro viejo Fuerte de San José. 

Paralela a la fortaleza, se levantaba la población 
de Cabedelho, con sus casas de teja, a que daban 
sombra eíevadísimos cocoteros, inclinados bajo el peso 
de las frutas apiñadas en su copa, ofreciendo uno de 
los más pintorescos cuadros a la vtsta del viajero 

Frente a esa población y a menos de cincuenta 
metros de la orilla, fondeó la barca Putg El Coronel 
Courtm ordenó que el Teniente Zucchelli, con los 
cuatro marineros de la Capitanía, bajase a hacer un 
reconocimiento o una descubierta en el pueblo, y 
a entenderse con la autoridad local para manifes- 
tarle la causa del arribo forzoso del buque a ese 
destino. 

La expedición regresó con algunas provisiones, 
compuestas de dulces y de cocos, y con una adqui- 
sición importante de dos carneros padres, hecha por 
el Teniente Zucchelli, quien desgraciadamente creyó 
ver propiedades inmejorables donde los inteligentes 
habrían visto insanables inconvenientes, dado el des- 
tino de aquellos preciosos animalitos Así fue que la 
carne beneficiada apenas pudo pasar envuelta en la 



[104] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



salsa preparada por el cocinera de la Putg, a cuyas 
dotes nos complacemos en hacer justicia, siquiera sea 
en compensación de las penas que devoró alguna vez 

El subdelegado de Cabedelho, única autoridad del 
lugar, anunciaba una visita al Coronel Coumn por 
intermedio del Teniente Zucchelli Efectivamente, no 
tardamos mucho tiempo en conocer al subdelegado, 
quien nos entretuvo vanas veces narrando propias 
y ajenas hazañas. 

Después de haberse enterado el Coronel Courtin 
de la posibilidad de proveerse en Cabedelho de los 
víveres necesarios, desistió de subir hasta Parahiba 

Cuando se trató de arribar al puerto de Pernam- 
buco, se convino con el Coronel Courtin en que de 
allí podríamos dirigir un telegrama a nuestras fami- 
lias Al variar de dirección y encaminarnos a Parahiba, 
el Coronel Courtin declaró que de todos modos 
podríamos mandar el telegrama* En Cabedelho se 
habló de lo mismo, y contando con el asentimiento 
del Jefe de la expedición, se trató de hallar una 
persona que hiciera viaje a Pernambuco para que 
de allí dirigiese el telegrama, remitiera nuestra corres- 
pondencia y recogiese los diarios que pudieran ilus- 
trarnos sobre la situación de la República Oriental 
con posterioridad a nuestra prisión y destierro 

Hallamos un mensajero en quien menos calidades 
aparentes, para ese objeto, revelaba a nuestros ojos 
No conocíamos todavía, sino muy superficialmente 
al Dr D José Campana, quien, encadenado en el 
estrecho recinto de popa de la barca Putg, como un 
ave en su jaula, no había tenido ocasión de des- 
plegar a nuestra vista sus calidades distintivas 

Aprovecharemos esta oportunidad de trazar a gran- 
des rasgos el retrato moral del Dr Campana Cuando 



[105 3 



AGUSTÍN VB VBDIA 



se presentó por primera vez una noche a saludarnos, 
en el fondo de la bodega oscura y lóbrega de la 
barca, alumbrada apenas por un cabo de vela, su 
nombre, el ofrecimiento de sus cuidados científicos, 
arrancónos una expresión involuntaria de hilaridad 
No le conocíamos aún; menos debíamos esperar que 
el Gobierno de Montevideo que nos arrofaba a los 
infiernos, se preocupase de enviarnos Médico, y 
mucho menos aún debíamos creer que un Médico 
de reputación y de ciencia, abandonase su posición, 
su clientela, el mundo, en una palabra, para ir 
a encerrarse con nosotros en aquel sepulcro desti- 
nado a flotar sobre la superficie del océano, cuando 
otra cosa no decretaran las olas y los vientos A la 
verdad que, todas esas reflexiones eran naturales y 
lógicas. 

Pero, faltaba conocer al Dr Campana, explorar 
el fondo de su carácter, los móviles de su conducta, 
las fuerzas impulsivas a que cedía Las reflexiones 
aplicables a la generalidad de los hombres, fallan 
en una excepción dada El Dr. Campana era esa 
excepción El sello distintivo de su carácter es una 
impaciencia febril, que tiende a renovar, tanto como 
puede, los horizontes y las escenas en que se des- 
envuelve su prodigiosa actividad No hay impresión 
que prevalezca en él sobre la que despierta una pers- 
pectiva nueva, un cambio de decoración en el esce- 
nario de la vida 

Su imaginación inquieta no se detiene mucho 
tiempo en un objeto, en una idea, pero bástale 
generalmente ese tiempo para darse cuenta de lo que 
reclamaría estudio y meditación en la generalidad 
de los hombres Así nos explicamos su profesión 
científica en la que ha acreditado idoneidad y com- 



11061 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



petencia, y a cuyos recursos han necesitado apelar 
casi todos los deportados, el Coronel Courtin y muchos 
de los individuos de la guarnición y de la tripu- 
lación de la barca. 

Tampoco de otra manera se explica su condición 
de Médico a bordo de la barca Putg El Dr Campana 
tenía en Montevideo su clientela, sus relaciones, su 
familia Pero el viaje oficial que se le proponía era 
una emoción fuerte que rompía la monotonía de la 
vida ordinaria iba a llenar funciones altamente 
humanitarias en un viaje que ofrecía aventuras 
romancescas Era bastante para precipitar al Dr. Cam- 
pana en esa jornada 

La comunidad de nuestro destino, la vida íntima 
y familiar que hemos arrastrado medio año en el 
mar, nos ha hecho reconocer recíprocamente, y hemos 
podido descubrir durante ese tiempo apreciables cali- 
dades en el hombre y en el médico 

Fue, pues, el Dr Campana quien se ofreció a tras- 
ladarse a Pernambuco, con el fin indicado, saliendo 
en efecto para aquel destino el 10 de abril por la 
tarde 

Con grande asombro de nuestra parte, el Dr Cam- 
pana estuvo de regreso a la madrugada del tercer 
día de su partida Había tenido que remontar el 
río en una canoa hasta Parahiba, distante tres leguas 
de Cabedelho, allí había tomado caballos y acom- 
pañado de un baqueano se había puesto inmediata- 
mente en camino, viajando toda la noche, hasta 
llegar a su destino Una vefc en Pernambuco, se 
había dirigido al Correo, a la oficina telegráfica, al 
Consulado, y aun no le había faltado ocasión de 
hablar detenidamente con el Sr D José Vasconcellos, 
Redactor del Jornal do Recife, órgano del partido 



1107} 



AGUSTIN DE VEDIA 



liberal, a quien instruyó de las condiciones en que 
veníamos los deportados en la barca Putg 

Esa conferencia del Dr. Campana con el señor 
Vasconcellos debía tener las más importantes conse- 
cuencias, si bien, por una extraña fatalidad no debían 
ellas alcanzar a los ciudadanos orientales arrastrados 
lejos de su patria y de sus hogares 

El Sr Vasconcellos, alma generosa y sensible, 
fuertemente impresionada con la pintura de nuestro 
infortunio, espíritu ilustrado y liberal, afectado por 
un hecho que acusaba tanto retroceso, inteligencia 
clara, que busca en los adelantos de la ciencia polí- 
tica, dentro y fuera del país, las bases de organi- 
zación de la sociedad, comprendió desde el primer 
momento, interpretando a la vez el espíritu de su 
época y de su partido, que honraría a su patria todo 
acto que tendiera a impedir la consumación defi- 
nitiva de un atentado que debía levantar la más 
enérgica reprobación en todos los pueblos cultos y 
civilizados 

A no dudarlo, debióse a la iniciativa del señor 
Vasconcellos los esfuerzos hechos por el Gobierno 
del Brasil en favor de los deportados orientales El 
Presidente de la Provincia de Pernambuco, cediendo 
a idénticos móviles, prestó su más caluroso apoyo al 
pensamiento y así autorizado, llegó a la corte impe- 
rial que supo hacer honor a la humanidad y a la 
civilización del siglo, intercediendo directamente para 
arrancar al Gobierno de Montevideo la revocación del 
úkase inhumano, con que sólo han conseguido sus 
autores cubrirse de oprobio y de vergüenza. 

El gobierno imperial, consiguió aquella revocación, 
y habiendo llegado la orden al puerto de Cabedelho 
al día siguiente de la salida de la barca Puig, hizo 



£108} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



telegramas a los puertos más apartados del imperio 
en el océano, previendo la posibilidad de que el 
buque arribase a alguno de ellos en su tránsito 

Aunque esas tentativas no alcanzasen el resultado 
a que se aspiraba, no por eso han sido menos lauda- 
bles, ni merecen menos un justo reconocimiento de 
parte de los ciudadanos orientales entregados a una 
suerte inclemente Actos tan honrosos como los que 
mencionamos recogen en el tiempo benéficas conse- 
cuencias. Así pudieran ser un gaje de confraternidad 
entre pueblos que tienen un mismo destino, bajo la 
ley común de solidaridad que los une 

El Jornal do Rectfe, que dirige el Sr Vasconcellos, 
hizo una fiel y viva pintura de las mortificaciones 
físicas y morales a que íbamos sometidos los depor- 
tados en la barca Pmg, con arreglo a los datos fide- 
dignos transmitidos por el Dr Campana. Nos com- 
placemos en reproducirla aquí 

Habla el Jornal do Rectfe, fecha 12 del pasado 

"La barca Puig que, como saben los lectores, salió 
del puerto de Montevideo el 26 de Febrero último 
con destino a Cuba, llevando deportados a diversos 
prisioneros políticos, por orden del gobierno actual 
de aquella República, arribó el día 7 del corriente 
a la Provincia de Paralaba, de donde vino por tierra a 
esta ciudad el médico de a bordo, Sr. Dr. J. Cam- 
pana, a fin de pasar telegramas a Montevideo, anun- 
ciando la entrada del buque en aquel puerto, y que 
hasta la fecha no había muerto ninguno a bordo, 
a pesar de las pésimas condiciones en que se hallan 
todos, tanto los deportados como sus guardianes, 
pésimamente alimentados y pésimamente alojados. 

"Dícenos el Dr. Campana, con quien hablamos, 
que desde hacía cuarenta y tantos días que estaba 



{109} 



AGUSTIN DE VEDIA 



embarcado en la Putg dormía al relente de la noche, 
acostado sobre el puente del buque, por ser ése el 
mejor lugar que había hallado, que lo mismo 
sucedía a sus compañeros de viaje 

"Que durante el día, un sol abrasador los quema, 
cuando no se ven empapados por una lluvia torren- 
cial, lo que hace aún mayor el suplicio de este viaje, 
que tan lejos está del fin, si Dios permite que allá 
lleguen 

"La Putg es una vieja barca española, que el 
gobierno oriental fletó para transportar los depor- 
tados, que como se sabe, son todos hombres políticos 
que han ocupado posiciones más o menos elevadas 
en su país 

"Según decía una carta recibida de Parahiba, ellos 
iban a pedir la protección del gobierno brasilero, 
alegando hallarse dentro de un puerto del Brasil, 
aunque en un buque con bandera extranjera y hono- 
res de buque de guerra, pero en el cual, por las 
condiciones en que se halla, la vida de todos corre 
inminente peligro 

"Que siendo el motivo por el cual están detenidos, 
enteramente político, lo que no les priva su perma- 
nencia en el Brasil, esperan que el gobierno brasi- 
lero los proteja, una vez que la suerte los ha traído 
a sus playas 

"El Dr Campana regresó antes de ayer mismo para 
Parahiba en el vapor Para" 

El Dr Campana nos llevó de Pernambuco los 
últimos diarios de Río de Janeiro. Su lectura nos 
dio una idea de la situación calamitosa que abru- 
maba a nuestro país. 

El Gobierno acababa de presentar a la conside- 
ración de las farsaicas cámaras legislativas el mons- 



C110] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



truoso proyecto por el cual se pretendía monetizar 
las deudas públicas expresión acabada de la impu- 
dicia de aquellos groseros comunistas que, en los 
más respetables derechos, adquiridos bajo la sanción 
de la fe pública, sólo veían la fuente de especula- 
ciones desordenadas Nos sentimos abrumados al 
pensar en el porvenir de la patria angustiada, bajo 
tan negros auspicios entrevistos Si aquella iniquidad 
se realizara, ,qué herencia de ruina, de bancarrota 
y de disolución para el país r Pero no temimos que 
esos proyectos se tradujeran en hechos positivos 
Teníamos confianza plena en la influencia incontras- 
table de los intereses legítimos que se intentaba 
sacrificar al empirismo y a la explotación que habían 
tomado el Gobierno por asalto Al fin caería ven- 
cida la arbitrariedad y se salvaría el país del abismo 
en que quería precipitársele 

Las correspondencias anunciaban también que la 
dictadura de Tezanos había impuesto a los Miembros 
del Tribunal de Justicia el procedimiento que habían 
de observar en los juicios de quiebra iniciados contra 
algunos de los Bancos, y agregaba que los agentes 
extranjeros, alarmados de medidas tan atentatorias y 
de tan espantoso desorden, se habían creído en el 
caso de protestar de la manera más enérgica contra 
ellos, en guarda de los intereses de sus connacionales 
El Ministro Bustamante, en la red de esas compli- 
caciones, había apelado a una doctrina no hace mucho 
tiempo sostenida por sus adversarios y negada por él, 
para desconocer la procedencia de la vía diplomática 
en cuestiones y reclamaciones que tienen sus jueces 
naturales, ante los cuales correspondía únicamente 
acudir a los damnificados. Pero el Gobierno de 
Tezanos debía burlarse el primero de la eficacia de 



[Ul] 



AGUSTIN DE VEDIA 



esas garantías que reposan en la división e indepen- 
dencia de los poderes públicos, y que desaparecen 
cuando una dictadura audaz e invasora suprime los 
jueces y sustrae sin miramiento alguno a su juris- 
dicción todo lo que la ley ha querido colocar bajo 
la égida protectora de la justicia. 

Los proscriptos orientales encadenados a la suerte 
de la barca Pmg nos entregábamos a reflexiones 
amargas ante el triste espectáculo que ofrecían a la 
faz de las demás naciones los hombres que habían 
usurpado el poder político en nuestro país y que de 
esa manera abatían la dignidad nacional, derribando 
las bases en que reposa toda sociedad regular y civi- 
lizada. — ¿Hasta dónde seguiría rodando el país en 
ese vértice sombrío? — Nuestra fe inconmovible en 
el triunfo de los principios eternos de verdad y de 
justicia nos aseguraba, empero, que llegaría el día 
de la reparación. De la misma intensidad del mal 
suele brotar el remedio heroico Llega un momento 
en que el mal se desarrolla en proporciones de tal 
naturaleza que gravita sobre los mismos que de él 
se sirvieron contra la sociedad oprimida Entonces $e 
cumple la ley del Evangelio y de la historia { Suena 
la hora en que las sociedades se emancipan y en 
que caen los opresores 1 



IV 

A la llegada del Dr Campana de su viaje a Per- 
nambuco, la barca Puig debía hacerse nuevamente 
al mar. El Piloto Alsina desembarcó en Cabedelho 
para esperar el vapor que lo trasportara a Pernam- 
buco, donde debía tomar el paquete para el Río de 



[112] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



la Plata. Al poner el pie en tierra, sus pulmones, 
por tanto tiempo comprimidos, deben haber respi- 
rado a sus anchas. El infeliz, en medio de la familia 
del capitán, toda de armas llevar, y del coronel, que 
lo puso más de una vez a prueba, condenado a un 
mutismo absoluto, y apenas con el derecho de expre- 
sar en sus lánguidas miradas los sufrimientos de su 
alma, no entrevio reposo para sus días sino en la 
tumba Sepultóse en su camarote, en medio de un 
montón de bolsas y de escobas, y rechazó por muchos 
días el alimento del cuerpo que fue languideciendo 
en proporciones tan sensibles, que el numen poético, 
que se asila siempre en las naturalezas flacas, des- 
pertóse en él con ardor. Así es que, al salir de su 
camarote, no para ir al cementerio, sino para des- 
embarcar por sus propios pies en Cabedelho, dirigió 
al Coronel Courtin un triste despido en verso, del 
que hizo una segunda edición para obsequiar a uno 
de nuestros compañeros, que, en un principio, no 
sospechó la licencia poética del autor 

Era el día 13 de Abril cuando la barca Pmg 
intentó salir del puerto, pero la barra no ofrecía 
bastante agua y después de haber avanzado un 
pequeño trecho, tuvo que anclar nuevamente. Al día 
siguiente a las ocho de la mañana, se hizo nueva- 
mente a la vela, y esta vez no halló obstáculos que 
detuvieran su marcha, con viva satisfacción de los 
que, no esperando ya nada favorable del destino, 
empezábamos a desear que corrieran los días que nos 
separaban del término de nuestro viaje, del principio 
de nuestra libertad, — 4 Quién diría entonces que una 
dilación de veinte y cuatro horas hubiera bastado 
para operar en nuestro destino la más completa 
transformación 1 — . La barca Pmg huía, huía empu- 

1113] 



10 



AGUSTIN DE VEDIA 



jada por un vienta enemigo de la noticia que corría 
a nuestro encuentro, <-Por que, entonces, no fue enca- 
denada por aquellas calmas que ma!> tarde habían 
de abrumar nuestro espíritu? 

Se nos había hecho entender que la parte más 
difícil y peligrosa de nuestro viaje se había vencido, 
llegando a las alturas de Pernambuco Se aseguraba 
por el Capitán Pulg, quien había hecho cuatro 
o cinco veces la misma travesía, y que conservaba 
sus diarios de navegación, que, desde Parahiba hasta 
la Habana, los vientos y las corrientes nos serían 
invariablemente propicios, de modo que, en 18 o en 
20 días a lo sumo, llegaríamos al puerto de nuestro 
destino Repetíase eso en todos los tonos, y tantas 
veces se nos había hablado de las fuerzas de las 
corrientes favorables que se hacía subir hasta cuatro 
millas por hora, que habíamos concluido todos por 
hacernos la ilusión de que la pesada barca Putg iba 
a adquirir una agilidad extraordinaria y a volar sobre 
la superficie del océano hasta el puerto de salvación 

Cuando alguien avanzaba, al principio, alguna 
duda al respecto, atribuyendo la rapidez de aquellos 
viajes a las condiciones marinas de los buques que 
montaría en otra época el Capitán Puig, éste se apre- 
suraba a decir que aquellos buques no eran mejores, 
por no decir que eran peores que su nueva, o más 
bien, su vieja barca Si esto era así, ya no quedaba 
duda. Unicamente debía intrigarnos una reflexión 
que no nos ocurrió entonces, jCómo serían los 
buques de antaño, cuando eran peores que la barca 
Pmg } Este capitán estaba desuñado entonces a man- 
dar las carretas del océano! 

Bajo una grata impresión escribimos pues, a nues- 
tras familias, desde Cabedelho, y esa esperanza nos 



£114} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



mecía cuando la barca Pmg se hizo nuevamente a la 
vela, abandonando aquel puerto donde se había déte- 
nido siete días Tanto más animados nos hallábamos 
en esta segunda parte del viaje, cuanto que, creíamos 
haber mejorado mucho sus condiciones Nos habíamos 
provisto de algunos miles de naranjas, cocos, bana- 
nas, limones y ananás, además de otros artículos, 
como a2iicar, dulces y pan, con todo lo que nos 
proponíamos hacer más liviana y menos penosa la 
vida monótona que nos aguardaba Debíamos expe- 
rimentar, además, un cambio favorable en el departa- 
mento de la bodega que nos estaba destinado. Se 
había comprado en Parahiba algunas piezas de loneta 
para fabricar un toldo que se necesitaba a popa y 
una manga que comunicase aire a nuestro recinto, 
donde por más de un mes habíamos venido sofocán- 
donos, y aspirando las emanaciones insanas que se 
desprendían de los costados del buque, y de las grietas 
de las tablas divisorias de la bodega, asilo de repug- 
nantes insectos que se multiplicaban allí asombrosa- 
mente, como en su reino privilegiado. 

No pasaría mucho tiempo sin que sucedieran 
impresiones ingratas a las alegres esperanzas y a las 
candidas ilusiones 

Al levantarnos una mañana, a los dos días de la 
salida de la barca Pmg del puerto de Cabedelho, 
sorprendiónos un cartel fijado en la puerta de la 
pequeña cámara del coronel y del capitán Com- 
prendía ese cartel una sene de disposiciones nuevas 
a que, en lo sucesivo, debían sujetarse los presos. 
Prohibíase subir a la toldilla del buque, en los tér- 
minos más absolutos, pues según la letra del cartel, 
que recordaba las leyes de Alfonso, no se podría estar 
en aquel sitio de pie, acostado, ni sentado lo que en 



[115] 



AGUSTIN DE VEDIA 



concepto de los sabios hablistas de la Putg, proscri- 
bía todas las actitudes del cuerpo humano, sin dejar 
asidero a evasivas ni chicanas. 

Es necesario darse cuenta de la importancia que 
tenía para los deportados la toldilla vedada por 
aquella primera Partida La popa de la barca contenía 
un espacio no mayor de cuarenta metros cuadrados 
En ese recinto se hallaba el timonel, la boca de una 
cámara baja, una casilla de uso indispensable, el 
palo de popa, donde se cargan la mesana y la escan- 
dalosa, dos grandes pipas de agua y algunos otros 
barriles y tinas de diferentes aplicaciones Natural- 
mente, a babor y estribor, sujetábanse las cuerdas de 
las velas, brazeadas a cada momento, operación a 
que acudían cinco o seis marineros, obligando a los 
deportados a andar de Heredes a Pilatos, sin que 
haya en esto alusión personal De esa manera, apenas 
quedaba un pequeño espacio, donde con esfuerzo se 
revolvían algunos de los presos. La toldilla era para 
nosotros una prolongación de ese espacio Era allí 
donde, con mayor desahogo, podíamos algunos entre- 
garnos a leer; o a donde íbamos a buscar, en días 
de sol ardiente, un poco del aire que en la altura 
circulaba más libremente, y un poco de la sombra que 
brindaban las velas Esas eran las pequeñas ventaj'as 
que la orden del día nos arrebataba con una cruel- 
dad inútil. Díjose que era necesario mantener libre 
la toldilla para recoger agua cuando lloviese, pero 
el destino preferente que más tarde recibió vino a 
demostrar que de todo, menos de recoger agua lim- 
pia, se preocupaban las autoridades del buque. En 
efecto, la toldilla sirvió en lo sucesivo para secador 
de las ropas menores y mayores de la capitana y 
demás familia, lo que solía dar un aspecto nada 



C U6] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



marcial al buque primero de la escuadra nacional, 
mandado por el coronel Courtin 

Por la misma orden del día se prohibía la entrada 
a la camarilla del coronel y del capitán, donde los 
deportados no penetraban por costumbre, y que 
únicamente sirvió de refugio momentáneo a aquellos 
a quienes las lluvias torrenciales del trópico sorpren- 
dían en la popa, y que, sólo después de haberse 
puesto a prueba, aguantando pacientemente la lluvia, 
cansados de ser héroes, se animaban a cobijarse un 
instante en albergue tan poco hospitalario. 

Por último, el edicto establecía las horas del té, 
del almuerzo y de la comida, prescribiendo que esos 
actos serían anunciados solemnemente por el toque 
de una campana histórica y tradicional de la fami- 
lia Pmg 

El objeto de esas medidas no era otro probable- 
mente que confinarnos en la bodega del buque, donde, 
en efecto, desde entonces, nos dejamos estar casi todo 
el tiempo posible, con tanta más razón, cuanto que, 
la colocación de la manga, siempre que reinaba 
viento, hacía más soportable la atmósfera que allí 
se respiraba. 

Se hicieron entre los deportados, como es natural, 
diversos comentarios sobre esas disposiciones en que 
se descubría un propósito innoble, de hacer más mor- 
tificante aún nuestra desgraciada situación Alguien 
dijo que todas esas medidas habían nacido exclusi- 
vamente de la voluntad del capitán Puig quien, en 
el puerto de Cabedelho, había impuesto sus condi- 
ciones al coronel Courtin para seguir adelante, asu- 
miendo en consecuencia, desde entonces, facultades 
dictatoriales. 



1117} 



AGUSTIN DE VEDIA 



Todo puede ser. El capitán D Juan Puig ha jugado 
un papel muy principal en la expedición a la Habana 
Un hombre humano y compasivo, en su puesto, 
habría dulcificado mucho la situación de los depor- 
tados el capitán fue un agente más al servicio de 
los verdugos 

Naturaleza tosca y grosera, no fue capaz de com- 
prender lo que había de injusto, de violento y veja- 
torio en la suerte de aquel grupo de ciudadanos 
orientales, arrastrados al destierro en semejantes con- 
diciones Vio un crimen en los arranques de su 
natural impaciencia, en su ansiedad por acelerar el 
término de su maraño, en travesuras aconsejadas por 
las privaciones y penurias del viaje, y se convirtió 
en un guardián adusto y sombrío, dispuesto a hosti- 
lizarnos por todos los medios de que disponía 

Se irritaba si uno de nuestros compañeros de infor- 
tunio iba a consultar el rumbo de la barca, o hablaba 
del buen o del mal tiempo, si observaba la dirección 
del viento, o si creía entrever en el horizonte la 
tierra que él no había visto primero, o si calculaba 
la marcha del buque y deducía la singladura del día 
siguiente Todo eso correspondía a su ciencia nigro- 
mántica, y debía ser vedado a los profanos. ¡Qué 
sacrilegio, levantar el velo de todos esos misterios 1 

¡Un día se jactaba de haberse hecho el dormido 
en la noche anterior, por ver si conseguía atrapar a 
uno de nuestros compañeros que había ido a acercarse 
a la camarilla de popa con la idea de hacerse de un 
pan, para compartirlo con sus compañeros, desvelados 
por exceso de debilidad! 

Ese era el capitán D, Juan Puig, a quien se atribuía 
la invención de las nuevas disposiciones restrictivas 



[118} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



contenidas en el cartel, fijado a la puerta de la 
camarilla 

Hemos omitido en su lugar la anotación de una 
circunstancia que no debemos pasar desapercibida 
El Dn- Campana, a su llegada a Paralaba, preocu- 
pándose de lo que pudiera afectar las condiciones 
higiénicas del buque, se había enterado que el agua 
de Cabedelho, extraída de lo que llamamos cachim- 
bas, contenía sustancias animales que harían inevi- 
table su corrupción en las pipas, razón por la cual 
los buques nunca la utilizaban, prefiriendo ir a 
tomarla expresamente a Parahiba, con recargo de 
gastos» Antes de seguir su viaje para Pernambuco, 
el Dr Campana se apresuró a poner esa circunstan- 
cia en conocimiento del coronel Courtin, por medio 
de una nota que le envió desde Parahiba con el 
Teniente Zucchelli, quien lo había acompañado hasta 
esa altura 

A su regreso, interpeló a ese respecto al coronel, 
quien le contestó que ya el agua estaba a bordo, y 
que no se preocupase de eso El Dr Campana le 
objetó que su deber era precisamente preocuparse de 
lo que podía comprometer las condiciones higiénicas 
del buque, que ésa y no otra era su misión a bordo, 
en la que le cabía una sena responsabilidad Pero 
el coronel ruvo a bien imponerle silencio 

Las previsiones del Dr Campana, por desgracia, 
no tardaron en confirmarse El agua que primero se 
extrajo de las pipas depositadas en la bodega, estaba 
ya descompuesta, a pesar de que habían sido lavadas 
e impregnadas de azufre El grado de descomposición 
iba aumentando naturalmente en proporción que 
pasaban los días Era ésa, sin embargo, el agua con 
que se hacía la comida, y la que muchas veces tenía- 



[119} 



AGUSTIN DE VEDIA 



mos que tomar, neutralizando su gusto y su olor 
con ácido cítrico y esencia de limón que el doctor 
Campana había llevado en su botiquín. 

Una de las más grandes contrariedades que sufri- 
mos entonces, y que era una reproducción de las que 
habíamos experimentado en el viaje de Maldonado 
a Cabedelho, era aquella a que les sometía la ope- 
ración diana de llenar las dos pipas colocadas a 
popa, con el agua depositada en la bodega Para 
ejecutar esta operación, se colocaban en fila ocho o 
diez de los soldados, sucios y harapientos, desde el 
depósito de la bodega, hasta el pie de las pipas que 
debían llenarse, y empezaban a pasarse los baldes de 
agua, cuyas emanaciones pútridas llegaban hasta 
nosotros en los rincones más apartados del buque, 
por más que nos cubriéramos el órgano que las 
aspiraba y nos esforzáramos en colocarnos en sentido 
inverso a la corriente del viento, a fin de evitar esa 
otra corriente, infecta Para agravar esas mortifica- 
ciones, sea por un capricho del capitán Puig, cuya 
buena voluntad hacia nosotros es ya conocida; sea 
efecto del orden o de la distribución del servicio, o 
simplemente de la casualidad, el hecho es que la 
hora elegida para llenar de agua las pipas era 
siempre la de la comida. Parecía que no se hubiera 
querido omitir m aun ese medio de poner a prueba 
los órganos sensibles de aquellas víctimas de la tira- 
nía, que lejos estaban de poder rivalizar con los 
personajes de cuartel, en medio de los cuales habían 
sido arrojadas Pero, ¿qué importa que aspiráramos 
las emanaciones de agua corrompida, si estábamos 
condenados a alimentarnos con ella? 

Pasaron los días Estábamos a 17 de Abril cuando 
sobrevinieron las calmas este nuevo suplicio de la 



[120 3 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



navegación a vela que nadie debía experimentar más 
decorosamente que los que esperábamos recobrar 
nuestra libertad al término de nuestro viaje . 

¡Las calmas! No había tempestad ni huracanes que 
no fueran invocados por nosotros en esas horas en 
que, próximos a la línea ecuatorial, la naturale2a 
parecía adormecida, como la bella del bosque encan- 
tado; cuando el cielo no tenía una ligera nube y el 
mar se nos aparecía como un inmenso espejo de 
bruñido acero, en el que, se quebraban, en millones 
de facetas, los rayos deslumbradores del sol, cuando 
la barca Putg, punto negro y aislado en medio del 
océano sin riberas, parecía como encadenada por una 
divinidad invisible, cuando ni el más suave soplo 
hinchaba el velamen que se sacudía sólo por efecto 
de los vaivenes del buque, cuando buscábamos, en la 
inmovilidad y en la sombra, un preservativo contra 
la sofocación, horas de ansiedad y de tristeza para 
nuestra alma, cuya agitación contrastaba tan chocan- 
temente con la calma muda e indiferente de la 
naturaleza 1 

Cuando cedían las calmas y nos visitaban las 
brisas, operábase a bordo de la Puíg una transfor- 
mación completa Si las brisas eran favorables, las 
fisonomías de los deportados aparecían risueñas, y 
el genio festivo y juguetón acababa de enseñorearse 
de todos los espíritus Aunque el viento no fuese 
propicio era mil veces preferible a la calma, y ali- 
mentábamos la esperanza de que rondara hasta 
fijarse en nuestro rumbo, o de que un chubasco 
amigo viniera a cambiar repentinamente la dirección 
del viento reinante. 

Las primeras contrariedades del viaje empezaron a 
hacernos comprender cuan ilusorio era asignarle un 



[121] 



AGUSTIN DE VEDIA 



término tan cercano como el que se le había fijado 
en Cabedelho* El desaliento adquiría mayores pro- 
porciones cuando veíamos que, si soplaba un viento 
favorable, capaz de imprimir a la barca un impulso 
enérgico, el capitán se apresuraba a arrear la mayor 
pane de las velas, precaución a que, sin duda, le 
obligaba la inseguridad de las cuerdas y del velamen 

Algunos de los compañeros abrigaban, sin embar- 
go, o aparentaban abrigar una fe viva en el pronto 
termino del viaje. El espíritu se complace a veces 
en alimentarse de ilusiones y en cubrir de flores la 
áspera corteza de la vida ¿Qué sería en muchos 
casos de la existencia humana, tan reciamente com- 
batida, sin ese privilegio de la imaginación 7 Cuenta 
un célebre romancista que los antiguos, condenados 
por Nerón, se sentaban a la mesa, coronados de 
flores, y aspiraban dulcemente la muerte, envueltos 
en el perfume de los hehotropos y las rosas 

Tres días estuvimos detenidos por las calmas, cinco 
grados al Sur de la línea Después, soplaron los 
vientos, pero vientos desfavorables que se sostuvieron 
durante algunos días El capitán Puig, que tantas 
seguridades había dado en contrario, no acertaba a 
explicarse el fenómeno sino por obra de una inter- 
vención satánica, de que hacía responsables a aque- 
llos de nuestros compañeros que tenían por hábito 
ir a consultar diariamente la dirección de la aguja 
magnética, y que, con una culpable curiosidad, siem- 
pre a juicio del capitán Puig, habían provocado 
indudablemente la venganza de los hados o de los 
vientos implacables 

Eran las doce de la noche del día 21 de Abril, 
cuando el viento, por primera vez, empezó a soplar 
en popa. Al día siguiente, el tiempo estaba despe- 



[122} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



jado, el viento seguía favorable Supusimos con razón 
que ya no nos abandonaría hasta remontar el cabo 
de San Antonio, porque, en efecto, esos vientos, lla- 
mados alisios, soplan generalmente en una dirección 
fija durante todo el año, sea del nordeste, sea del 
sudeste, cubriendo una extensión de 56 grados de 
latitud, 28 al Sur y 28 al Norte del Ecuador 

Creemos de interés transcribir lo que sobre este 
curioso fenómeno, leemos en la Historia de la Civi- 
lización en Inglaterra, de Buckle 

"Bien comprendidas son actualmente las causas de 
esa regularidad, se sabe que provienen en parte del 
movimiento de la tierra, pues el aire frío que viene 
de los polos se desliza constantemente hacia el Ecua- 
dor, y produce así los vientos del Sur en el hemis- 
ferio meridional Esos vientos se apartan siempre de 
su curso natural a causa del movimiento de la tierra, 
cuando ella gira sobre su eje del oeste al este, y 
como la rotación de la tierra es naturalmente más 
rápida en el Ecuador que en cualquier otra parte, 
sucede que en la inmediación del Ecuador la rapidez 
es tan considerable que sobrepasa los movimientos de 
la atmósfera, alejándose de los polos, fuem a esos 
movimientos a tomar otra dirección, y da lugar a 
esas corrientes hacia el Este, que se llaman los vientos 
alisios" 

El tiempo y el viento continuaron favorables, pero 
transcurrían los días y no se hablaba de que hubié- 
semos pasado la línea. Tampoco conocíamos, nunca, 
a ciencia cierta, las singladuras de la Puig Si se 
interpelaba al capitán por algún compañero que 
conservase buena relación con él, decía, por ejemplo, 
que habíamos recorrido 36 leguas; su hijo, el Piloto, 
daba sólo 30, y el coronel Courtin, iniciado, al pare- 



[123] 



AGUSTIN DE VEDIA 



cer, en los misterios científicos de la camarilla, la 
hacía subir hasta 40 Al pensar hoy en el tiempo 
que empleamos en franquear la línea y en llegar a 
la Habana, creemos aproximarnos más a la verdad 
estableciendo que esas singladuras nunca pasaron, 
sino por marcada excepción, de 90 millas. 

Según nuestros recuerdos y presunciones, la línea 
debió pasarse el 26 de Abril, a los doce días de la 
salida de Cabedelho, fecha señalada por la circuns- 
tancia grave y significativa de haberse afeitado el 
capitán D Juan Puig 

El día 27 de Abril pasó un bergantín por el cos- 
tado de la barca Pmg. Lo habíamos visto aparecer 
a popa en el horizonte, y no tardamos en perderlo 
de vista por la proa 4 Qué penosa impresión dejó en 
nuestro ánimo la aparición y desaparición de ese 
buque 1 Pensábamos en los días que se anticiparía a 
la llegada de nuestra barca, pues, visiblemente, se 
encaminaba al mismo destino, pensábamos en todo 
lo que podría sobrevenir durante ese tiempo, y nos 
rebelábamos interiormente contra la pesadez del 
buque que nos arrastraba A pesar de todo, no faltaron 
ocurrencias irónica*» y paralelos epigramáticos que 
llegaron a oídos del capitán, lastimando su amor 
propio El capitán quería a su barca como a una 
criatura suya, y parecía serlo, en efecto. En su entra- 
ñable cariño, Puig quería explicar lo que no necesi- 
taba explicación, diciendo que el bergantín pertene- 
cía a un sistema nuevo de embarcaciones americanas 
que, sin duda, estaba en vía de ensayo. Pero para 
desgracia suya y nuestra, sucedió que después apare- 
cieron y desaparecieron vanos buques, dejando atrás, 
en unas cuantas horas, a la imponderable barca Ptag. 



[124} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



¿Si todos ellos serían buques de nueva invención, 
que se ensayaban recién? 

Entre tanto, mientras se alejaba cada vez más el 
término del viaje, se agravaba nuestra situación a 
bordo de la barca Pmg. La descomposición del agua, 
de la que se resentían todos los alimentos, nos some- 
tía a duras pruebas. Las horas de la comida, espe- 
cialmente en días lluviosos, ofrecían escenas de que 
no queremos privar al lector al efecto, vamos a 
describir algunas de ellas 

Un día, a fines de Abril, el tiempo era tempes- 
tuoso y llovía abundantemente En el estrecho espa- 
do que brindaba la popa del buque, y bajo un 
escaso toldo, veíanse agrupados los 15 presos, el 
coronel Courtin, el Dr, Campana, pl Practicante, el 
Teniente Zucchelli, el timonel y el Piloto, es decir, 
21 personas, cada cual en la actitud más aparente 
para escapar a la lluvia de que apenas les preservaba 
el toldo, unos sentados, otros acurrucados o de pie. 

Llegó la hora de comer, y los presos quedaron 
solos, porque el Jefe y demás funcionarios nombra- 
dos pasaban a la cámara donde les esperaba la mesa 
tendida. 

En una cesta que apenas conservaba su forma y 
mucho menos su color primitivos, guardábanse los 
sucios y ordinarios cubiertos, cuya distribución empe- 
zaba a hacer uno de los caballeros de la corona, 
nombre con que, en la comunidad de los deportados, 
se designaba a los cuatro marineros de la Capiranía, 
que solían imponernos sus leyes Entre esos cubiertos 
había tenedores de dos dientes, cuchillos y cucharas 
de composición indefinible, que, a veces, a una recla- 
mación de los presos, eran repasados con un trapo 



U25] 



AGUSTIN DE VEDIA 



que, al efecto, sacaban del bolsillo, con aire perezoso, 
Felipe Velázquez o Santiago Cabán 

El grupo mayor de los deportados estrechábase 
entonces en torno a una mesita, de un metro cua- 
drado que se había hecho últimamente para jugar 
al dominó Seis o siete quedaban fuera de la mesa, 
y como ésta se hallaba bajo el centro del toldo, se 
colocaban a los costados, amparándose cuanto podían 
de la lluvia inclemente que caía sin cesar. En el 
centro de la mesa se había colocado un palo vertí- 
cálmente, suspendiendo por ese medio el toldo para 
evitar que se empozase el agua y filtrase así sobre 
la mesa. Los que no alcanzaban a cubrirse con el 
toldo, se ingeniaban como podían para preservar su 
plato del agua, entre tanto se servía la comida, 

Al fin, después de algunos largos minutos, apa- 
recía por el costado dé estribor la cabeza de Veláz- 
quez, quien traía una de esas latas en que se lavan 
los platos en nuestras cocinas, rebosando de una sopa 
grasienta y amarilla Como esa sopa era preparada 
con el agua de las pipas, apenas había algún com- 
pañero de bastante valor y apetito para meter en ella 
su cuchara, la que inmediatamente se teñía de un 
color plomizo, efecto de las sustancias desconoci- 
das que entraban en aquel repugnante brebaje 
En seguida, y mediante la misma pausa y formali- 
dades se servía una gran fuente de porotos encar- 
nados en guiso, en la cual poca influencia tenía la 
calidad del agua que se empleaba, y que, por lo 
mismo, apenas sufría desaire allí donde no estaban 
los manjares a elección Servíase después a cada uno 
una pieza microscópica de gallina también guisada 
entonces sobrevenía la parte cómica de la escena, 
y a título de galantería, veíanse circular de mano en 



[126] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



mano los platos que contenían algún ala pelada o algún 
otro hueso sin alimento nada de una naturalidad 
más elocuente que ese rasgo de la vida de los depor- 
tados Al fin, venía una mésela de garbanzos, de 
arro* y de porotos, plato excelente había para todos 
los gustos No en balde nuestro antiguo vate Figueroa 
tuvo loas para esos leguminosos man|ares, privile- 
giado alimento de los presos y de los sitiados. . 1 

De cuando en cuando, un chorro de agua, que, por 
efecto de alguna oscilación del toldo, caía sobre el 
plato de alguno de los gastrónomos, provocaba la 
hilaridad de los demás, que una inclinación maligna 
de la humanidad la induce siempre a reír de las 
pequeñas desventuras del prójimo. Las ocurrencias 
epigramáticas en que, como siempre, descollaba 
nuestro compañero el Dr Herrera y Obes, eran la 
salsa con que se condimentaban los platos, a falta 
de otra más apetitosa y nutritiva. 

El Coronel Courtin que, naturalmente, acababa de 
comer mucho antes que los presos, pues era servido 
diligentemente, vino esa tarde, como de costumbre, 
al levantarse de la mesa, a donde se hallaban aquéllos, 
y, como se entretuviese en agitar el toldo con el 
palo que lo suspendía, para recoger el agua deposi- 
tada en un costado, indudablemente sin intención, 
dejó caer sobre algunos de los compañeros una 
lluvia de carnaval La cosa no pareció ya risible 
a los presos, quienes acabaron de perder su buen 
humor habitual cuando el mismo Coronel Courtin, 
a instigación probablemente del capitán, nos dijo 

— Caballeros: tienen ustedes que levantarse y 
comer el postre en otro lado, porque estorban al 
timonel. 



[127] 



AGUSTIN DE VEDIA 



A esta orden hubo un movimiento desordenado 
entre los presos, quienes, al levantarse, abandonando 
sus posturas violentas, entumidos como estaban, sin 
poder guardar el equilibrio, resbalaban sobre el 
puente mojado, para ir a ocupar algún otro rincón 
al costado de la borda, los que no preferían ir a sepul- 
tarse en su alojamiento ordinario de la bodega. 

Algunas veces preferíamos quedarnos en la proa, 
cuando el tiempo era lluvioso, sea porque no hubiese 
toldo a popa, lo que sucedía frecuentemente; sea 
porque, hallándonos a proa, estábamos cerca de la 
boca de nuestra cueva, en la que, en caso de arreciar 
la lluvia, teníamos que buscar refugio 

Todos habíamos convenido tácitamente en no 
comer en la bodega, para hacer así menos desagra- 
dable ese recinto, y preferíamos, cualquiera que fuese 
el estado del tiempo, subir a la cubierta. 

Una tarde, llovía copiosamente y casi todos está- 
bamos refugiados en la bodega Llegó la hora de la 
comida y hubo entonces un momento de vacilación 
<< Subiríamos al puente, a pesar de la lluvia? Nos 
decidimos a ello, al fin, y asaltamos valerosamente 
la escalera Ya en la cubierta, era la ocasión de elegir 
cada uno su puesto Quien se sentaba sobre el montón 
de cadenas del buque, asiento el más adecuado, a fe, 
para un preso, quien elegía el extremo de un galli- 
nero recostado contra la borda del buque que, por 
sí mismo, era un gallinero humano, quien se sen- 
taba en el torno del cabrestante, quien se colocaba 
en cuclillas contra la borda, amparándose así de la 
fría lluvia que azotaba el rostro En esas posturas 
forzadas, cada uno tomaba su plato y lo ponía sobre 
sus rodillas o en el suelo, mientras tenía en sus 



{128} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



manos el cubierto que no podía abandonar hasta el 
fin de la comida 

De cuando en cuando había que hacer una caricia 
significativa al perro o a la perra de la capitana que 
venían a rozarse contra nosotros después de haberse 
revolcado en el sucio puente, o a la gata que también 
venía a disputar su parte de alimento 

Hemos dado ya idea de nuestros cubiertos Algunos 
compañeros han reservado muestras de la singular 
vajilla de los deportados Entre los útiles que la com- 
nían, cuéntase un vaso formado del fondo de una 
tella, que era el único que teníamos últimamente, 
y el tarro con que se sacaba el agua del depósito 
También el Dr Campana recogió y debe tener en 
su poder un frasco del agua que se tomaba a bordo, 
extraída de una de las pipas que se hallaban en 
mejor estado. Los que tengan la curiosidad de aspirar 
su perfume, o de gustar su sabor, pueden enten- 
derse con el médico de la barca Puig> 

El día 30 de Abril, nos hallábamos a 5 grados 
de latitud Norte. La mayor parte de los presos está- 
bamos reunidos en la bodega, donde el que escribe 
leía en alta voz un discurso de Emilio Castelar sobre 
la abolición de la esclavitud En el momento en que, 
con una viva emoción de entusiasmo, seguíamos al 
orador en esos giros ardorosos de su imaginación, 
exuberante siempre de flores y perfumes, sintióse 
a bordo un recio sacudimiento Arrancados a esa 
abstracción, no tardamos en conocer la causa que 
lo producía Una fuerte turbonada acababa de pasar 
rápidamente cortando la proa del buque y quebrando 
el bauprés. 

La alarma que despertó ese accidente pasó con la 
rapidez del chubasco, pero la falta del bauprés, uno 

£129} 



AGUSTIN DE VEDIA 



de los palos principales en la arboladura del buque, 
que sirve para marear los foques y mantener firmes 
los estays del palo de trinquete y de sus masteleros, 
se hada notar en el rudo e inusitado movimiento 
de la barca Felizmente, había en el buque un palo 
de repuesto y se trató inmediatamente de reemplazar 
el bauprés perdido Esa operación duró tres días 

Quedamos dudando si el discurso de Castelar había 
tenido alguna influencia en aquella revolución atmos- 
férica. Su lectura, interrumpida por la tormenta, se 
terminó un momento después, y dejó en nuestro 
espíritu una impresión generosa. 

El 7 de Mayo entrábamos en el mar de las Damas, 
así llamado, según los informes del Capitán Puig, 
por ser un mar tranquilo y bonancible Ignoramos 
en virtud de qué observaciones fisiológicas ha podido 
llegarse a atribuir a las damas, por punto general, 
aquellas condiciones Mucho nos equivocamos, si no 
es ésa la inspiración de algún poeta que, como todos 
los poetas, no estudian sino la superficie de la vida 
Pero, con todo, ¿no ha dicho Shakespeare que la 
mujer varía ? Y Francisco I que tenía algo de poeta, 
como todos los reyes, ¿no ha dicho que la mujer 
es como la onda? El uno era un gran poeta, dice 
un romanista, el otro era un gran rey ambos debían 
conocer a la mujer. Sea como se quiera, la verdad 
es que, durante los días que navegamos en el mar 
de las Damas, éste estuvo irritado y tempestuoso 
¿Si será ésa y no otra la ra2Ón de su nombre'* 

El 9 de Mayo fue un día de constante lluvia y de 
viento. A la oración había redoblado la violencia 
del vendaval, el mar estaba embravecido, y los palos 
del buque crujían La tormenta siguió desencadenán- 
dose, y el buque empezó a balancearse fuertemente 



[130] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



Durante algunos momentos todo eran voces de mando 
a bordo y las últimas velas del buque se recogían a 
toda prisa al compás del canto quejumbroso de los 
marineros 

Un tufón de viento apagó las luces en la cama- 
rilla del capitán. Las botellas y otros útiles que 
habla sobre la mesa cayeron al suelo A un sacudi- 
miento más fuerte rodaron también las sillas y la 
mesa que fue amarrada, con alguna dificultad por 
los marineros, que acudieron, al fin, a los gritos de 
la capitana. 

Los bancos, cadenas y cuanto había sobre el puente 
rodaba en razón de los balances del buque, produ- 
ciendo un gran ruido sordo que llegaba hasta la 
cueva donde los deportados, resignados a todo, espe- 
rábamos el fin de la borrasca, divirtiéndonos con las 
caídas y resbalones que producían las inclinaciones 
y sacudimientos de la barca 

No tardó el viento en ceder y el mar en 
apaciguarse un tanto el resto de la noche pasó 
tranquilamente. 

El siguiente día a la oración se divisaron a lo 
lejos las eminencias de las islas de San Vicente y 
Santa Lucía El 11, al amanecer, nos hallábamos 
en el canal, de algunos kilómetros de ancho, que 
separa esas dos posesiones inglesas y contemplábamos 
con satisfacción las elevadas montañas que se desta- 
caban sobre la orilla y que parecían proyectar sobre 
nosotros su sombra amiga, como si quisieran indem- 
nizarnos del tiempo pasado en las tristes e inmensas 
llanuras del océano 

San Vicente y Santa Lucía son islas volcánicas y 
enfermizas La primera cuenta aproximadamente 
30 000 habitantes y 25.000 la segunda. Están situa- 



U31] 



AGUSTIN DE VEDIA 



das por los 14 grados de latitud Norte y los 63 de 
longitud Oeste, San Vicente tiene 131 millas cua- 
dradas inglesas y Santa Lucía 250, Ambas islas son 
de una rara fertilidad y producen en abundancia 
azúcar, café, cacao, algodón, tabaco e índigo 

El 14 y el 15 de Mayo nos encontramos a la 
vista de Santo Domingo por los 18° latitud Norte 
y 72° longitud Oeste. Esta isla, que es la mayor de 
las Antillas después de Cuba, situada entre ésta y 
Puerto Rico, se halla cortada de este a oeste por las 
montañas del Ctbao } cuya cima más culminante se 
llama el Pico de la Setrama, elevado a 2.800 metros 
sobre el nivel del mar 

Fácil es comprender las impresiones que domi- 
narían nuestro espíritu, en la contemplación de esas 
prolongadas cordilleras, cuyas prominencias aparecían 
siempre veladas de nubes, como la cabeza de un 
titán que se alzara para escudriñar los misterios de 
lo alto 

La isla de Santo Domingo, dice una obra descrip- 
tiva, con entera exactitud, presenta en una vasta 
escala las cualidades y los defectos de las Antillas 
clima húmedo, admirable vegetación, suelo inago- 
table de fertilidad, mar soberbio y cristalino y desas- 
trosos huracanes 

La isla de Santo Domingo abraza una extensión 
de 7 600 millas cuadradas y su población se halla 
reducida a 80 000 habitantes Su suelo es propio para 
todas las culturas de las colonias intertropicales; 
rinde las más preciosas y las más útiles maderas y 
sus bosques ofrecen además innumerables cantidades 
de colmenas que suministran la cera y la miel, que 
se exporta una gran parte en Inglaterra y Alemania. 



H32] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



El 16, por fin, se diviso la isla de Cuba Estaba 
allí, a nuestra vista, apenas a algunas millas de dis- 
tancia, la tierra señalada para nuestro confinamiento, 
allí iba a terminar nuestra peregrinación por el 
océano, nuestra prisión en la barca, nuestra angustia 
de todos los días 1 

l Puenl ilusión 1 Aquella punta de tierra que estaba 
a la vista era la extremidad meridional de la isla, 
sobre la cual está edificada la ciudad de Santiago, 
distante todavía 660 kilómetros de la Habana En 
efecto, Santiago, antigua capital de Cuba, está situada 
en 19° 57' de latitud Norte, por 78° 23' de longitud 
Oeste Mientras la Stempre fzdeltstma ciudad de San 
Cristóbal de la Habana, que así se llama oficialmente, 
se encuentra a 23° 9' de latitud por 84M2' de lon- 
gitud. ¡Todavía, pues, teníamos que recorrer más de 
10° para llegar al verdadero término de nuestro viaje* 

En un día despejado y sereno, desde el punto en 
que nos hallábamos, se hubieran avistado tres islas, 
además de Santo Domingo y de Cuba, la de Jamaica, 
tercera isla del archipiélago colombiano, al Sur de 
la de Cuba, atravesada por los montes Azules 

El día 17 nos hallábamos casi a la misma altura 
que el anterior El viento se había fatigado, y rei- 
naba una calma abrumadora que llevó el desaliento 
al ánimo de los deportados que veían alejarse indefi- 
nidamente el fin de su larga peregrinación 

Entendemos que algunos se halagaron con la idea 
de que era posible que el Coronel Courtin consintiese 
en arribar a Santiago, prometiéndole que allí toma- 
ríamos el ferrocarril para trasladarnos a la Habana. 
En cuanto a nosotros, nunca participamos de esa 
ilusión. ¿Era posible creer que, a dos pasos de coro- 
nar su obra, el Coronel Couran se dispusiese a perder 



H33] 



AGUSTIN DE VEDIA 



un cacho de su corona? llevarnos a la Habana era 
su consigna y su gloria Por otra parte, sólo a ese 
titulo obtendría su recompensa jMás vale que se 
mantuviese inflexible' Los últimos episodios de la 
deportación autorizan a creer que el desembarque en 
aquel puerto, tan en contacto con los revolucionarios, 
nos hubiera sido fatal Las autoridades de Cuba 
habrían completado la obra de Tezanos 

Más tarde soplaron algunas brisas, y el 18 tenía- 
mos a la vista el cabo de Cruz Pero la calma sobre- 
vino de nuevo, de nuevo nos vimos detenidos en 
nuestra interminable ruta Cerca de tres meses de 
navegación, sin poder alcanzar la tierra que se ofrecía 
a nuestra vista, como una promesa cuyo cumpli- 
miento se retardaba siempre' 

El 19 se había adelantado algo la marcha. Nos 
hallábamos cerca de Genfuegos, uno de los puertos 
habilitados de Cuba, a donde era posible arribar en 
un pla¿o de 24 horas Parece que el Capitán Puig 
lo propuso al Coronel Courtm, quien, pese a la lucha 
interior que sm duda sostenía, se mantuvo inflexible 

En la noche se desencadenó una borrasca Un calor 
sofocante que reinó durante el día había anunciado 
Ja próxima explosión de la atmósfera. A las ocho 
empezaron a caer algunas gotas de agua y dos horas 
después silbaba el viento acompañado de lluvias 
torrenciales Todo el buque se estremecía al embate de 
las espesas olas. Los relámpagos, sucediéndose sin 
interrupción, iluminaban la vasta circunferencia de 
un mar de tinta Casi todas las velas del buque habían 
sido recogidas El capitán recorría incesantemente el 
puente, dando órdenes En medio del fragor de la 
tormenta, apenas llegaban a nuestros oídos, confusa- 
mente las voces de mando, y el grito lúgubre, seme- 



[134] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



jante a un lamento, de los marineros ocupados 
en la maniobra. 

Arriadas las velas del buque, no tardó en resta- 
blecerse la calma a bordo Como sucede siempre en 
esas latitudes, la borrasca pasó rápidamente. 

El 24 de Mayo se cumplían justamente tres meses 
de nuestra prisión y nos hallábamos a la vista del 
cabo de San Antonio, a 40 leguas marinas de la 
Habana. Corta era la distancia que nos separaba, 
pero el viento reinante, desde que remontáramos ese 
Cabo, era de proa y no podíamos determinar los 
días que emplearía la barca Pmg en salvarla. 

Mientras la barca se acerca a su destino, demos 
aquí una ligera idea de la tierra que hace ocho días 
se va desarrollando a nuestros ojos 

la xsla de Cuba, la mayor de las Antillas, está 
situada a la entrada del golfo de México, entre 19 9 48' 
y 23° IV de latitud Norte y entre 70*30' y 87° 18' 
de longitud Oeste Su mayor longitud es de 1 000 kiló- 
metros y su anchura varía de 42 a 170 kilómetros. 
Una cordillera de montañas se extiende de una extre- 
midad a la otra, y da origen a más de ciento cin- 
cuenta ríos que descienden hacia el mar. Espesos 
bosques ocupan una extensión considerable Allí se 
encuentran las maderas preciosas y abundan todas 
las producciones del clima Las riquezas metálicas 
son de la mayor importancia y especialmente las 
minas de cobre rinden notables productos Calculase 
la población de la Isla en 1 400 000 habitantes, 
computándose la población flotante que no baja de 
cincuenta mil almas. 

Pero, ¡ay*, esa isla privilegiada, que ha merecido 
llamarse la más preciosa perla de las Antillas, gime 
bajo el pesado yugo del despotismo colonial Esa 



U35} 



AGUSTIN DE VEDI A 



hermana segregada del resto del Continente, que no 
pudo acompañar el movimiento revolucionario de las 
antiguas colonias españolas, se debate hoy en una 
lucha tremenda por emanciparse de la tutela extraña 
¡Dios proteja la suerte de los pueblos oprimidos' 

Extraño destino, que los preciosos bienes de la 
independencia y de la libertad no se adquieran sino 
a precio de sangre, de dolores y de sacrificios Acaso 
el martirio es el crisol en que se depura la huma- 
nidad el amor y la religión se divinizan por él 

La aurora del 25 de Mayo empezaba a despuntar 
en el confín del horizonte, plateando con sus reflejos 
una faja del mar, cuando ya en el puente de la 
barca Putg empezaba a notarse un movimiento 
inusitado 

Sentíase ruido de armas y pasos precipitados Los 
soldados, estrechados en la argolla de su corbatín, 
innovación extraordinaria, estaban formando en 
batalla contra la mura del buque El teniente de 
caballería y el alférez de artillería, vestidos de pa- 
rada, se mostraban al frente con las espadas desen- 
vainadas El teniente de Marina había sacado igual- 
mente a relucir su uniforme El mismo coronel 
Courtin se presentaba con su pantalón de franja de 
oro, su casaca de presillas, su kepis más lujoso y su 
espada ceñida. 

Los cuatro marineros de la Capitanía, desconocién- 
dose a sí mismos con sus atavíos de gala, parecían 
estar esperando órdenes Uno de ellos, de pie, al lado 
del mástil de popa, tenía en su mano la cuerda con 
que se izaba la bandera 

A la voz de sus oficiales, la tropa había cargado 
sus armas, con más o menos presteza, y daba frente 
al oriente teñido ya de rosada luz. 



C 136 J 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



El sol aparece iluminando el horizonte con su disco 
de llamas, poniendo en fuga las últimas sombras de 
la noche 

— y Fuego ' — ordena inmediatamente el alférez 
Suena vina descarga El coronel, el teniente de tierra, 
el de mar, y el alférez se despojan de sus kepis y la 
bandera oriental, izada simultáneamente, flota en 
la cima del mástil de popa 

¿A qué se debía esa ceremonia, con ribetes de 
solemnidad, y que, con razón hacía pensar a los 
deportados que un solo paso separa lo sublime de lo 
ridículo? 

Era que el coronel Courtin había querido celebrar 
el aniversario clásico de la independencia americana 
en la barca nacional que por primera vez cruzaba 
el océano, no para realizar proezas dignas de aquella 
inmortal epopeya, sino para arrojar al destierro, a 
mortíferos climas, a unos cuantos ciudadanos orien- 
tales, cuyo delito ante el criterio de sus verdugos, 
era el de alimentar la aspiración de ver a su patria 
feliz, realizando los principios que dignifican al hom- 
bre, garantiéndole el desarrollo de su actividad y de 
su energía, y que hacen fuertes y respetables a las 
naciones, unidas por la solidaridad de intereses co- 
munes Esto es, el hermoso programa, el pensamiento 
humanitario de la revolución de Mayo el orden y 
la paz, en la libertad y en la justicia! ]Ley de divina 
armonía, fuera de la cual nos debatimos constante- 
mente entre la tiranía y la demagogia, presa siempre 
de los más brutales excesos en el interior, y de las más 
absurdas coaliciones en el exterior 1 

La barca Puig aclamando al 25 de Mayo, era pues 
la contradicción más grosera, la ironía más sangrien- 
ta, el mayor ultraje arrojado a la doble e imponente 



{137} 



AGUSTIN M VEDI A 



inmensidad del mar y de los cielos — ¿De cuándo acá 
el opresor entona himnos a la libertad, enfrente de 
sus victimas ~> — jCómo las grandes glorias de la 
América libre e independiente, la que hizo flamear 
su bandera en las regiones del cóndor y templó su 
espada homérica en el cráter de los volcanes, cómo 
esas puras glorias pudieran conmoverse sin agravio, 
desde el bajel en que se consuma 1 

El más vil y nefando 

De cuantos atentados, desbordada, 

Consumara la fuerza prepotente 

Del impúdico bando, 

De la cohorte insolente, 

En el poder, audaz, entronizada 7 

El 26 de Mayo fue un día de sensación en la barca 
Puig Ese día se nos puso a ración de agua Esta fue 
depositada en un pequeño aljibe de hierro que se 
había colocado a popa, y al que se le puso una tapa 
de madera cerrada con un candado, cuya llave fue 
confiada al asistente del coronel Courtin 

Desde ese momento, todo el que quería tomar 
agua estaba obligado a hacer la corte al asistente del 
coronel quien, con más o menos pachorra, acudía al 
depósito, sacaba la llave del bolsillo, abría el can- 
dado y corría la tabla que guardaba aquel líquido 
que nada tenía de transparente, de inodoro, ni de 
incoloro, cualidades distintivas del agua 

Esa medida causó grande alarma, porque, empe- 
zaba a dudarse de todo entre los deportados, aun 
de que nuestro destino fuese efectivamente la Habana. 
Hacía ya días que habíamos remontado el cabo de 
San Antonio y no se avistaba costa alguna. ¿Cómo 



(138] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



explicarnos esa situación ? No había que contar ni 
con las revelaciones indirectas del capitán Puig, quien 
guardaba un absoluto misterio, especialmente después 
de un incidente de que debemos tomar nota. Con 
motivo de haber llegado a conocimiento de los de- 
portados una singladura de la barca, antes de que 
la supiera el coronel Courtm, éste prohibió terminan- 
temente que se hiciesen revelaciones de esa clase a 
otra persona que a él Era inaudito, en verdad, que 
el Jefe expedicionario quedase en punto a noticias 
marítimas a retaguardia de los presos 

Volviendo a la medida sobre el agua, ¿no debíamos 
creer que estábamos lejos del término del viaje, 
cuando se tomaba violentamente una medida tan 
extrema? 

Más tarde, tuvimos ocasión de sospechar que los 
deseos y las intenciones del coronel Courtin era lle- 
varnos, no a la Habana, sino a Matanzas, otro puerto 
de la Isla, distante todavía a treinta o cuarenta le- 
guas de la capital. Quien sabe por qué no se reali- 
zaron sus designios, y una mañana, todavía sin 
creerlo, nos encontramos a la vista del Morro de 
la Habana 

Antes de seguir adelante, consignemos algunas de 
las impresiones que hemos ido y vamos recogiendo 
en las fuentes de la naturaleza, durante esta larga 
travesía del océano» 

El cielo y el mar, esas dos inmensidades que se 
han desarrollado a nuestros ojos, límpidos y serenos, 
u oscuros y tempestuosos, han despertado en nuestra 
alma grandes e indescriptibles emociones Apenas 
habíamos concebido idea de esos espectáculos mara- 
villosos por los cantos entusiastas de algún bardo 



[139] 



AGUSTIN DE VEDIA 



inspirado, a de algún sublime contemplador de las 
bellezas y de las armonías de la naturaleza. 

El cielo de los trópicos nos ha sonreído con los 
más vivos y animados paisajes Como sí quisiera 
consolar a los que buscábamos con avidez en la línea 
del horizonte la sombra de la tierra lejana, vestíase 
de sus más neos colores, y desplegaba a nuestras mira- 
das estáticas toda la portentosa magnificencia a que 
se prestan las combinaciones múltiples, infinitas y 
fantásticas de la luz en los celajes del firmamento. 

r-Qué cuadro, qué horizontes > No acertaría a 
reproducirlos aun empapado en los más delicados 
colores, el pincel de los egregios artistas que dejaron 
con sus obras en la tierra, recuerdos inmortales 

Al caer el día, las nubes apiñadas en el ocaso, 
iluminadas por la reverberación del sol, nos ofre- 
cían a veces las perspectivas de una isla encantada 
Dibujábanse en el horizonte suaves colinas oscuras, 
separadas por valles de un tinte violáceo, ríos de 
plata serpenteaban en el fondo del valle y un puente 
de oro se destacaba suspendido sobre los abismos 
todo parecía envuelto en una atmósfera de lapislá- 
zuli y de púrpura Otras veces alzábanse en occidente 
montañas elevadas, de cuya cima se desprendían 
cascadas de fuego, semejantes a islas volcánicas en 
erupción En la hora del crepúsculo vespertino, es- 
maltaban casi siempre el horizonte celajes vaporosos 
en que, como en la paleta del artista divino, apare- 
cían diluidos todos los colores que la fantasía del 
poeta pudiera idear en sus delirios, cuadros, es ver- 
dad, que una ráfaga desvanecía, para no reproducir 
jamás en la misma forma, como si fueran sólo una 
imagen fugitiva del ideal de lo bello y de lo sublime 
en el arte, expresión celestial de una belleza y de 



[140] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



una armonía que en vano persiguiera la humanidad 
en sus dominios 1 

]Y las noches tropicales 1 ¿Qué expresión podría 
definir esa majestad apacible, esa silenciosa inmen- 
sidad, esa claridad oscura del firmamento, tachonado 
de millones de brillantes astros y surcado de meteoros, 
calma celestial de que se impregna el alma, muda 
y absorta en la contemplación de la naturaleza, 
sumergida en los deliquios de un sueño poético y 
brillante? 

La pálida reina de las noches, desde su trono aéreo, 
despedía su luz mortecina que, con sus reflejos, deli- 
neaba en el mar una senda plateada 

Nubes blancas, semejantes a copos de espuma, 
esmaltaban el firmamento o cubrían la faz de la 
luna, como un diáfano tul Las estrellas rutilaban 
en la atmósfera azulada, como lámparas suspendidas 
en la inmensidad del espacio Y el ambiente llegaba 
hasta nosotros húmedo e impregnado de perfumes 
salmos . . 

Muy distintos, pero no menos soberbios espectácu- 
los solían poblar el espacio Densas sombras, en vez 
de rosados celajes; rudos huracanes en vez de apa- 
cibles brisas o de profunda calma Hemos visto, a 
menudo, avanzar y precipitarse, como una legión 
satánica, esas negras hijas de la tempestad que llevan 
el rayo en sus entrañas terrible elemento de desola- 
ción, a veces, para el hombre, como de vida y de 
fecundidad en la naturaleza lujuriante de los trópicos. 

Uno de los más frecuentes y admirables fenó- 
menos que sorprenden al viajero en las proximidades 
del Ecuador, es la formación de las trombas Ese fe- 
nómeno, explicado por atracciones singulares de la 
atmósfera, suele aparecer en días serenos en el hon- 



(141) 



AGUSTIN PE VBDIA 



zonte, como una misteriosa columna que se elevara 
del mar para sostener la bóveda celeste Esas trombas 
llegan a ofrecer senos peligros a los navegantes, que 
sólo consiguen evitar muchas veces desgarrándolas a 
balazos, cuando pasan, como un furioso aluvión 
sobre el mar, inflamando su superficie y levantando 
una vasta oleada de espuma. 

El mar ha ofrecido a nuestras miradas todas sus 
bellezas y todos sus horrores, ya se dilatase en lla- 
nuras azules, como un inmenso tapiz de Persia, al 
que los rayos del sol imprimían un lustre tornasolado, 
ya sus suavísimas ondulaciones se convirtieran en 
montañas que, entrechocándose furiosamente, se coro- 
naran de espuma. 

Nada expresa mejor nuestro pensamiento y nues- 
tras impresiones que esta invocación de Byron 

"Espejo glorioso, en que la faz del Omnipotente 
se refleja durante la tempestad, apacible o irritado, 
rizado por la brisa o alzado por el aquilón, helado 
hacia el polo, oscurecido y agitado bajo la zona 
tórrida — siempre eres inmenso, sin límites, subli- 
me — , imagen de la eternidad — trono del Invisible — 
jDe tu limo se han formado los monstruos del abis- 
mo; todas las zonas te obedecen, tú avanzas siempre, 
ímpenettable, solitario!". 

El lago más apacible envidiaría a veces su inmovi- 
lidad y su transparencia al mar, tan profundo como 
la bóveda celeste que lo cubre. Entonces, podíamos 
ver cruzar a los costados de nuestra barca los dorados 
que parecían de un azul turquí, bajo las aguas, y 
que tan sabrosas emociones proporcionaron a los 
presos del océano, cuando cayeron presa del instru- 
mento de hierro llamado ftsga, arpón de tres dientes 
que sirve para clavar, durante la navegación, los 



£142} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



grandes cetáceos que, aun cuando se prendan a veces 
al anzuelo, lo rompen por su propio peso en el acto 
de ser alzados al puente del buque 

Los habitantes del líquido elemento nos han pro- 
porcionado días de verdadera emoción Hemos asis- 
tido a esas escenas con una curiosidad infantil 

Al cortar las aguas, el buque ahuyentaba a los 
peces voladores que salen del agua en bandadas y 
recorren largas distancias, teniendo que humedecer 
constantemente sus alas, lo que explica que apenas 
se remonten de la superficie del océano y caigan con 
frecuencia en el puente de los buques. Grandes le- 
giones de delfines suelen perseguir a los voladores, 
obligándoles a emprender la fuga Los delfines cor- 
tan las aguas como flechas en su velocidad y los 
pequeños peces vuelan en confusión y desorden, en 
distintas direcciones, cayendo las más veces en las 
fauces de sus implacables perseguidores. En el mar 
se desarrolla también ese drama de la humanidad, 
tan distante de su perfección, en que los débiles 
suelen ser la presa de los fuertes o de los audaces. 
El ttbutón persigue por su parte a los dorados y otros 
peces que alimentan su voracidad insaciable. Sucedió 
una vez que, habiendo prendido en el anzuelo un 
dorado y alzado inmediatamente, sólo llegó al puente 
la cabeza del pescado Pero al fin, hay que decir en 
abono de los peces que ellos necesitan alimentarse 
de su propia carne para vivir . „ 
_ Pasaron vanas veces a nuestra vista las ballenas, 
esas soberbias dominadoras del océano Cortan el agua 
con una prodigiosa rapidez, recordando esas naves 
submarinas que describe Julio Verne, y de cuando 
en cuando, como una fuente arrojan al espacio sus 
columnas de agua 



£143] 



AGUSTIN DE VEDIA 



El coronel Courtin se divirtió un día en hacer 
fuego sobre una ballena que cruzaba al costado de 
la Putg, seguida de su inseparable compañera. La 
bala debió herir al enorme cetáceo, que arrojó un 
golpe de agua y se sumergió violentamente bajo la 
quilla del buque* 

V 

El día 30 de Mayo, por fin, entrábamos en el 
puerto de la Habana, después de 94 días de nave- 
gación A una larga distancia del puerto, la barca 
había tenido que pedir remolque, pues luchaba con 
viento y corrientes contrarias. Nuestros corazones 
palpitaban de alegría y de temor. Al pasar delante 
de la fortaleza del Morro que se levanta a la entrada 
del puerto, como un adusto centinela, el vigía inter- 
peló al capitán por medio de la bocina que hizo 
llegar hasta nosotros una voz ronca y apenas inteli- 
gible El capitán contestó por medio del mismo 
instrumento, dando el nombre de la barca y su 
procedencia. 

Al fondear en la hermosa bahía de la Habana, 
llegaban a nuestros oídos los alegres repiques de 
las campanas de las iglesias, las armonías de la 
música, y de tiempo en tiempo, el solemne estampido 
del cañón Celebrábase la fiesta del Corpus-Christi, 
que se había aplazado para ese día. 

En las épocas críticas de la vida, parece que la 
imaginación se esforzara para hallar en el más extra- 
ño acontecimiento _un sentido oculto, indefinido, una 
influencia vaga ^obre nuestro destino Por ventura, 
pensábamos, aquellas vibraciones simpáticas se aso- 



{144} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



ciarían a las dulces emociones del prisionero que 
recobra la libertad, del proscripto que entrevé la 
vuelta a la patria, o serían para nosotros lo que el 
elixir refrescante y vital para los labios áridos y secos 
de Tántalo* El tiempo lo diría. 

Un instante después de haber fondeado la barca 
Pmg se presentó una ballenera de la Comandancia 
de Marina El capitán Puig con su pantalón color 
polvillo y su camisa de todos colores, estaba parado 
en la borda del buque, asido a una de sus cuerdas, 
esperando la visita Los soldados, marineros y tutu 
cuantt se habían agrupado sobre la borda, ofreciendo 
un aspecto grotesco, con sus sucios y raídos unifor- 
mes Los deportados nos manteníamos apartados a 
popa, esperando nuestra nueva sentencia 

— ¿Qué buque es ése? — preguntó uno de los 
oficiales, de pie, desde su bote que apenas se había 
recostado a la Pmg, como si temiera su contacto 

— Barca Putg, contestó el capitán, que no quería 
perder sus derechos 

— ¿Qué tonelaje* 

— Ciento noventa y dos toneladas 

— ¿Qué carga* 

— Lastre 

— ¿Trae pasajeros* 
— Sí, señor, 
—¿Cuántos son* 
— ¿En todo* 
— Sí señor, en todo. 

— En todo, somos setenta y dos, dijo el capitán, 
después de una ligera fluctuación y de haber oído 
una rectificación hecha a sus cálculos por el teniente 
VarencL 

U45] 



12 



AGUSTIN DE VEDIA 



— ¿Y todos ésos son pasajeros? — preguntó el 
oficial, mirando las cabezas de los soldados 

— Es buque de guerra, observó Puig, que al fin 
se acordó de ello. 

— t Y trae sus pasaportes? 

— ¿Pasaportes? — dijo Puig, como si pensara, ras- 
cándose la punta de la nariz — Pasaportes, no hay 

— Sí, hay pasaportes, dijo el coronel Courtm, que 
hacía rato estaba oyendo detrás de Puig, y que, 
adelantando un paso sacó del seno un pliego que 
entregó al capitán, quien lo alcanzó al oficial, el que 
a su vez lo pasó a otro que venía sentado en el inte- 
rior del bote, cubierto, como todas las embarcaciones 
análogas de la Habana, con un toldo, indispensable 
en esa latitud en que abrasan los rayos de un sol 
de fuego 

El oficial abnó el pliego y se puso a recorrerlo, 
mientras el bote se desprendía silenciosamente del 
costado de la Putg, no sin haber dejado antes a bordo 
dos guardas de la Aduana, encargados sin duda de 
ejercer la vigilancia del caso sobre un buque que 
debía tener aspecto de contrabandista, a pesar, o tal 
vez por lo mismo que estaba armado en guerra por 
el Gobierno de Montevideo 

Se ha podido ver, según el diálogo sostenido y que 
creemos haber reproducido fielmente, que el coronel 
Courtin sólo se presentó en el momento en que se 
reclamaban los pasaportes* haciendo entrega de sus 
papeles por medio del mismo capitán Puig Entre 
esos papeles se comprendía la patente o título que el 
coronel Courtm había recibido del Gobierno, según 
se supo más tarde 

Naturalmente, el coronel Courtin empezó a com- 
prender la informalidad de la conducta observada por 



U46J 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



su parte, o por parte del capitán Puig, y culpó a éste 
de haber entrado en explicaciones impropias, cuando 
debía haberse limitado puramente a responder que 
la Pmg era un buque de guerra oriental 

De todos modos, y prescindiendo de las formali- 
dades del capitán Puig, la conducta de las autorida- 
des del Puerto aparecía singular y extraña para todos 
Ese interrogatorio desde el bote, y el silencio en que 
se habían retirado los oficiales después de esa visita 
original, debían tener una explicación nada favo- 
rable para el buque y para los que estábamos enca- 
denados a su suerte Era indudable que el buque 
había sido ya anunciado y que ese recibimiento 
demostraba las reservas y las prevenciones de una 
autoridad cuando menos asaz meticulosa 

Esperóse naturalmente que la autoridad del Puerto 
hiciese conocer sus disposiciones con respecto al 
buque Pero esas disposiciones sólo le fueron reve- 
ladas de una manera indirecta, viéndose llegar, dos 
horas más tarde, un bote de la marina de guerra que, 
como no tardó en comprenderse, traía la consigna 
de vigilar al buque y de someterlo a una rigurosa 
incomunicación 

Fácil es hacerse cargo de las impresiones que los 
deportados debíamos experimentar en esos momentos. 
Durante los tres largos y crueles meses de navega- 
ción que llevábamos, en medio de las amarguras del 
destierro y de la rudeza de los elementos que nos com- 
batían, entreveíamos a Cuba como el término de 
nuestro infortunio, como la tierra de libertad y de 
promisión. Allí debíamos volver a entrar en el mun- 
do de que nos considerábamos apartados; allí debía- 
mos pisar la tierra que durante aquel tiempo sólo 
había pasado a nuestros ojos como una visión lejana, 



[147] 



AGUSTIN PE VEDIA 



allí debíamos encontrar los recuerdos queridos de la 
familia ausente y las noticias de la patria; allí, en 
fin, nos esperaban los medios de volver a ella, en 
pos de tantas humillaciones y tristezas, devoradas 
en la resignación y en el silencio 

¡Qué hondísima decepción no experimentaríamos, 
pues, al vernos sometidos a una vigilancia y a una 
incomunicación deprimentes por las autoridades del 
país donde nos prometíamos hallar asilo y generosa 
hospitalidad! 

Habían transcurrido algunas horas, cuando se acer- 
có a la barca Puig un bote que conducía al Cónsul 
Oriental en la Habana, Sr. Juan Veiga, quien 
desde el mismo bote, pues no le era permitido subir 
a bordo, conversó algunos instantes con el coronel 
Courtin. Enterado de las condiciones en que se ha- 
llaba el buque, fue a solicitar a nombre de éste una 
conferencia con el Capitán General de Marina, que 
fue concedida para el día siguiente Entre tanto, el 
mismo general, a indicación del Cónsul, envió un 
aljibe de agua y consintió en que un proveedor de 
la plaza, trajese a bordo de la barca los víveres y 
efectos que se le encargasen 

El Sr Veiga nos hizo saber con alguna vaguedad 
que la razón principal de las medidas adoptadas por 
la autoridad de la Habana era la protesta elevada 
por el Ministro español en Montevideo contra nues- 
tra deportación a aquella capital Pero no nos explicó 
de una manera clara los fundamentos de la protesta 
y quedamos ignorando si ella se basaba en el agravio 
inferido a la soberanía española por el Gobierno 
que elegía su territorio para confinar sus reos, o si, 
como llegó también a suponerse, se invocaba como 
un peligro para el gobierno español de Cuba, el 



[148} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



desembarque en ese suelo de una quincena de ciu- 
dadanos cuyas opiniones y naturales simpatías por la 
causa de la emancipación de nuestra hermana de las 
Antillas, debían ser conocidas. 

Quedamos a la expectativa, abrigando siempre la 
esperanza de una decisión que, a lo menos, nos habi- 
litara para salir del puerto en uno de los vapores 
de la carrera de Estados Unidos — ¿Qué menos po- 
drán hacer las autoridades españolas, nos decíamos, 
concillando los más estrictos deberes humanitarios, 
con sus preocupaciones, sus recelos y sus aprehen- 
siones 5 

El día 31 de Mayo, como lo había anunciado, 
llegó el Sr. Veiga con una orden para el oficial del 
bote que vigilaba la Puig, a fin de que permitiera 
desembarcar al coronel Courtin Este se trasladó a la 
Comandancia de Marina en el único bote servible 
de la Pmg, en cuya popa plantóse la bandera orien- 
tal El Teniente Zucchelli, en calidad de ayudante, 
acompañaba al coronel Courtin. Dos horas después, 
regresó el coronel de su conferencia Estaba satis- 
fecho de la acogida que había hallado en el General 
de Marina, quien le había dado seguridades de que, 
cuando menos, se nos permitiría desembarcar por el 
tiempo que considerábamos necesario para efectuar 
nuestros arreglos particulares Pero esa resolución 
dependía del Capitán General de la Isla, Conde de 
Valmaseda, quien, a la sazón, había salido a cam- 
paña a imprimir dirección a las operaciones mili- 
tares Se debía esperar, pues, esa resolución, que no 
podría demorar veinte y cuatro horas El General de 
Marina había quedado en comunicarla al coronel 
Courtin, 



{149} 



AGUSTIN DE VEDIA 



Pero el día siguiente pasó y ninguna noticia se 
obtuvo. Parecía que, por el contrario, se hubiese 
agravado la vigilancia a que estaba sometido el 
buque Cuando el bote del proveedor se acercaba al 
costado de la Putg para traerle víveres, se acercaba 
también, hasta rozarse con él, la embarcación que la 
custodiaba, y las miradas del oficial y de los ocho 
marineros que la tripulaban, no se desprendían 
del bote ni de la barca, hasta que se retiraba el 
proveedor 

Por los diarios que llegaron a nuestras manos 
envolviendo vanos objetos encargados al proveedor, 
supimos que había entrado al puerto, con fecha 28 de 
Mayo el bergantín Soberano, procedente de Guale* 
guaychú y Montevideo, con 66 días de viaje; es 
decir con 28 días menos que la barca Putg 

El coronel Courtin resolvió ir nuevamente a tierra 
a solicitar formalmente el despacho del buque, y así 
lo hizo, presentándose al efecto al oficial español, 
por el Cónsul Oriental, la misma orden que había 
obtenido para la primera conferencia con el General 
de Marina, El coronel no fue recibido Cuando se 
dirigió a buscar el bote con el pabellón oriental que 
lo había llevado a tierra, para volver a bordo, se 
sorprendió de no hallarlo, y supo que, de la Coman- 
dancia de Marina se había intimado a los marineros 
que se retiraran a la Putg, impartiéndose al mismo 
tiempo orden al oficial de ronda para que hiciera 
colgar inmediatamente el bote y no dejase comunicar 
en lo sucesivo ni al mismo Cónsul Oriental con el 
buque de su Nación* El coronel Courtin quiso tomar 
un bote particular que lo llevase a bordo de la Putg, 
pero no se le permitió, y tuvo que resignarse a regre- 
sar, como en condición de prisionero, en un bote de 



£150] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



la marina española, él, jefe de una expedición para 
llevar" presos a la Habana j Diabólica ironía del 
destino 1 

Entre tanto, y previendo en razón de esos prelimi- 
nares una medida violenta de parte de las autoridades 
de la Habana, los deportados empezamos a preocu- 
parnos de hacer algo de nuestra parte, a fin de evitar, 
si eso era posible, que fuéramos doblemente vícti- 
mas, y que pesara también sobre nosotros la respon- 
sabilidad de las informalidades que se atribuían al 
buque. 

El coronel Courtin había querido descargar su 
conciencia pasándonos una nota, por medio de la 
cual, en cumplimiento de las instrucciones que había 
recibido de su Gobierno, nos declaraba en libertad 
Pero ¿de qué nos servía la libertad acordada por el 
coronel Courtin en el puerto de la Habana? La liber- 
tad en la bodega de la barca Putg — 4 qué amarga 
irrisión 1 

Fue en esa situación que nos decidimos a dirigir 
a la primera autoridad de la Habana, en ausencia 
del Conde de Valmaseda, la siguiente solicitud 

Exmo. Señor General Segundo Cabo D Buena- 
ventura Carbó. 

"Víctimas de un acto de arbitrariedad del Gobierno 
que rige hoy la República Oriental del Uruguay, 
nuestra patria, hemos sido reducidos a prisión y trans- 
portados en la barca Pmg a este puerto, donde el 
jefe militar encargado de esa misión nos ha consi- 
derado en libertad, y así nos lo ha declarado, según 
lo acredita el documento que nos permitimos acom- 
pañar a VE. 

"Cuando en vista de esa resolución contábamos 



[151] 



AGUSTIN DE VEDIA 



recuperar nuestra libertad, hemos visto defraudada 
nuestra esperanza por las medidas de vigilancia 
e incomunicación a que ha sido sometida la barca 
Putg, por razones que no son de nuestro conoci- 
miento, y cuyas medidas nos han retenido y nos 
retienen en nuestra deplorable situación 

"Pero, sin duda, no puede caber en la intención 
de las autoridades de Cuba, que los ciudadanos orien- 
tales, víctimas así de tan extraña violencia, sufran 
doblemente las consecuencias de un procedimiento 
de que no son ni pueden ser absolutamente 
responsables. 

"Nuestro propósito ha sido permanecer en la 
Habana el tiempo indispensable para ciertos arreglos 
personales que nos habilitasen para continuar nuestro 
viaje en uno de los primeros vapores que se dirija 
a Estados Unidos, de donde pensamos regresar sin 
dilación al Río de la Plata En este caso estaríamos 
dispuestos a contraer los compromisos y las respon- 
sabilidades que nos fuesen exigidas 

"Pero si por cualquier causa no creyese V E poder 
acceder a nuestro desembarque, solicitamos se nos 
acuerde a lo menos el permiso necesario para tras- 
bordarnos desde ya a uno de los vapores que esté 
próximo a zarpar para el destino indicado 

"Es acto de equidad y de justicia que esperamos 
de VE. 

"Juan EL Gómez - Juan J. de Herrera - Julio 
Herrera y Obes - Aureliano Rodríguez 
Larreta - Octavio Ramírez - Carlos Gurmén* 
dez - Cándido Rovido - F Flores - José P. 
Ramírez - Agustín de Vedia - Anselmo E. 
Dupont - Segundo Flores - Ricardo Flores 
Osvaldo Rodríguez". 



[152] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



He aquí ahora la nota del Coronel Courrin que 
acompañaba la solicitud anterior 

Transporte Nacional Puig 

"Señores De acuerdo con las órdenes recibidas de 
mi Gobierno, al salir del Puerto de Montevideo, 
comunico a Uds que quedan con esta fecha completa- 
mente libres (sic) de tomar la dirección que más 
convenga a sus intereses, quedando constatado por la 
presente que, motivos ajenos a mi voluntad, los 
retienen a bordo, en cumplimiento de imposición que 
me fue hecha por el Sr. Capitán de Marina en su 
audiencia del día de ayer 

"Dios guarde a Uds» muchos años 

"Puerto de la Habana, Jumo I o de 1875 

"Ernesto Courtin 
"Jefe en Comisión". 

El pliego que contenía nuestra solicitud fue entre- 
gado al oficial que nos custodiaba, quien no tuvo 
inconveniente en hacerse cargo de él 

Pasaron tres días y nada de nuevo había ocurrido 
en nuestra situación La vigilancia era la misma de 
día; el servicio de los botes se relevaba periódica- 
mente y éstos daban vuelta incesantemente en torno 
a nuestra barca* Cuando algún bote de tránsito se 
aproximaba demasiado se interpelaba por el oficial 
a su gente De noche se redoblaban las medidas 
precaucionaos. Dos botes con tropa armada ancla- 
ban al costado de la Putg, y toda embarcación que 
pasara muy inmediata era considerada y capturada 
como sospechosa 



C155} 



AGUSTIN DE VEDIA 



Uno de esos días, reflexionando sobre la situación 
extravagante en que nos hallábamos, ocurrióle a uno 
de los compañeros decir en tono de broma que el 
asunto debía haber sido remitido en consulta por 
las autoridades de la Habana al Gabinete de Madrid 
Más tarde debíamos saber que aquella ligera supo- 
sición era como la revelación intuitiva de un hecho 
verdadero 

Hoy» al discurrir sobre lo pasado, se nos ocurre 
ligar el incidente de la broma de la barca Pmg 
enfrente de la Habana, con otra que nos entretuvo 
en la cárcel de Montevideo, en la primera noche 
que nos encontrábamos allí reunidos, el 24 de Febrero 
Reflexionando sobre lo que se propondrían hacer de 
nosotros, uno de los compañeros de infortunio dijo 
humorísticamente — De esta vez, nos echan a la 
Habana 

La ocurrencia humorística de la víspera debía ser 
una ruda verdad del día siguiente. 

La moraleja, acaso algo forzada, que nosotros que- 
remos deducir de esos dos incidentes ligados es ésta 
Para atinar con las intenciones del Gobierno de 
Tezanos o del Gobierno de la Habana, no hay como 
suponer el exceso del mal o el extremo del absurdo 

Por fin, el día siete de Junio, viose desprender 
de la costa un bote, en que la vista ejercitada de 
algunos de nuestros compañeros creyó descubrir, 
a pesar de la distancia, la figura acicalada de nuestro 
joven cónsul La viveza del deseo suele comunicar 
a la vista una extraña claridad Era él en efecto 
Apenas le apercibimos nos regocijamos suponiéndole 
portador de buena nueva 

No nos equivocábamos El señor Veiga había sido 
llamado por el General de Marina para que viniera 



[154] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



a comunicarnos las resoluciones definitivas adoptadas 
por la autoridad, previa consulta hecha al Gobierno 
de Madrid. { Qaé hubiera sido de nosotros, sin la 
maravilla del telégrafo que ponía a la Habana al 
habla con la corte madrileña 1 Tomada en conside- 
ración nuestra solicitud, se nos permitía trasbordar- 
nos al vapor americano Cr es cent City que debía salir 
para New York el día siguiente Al efecto, a la hora 
conveniente vendría a buscarnos una ballenera espa- 
ñola En cuanto a la barca Putg, debía salir el mismo 
día de nuestra partida, fuera de las aguas cubanas, 
remolcada por un buque de guerra español. 

Al notificarnos esas disposiciones, el Cónsul Orien- 
tal agregó que, según acababa de decírsele, el vapor 
Crescent Ctty había suspendido su salida, y que, 
siendo así, era probable que se aplazase por las 
autoridades de la Habana la ejecución de las medi- 
das acordadas. 

Esa última noticia neutralizó un tanto la satisfac- 
ción que la primera nos había causado Toda dilación, 
en la situación que pesaba sobre nosotros, era motivo 
de fundadas alarmas Bajo un régimen arbitrario, en 
que todo depende de voluntades caprichosas, como 
las que gobiernan a Cuba, todo había que temerlo, 
nada debía de esperarse con seguridad ¿Quién sabe, 
si, ai tocar ese ligero inconveniente se irritaba el 
antojadizo gobernante y se desembarazaba de una 
vez del obstáculo, haciendo remolcar a la barca con 
los deportados? 

El vago temor que algunos concebimos tomó 
mayor consistencia cuando, al día siguiente, vimos 
pasar muy inmediato a nuestra barca, uno de los 
vapores de la bahía que conducía a su bordo, según 
todas las apariencias, al Capitán General de la Isla, 



{155} 



AGUSTIN DE VEDIA 



Conde de Valmaseda, a quien se estaba esperando 
de regreso de su ímproficua campaña. Las noticias 
que de ese personaje habían llegado hasta nosotros 
no eran tranquilizadoras, y si, a sus naturales incli- 
naciones, se unían las malas impresiones de una 
campaña en que no había habido cosecha de laureles, 
posible era que quisiese hacer un acto de energía 
con los deportados orientales, al reasumir el mando 
superior y ocupar de nuevo el asiento de su Gobierno 

Era, en efecto, el Conde de Valmaseda el que 
desembarcó en la Habana, recibido con todos los 
honores debidos a su rango por las tropas y corpo- 
raciones públicas 

Pero, contra todos nuestros temores, la autoridad 
aplazó la ejecución de sus medidas hasta el día 10, 
en que debía salir para New York el vapor ameri- 
cano Júntala, según nos lo comunicó oportunamente 
el señor Veiga, con la conveniente anticipación. 

Entre tanto, el Capitán Puig que se veía enorme- 
mente contrariado por las resoluciones del Gobierno 
de Cuba, resolvió dirigirse a él, invocando su con- 
dición de subdito español y de propietario de la 
Barca y pidiendo el amparo de las autoridades El 
Capitán Puig, en su solicitud, exponía que él había 
contratado su buque para una expedición hasta la 
Habana, y que, desde ese momento, llenadas sus 
obligaciones, ningún compromiso lo ligaba hacia el 
Jefe militar de esa expedición, en cuya virtud la 
expulsión del puerto le irrogaría considerables per- 
juicios Elevada su solicitud por intermedio del oficial 
de vigilancia, no tardó el Capitán Puig en recibir 
la visita de otro oficial que a nombre del General 
de Marina venía a prevenirle que al día siguiente, 
7 de Junio a las ocho de la mañana, sería llevado 



U56] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



a su presencia para que explayara los fundamentos 
de su solicitud Efectivamente, a la hora y en el día 
señalado llegó un oficial subalterno a buscar al Capi- 
tán Pmg en un bote, que, según todas las apariencias, 
debía servir para la extracción de basuras de los 
buques nacionales surtos en el Puerto. 

El Capitán Puig regresó de la audiencia sin haber 
conseguido modificar en nada las resoluciones de la 
autoridad española. Según las explicaciones del capi- 
tán, no conceptuaba esa autoridad que él, ligado 
voluntariamente pot un contrato que no había cadu- 
cado, por las causas fortuitas que surgían, estuviese 
habilitado para requerir la protección de su bandera. 

Resignado a seguir uncido a su suerte, el Capitán 
Puig ajustó un nuevo convenio con el Coronel 
Courtin quien, en representación de su Gobierno, 
fletaba de nuevo el buque para transportar la tropa 
a Montevideo 

El Coronel Courtin, por su parte, había hecho ges- 
tiones para realizar fondos en la Isla, a fin de pagar 
a la tropa y de hacer nuevas provisiones para el 
viaje de retorno Pero vanos fueron sus esfuerzos 
Hubo de comprender el Coronel Courtin que las 
famosas cartas de crédito de que lo habían armado 
en Montevideo eran una mistificación innoble con 
que se quiso poner a provecho su celo El Gobierno 
de Tésanos había aparentado creer que la circuns- 
tancia de estar desempeñando el Consulado oriental 
en Matanzas una persona abonada y pudiente, le 
habilitaba para hacer giros contra él, proveyendo de 
una manera tan fácil y tan cómoda al Jefe expedi- 
cionario de los fondos que necesitaba pata llevar 
a cabo su villana empresa la de deportar a aquellas 
lejanas tierras a los ciudadanos orientales en quienes 



[157] 



AGUSTIN DE VEDIA 



se temió hallar una fuerte columna de oposición 
contra los fraudes y atentados que debían caracterizar 
al Gobierno nacido del motín militar del 15 de Enero 
El Coronel Courtin cayó en la red Tezanos esta vez, 
vtvaracheó más que él 

El Cónsul Oriental en Matanzas estaba dotado sin 
duda de bastante buen sentido para querer aceptar 
complicidad en esa obra vergonzosa, y contestó 
franca y resueltamente que no quería entender en 
nada relativo a ese asunto El Cónsul Oriental en 
la Habana, Sr Veiga, joven ingenuo, que se creía 
por su carácter oficial en el deber de hacer sacrificios 
personales para salvar al Coronel Courtm de las 
dificultades en que se hallaba, no pudo acreditar 
sino sus excelentes disposiciones Y llegó el momento 
en que la Putg debía salir del puerto, sm tener más 
provisiones que el agua cedida graciosamente por la 
autoridad de la Habana, galleta avenada y algunos 
sacos de garbanzos 

Llegó en esa situación, efectivamente, el día 10 
de Junio No es necesario describir la viva ansiedad 
con que esperaríamos el momento supremo de la 
partida. Desde muy temprano, nuestras miradas no 
se desprendían de la margen de la Habana, de donde 
suponíamos que saldría la ballenera española que 
debía transbordarnos al vapor Jumata ¡Acercábase 
al fin el momento de recobrar nuestra libertad, de 
abandonar aquella barca detestable, donde habíamos 
vivido sepultados tres meses y medio, sofocando las 
más íntimas y generosas emociones del almal 

Avistóse al fin una gran ballenera que se dirigía 
hacia nosotros Debía ser la nuestra lo era en efecto 
Mucho tardó en llegar, pero al fin atracó al costado 
de la barca Putg, subiendo a bordo un Teniente de 



U58} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



Navio, y otro individuo que debía también ser 
oficial de marina, aunque, como el Teniente, vestía 
de particular 

Despedímonos del Coronel Courtin y de la mayor 
parte de los que quedaban en la barca, deseándoles 
sinceramente las mayores felicidades Había dema- 
siada satisfacción en nuestra alma para que pudiera 
hacerse lugar en ella, en esos momentos, un senti- 
miento amargo Nos dirigimos hacia la ballenera. 

En el momento en que, los deportados y el Dr 
Campana a quien teníamos la satisfacción de contar 
en nuestra compañía, bajábamos a la ballenera que 
debía conducirnos a bordo del Juntata, el Coronel 
Courtin recibía aviso, por un oficial español, de que 
venía un bote enviado por la Comandancia de Marina 
con provisiones para ía Puig El coronel contestó que 
no las admitiría El oficial transmitió esa respuesta 
al Teniente de Navio que mandaba nuestra ballenera, 
en el momento en que ésta se separaba del costado 
de la barca El teniente ordenó que fuese un bote 
a prevenirlo a la Comandancia de Marina, para evitar 
que se enviasen inútilmente esas provisiones 

Servida por diez remeros, la ballenera empezó 
a cortar las aguas con mucha rapidez El vapor 
Juntata estaba fondeado a larga distancia y la jor- 
nada era de una hora por lo menos Esa hora, sin 
embargo, no debía pasar sin algún incidente serio, y 
sin someter a dudas acerbas el alma de los proscriptos 

No debemos omitir un detalle esencial de la his- 
toria que narramos Pero debemos precederlo de una 
explicación necesaria 

Hablando con el Cónsul Oriental, Sr Veiga, a bordo 
de la barca Pmg, cuando nos comunicó la resolución 
del Gobierno de la Habana respecto a nosotros, 



£159} 



AGUSTIN DE VEDIA 



habíamos querido encargarle de que tomara en la 
agencia del vapor nuestros boletos de pasaje, como 
medio de evitar cualquier dificultad ulterior» A pesar 
de haber insistido en eso, el joven Veiga se opuso, 
sosteniendo que podríamos tomarlos del mismo modo 
a bordo» Añadió que todo estaba arreglado, y que, 
además de eso, el Cónsul Americano que se había 
interesado muy especialmente por nuestra suerte, 
había hablado con el mismo capitán del Juntata, 
a quien nos había recomendado 

No obstante esto, a medida que avanzábamos 
hacia el vapor, el mismo Sr. Veiga dejó traslucir 
el temor que abrigaba de que fuéramos rechazados 
de a bordo y no tuvo inconveniente en añadir que 
sentiría mucho tuviéramos que volver a la barca. 
Naturalmente nos vimos en el caso de hacer al 
Sr Veiga sensibles reproches ¿No nos había dicho 
que todo estaba arreglado, que toda dificultad había 
sido allanada, cuando estábamos en tiempo de salvar 
todos los inconvenientes? Y si esto era así, ¿en qué 
se fundaba el temor que el Sr. Veiga revelaba 7 O en 
un caso no había habido sinceridad, o en el otro 
no había fundamento serio Si sus temores se reali- 
zaban, suya no más sería la responsabilidad 

Algunos de nuestros compañeros de infortunio, sin 
embargo, no atribuían gravedad a lo que suponían 
simples cavilaciones No temían que en un vapor 
americano pudiéramos sufrir un rechazo semejante. 
Creían por otra parte, y a fe que era lógico presu- 
mirlo así, que nunca se nos pondría en el caso de 
volver a la barca Putg, y que, la autoridad que había 
hecho una excepción en favor nuestro, consintiendo 
en trasbordarnos a otro buque, no se dejaría arrastrar 
a una medida tan odiosa y tan incalificable como 



[160] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



sería la de restituirnos a nuestro cautiverio después 
de haber estado amparados pot el territorio y por la 
jurisdicción española 

Pero ya hemos tenido ocasión de observar que es 
mal sistema el de la lógica para deducir los actos 
de autoridades tan absolutas y caprichosas. No pasa- 
ría mucho tiempo* infelizmente, sin que el temor 
que, como un presentimiento lúgubre, había agitado 
a algunos, se viese justificado 

La ballenera seguía acercándose al vapor, ¿quién 
imaginaría que podía haber algún peligro para la 
nave que surcaba las inmóviles aguas de la hermosa 
bahía de la Habana, máxime bajo un cielo sereno 
y sin nubes 5 El que lo imaginase, sin embargo, 
incurriría en un error tan palmario como el que 
esperase hallar justicia ante el Gobierno de la Isla 
Surcaba la nave las aguas apacibles, cuando salió de 
entre los marineros una voz de alarma La ballenera 
había varado sobre un banco de piedra que se pro- 
longaba algunos metros y que en la parte más promi- 
nente se alcanzaba a descubrir a la simple vista de 
la superficie del agua Durante unos momentos res- 
balamos felizmente sobre el banco, consiguiendo 
salvar ese escollo que, en medio de aquel puerto 
privilegiado, acusa la incuria y la indolencia de las 
autoridades de la Isla» 

Llegamos, por fin, al costado del Júntala. El 
Teniente de Navio pidió al Cónsul Oriental que 
subiera a bordo, a averiguar si se nos admitía como 
pasajeros, mientras él, excusándose de tomar medidas 
precaucionales en cumplimiento de su deber, se sen- 
taba enfrente de nosotros, del lado de la escala del 
vapor, cruzándose de piernas en la actitud de los 
turcos. 

Í161] 



13 



AGUSTIN DE VEDIA 



Un instante después se nos dijo que subiéramos, y 
todos, rebosando de júbilo, nos lanzamos a la esca- 
lera, despidiéndonos del Teniente de Navio, cuyo 
entrecejo se desarrugó esta vez al saludarnos, deseán- 
donos cordialmente un buen viaje. Pero estábamos 
destinados a ser juguete de ilusiones falaces, y presa 
de un destino inclemente. Apenas habíamos puesto 
el pie en el puente del vapor, cuando el mismo 
Cónsul Oriental que nos había hecho subir nos comu- 
nicaba que se oponían dificultades para admitirnos 
en él. Esas dificultades debían ser invencibles. Pre- 
textóse que no había espacio en la cámara para alo- 
jarnos. Nos manifestamos dispuestos a ir de proa. Pre- 
textóse que no había cámara de proa. Declaramos 
que, pagando nuestro pasaje de I a nos resignaríamos 
a ir a bordo en la peor condición, aun sin cuartos 
y sin camas Poco faltó para que nos ofreciéramos 
a hacer el servicio doméstico en el vapor americano, 
lo que no debe extrañarse si se piensa que, detrás de 
nosotros se levantaba, como un espectro amenazador, 
la sombra de la barca Pmg ] 

Se había empezado a izar nuestros equipajes, y el 
Comisario del vapor hizo bajar a la ballenera los 
que estaban ya a bordo. El Teniente de Navio subió 
entonces al vapor a informarse de lo que pasaba El 
Comisario del vapor se ocupaba subsidiariamente de 
nosotros' soltaba una palabra y pasaba en seguida 
a impartir órdenes a sus subordinados 

Esperando los desterrados — ¿qué? — no lo sabe- 
mos; algo como la gracia divina, sin duda, habíamos 
subido a cubierta de popa del vapor, teniendo que 
atravesar por el comedor a donde caía la escalera. 
¡Allí nos habíamos sentado, un momento, como abru- 
mados bajo el peso de una extraña fatalidad! 



1162] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



En derredor nuestro, algunos pasajeros, indiferentes 
a nuestro infortunio, de que no tenían idea, estaban 
entregados a diversos pasatiempos. Un inglés leía 
flemáticamente su periódico Una joven jugaba con 
una linda criatura de rubia cabellera, poniéndole en 
la cabeza una naranja cuya caída provocaba sus risas 
infantiles, mientras la que debía ser su madre, obser- 
vaba sus movimientos, con una mirada benévola, 
¡interesante cuadro de familia, rápida visión del hogar 
feliz, trasladado a la cubierta del vapor americano, 
como para hacer experimentar a los que, de una 
manera tan brutal, habíamos sido arrancados de los 
brazos de nuestras familias, toda la extensión de la 
felicidad perdida, toda la magnitud de nuestro 
infortunio* 

La dulce visión debía ceder el paso a una rea- 
lidad sombría. El destino no se había cansado de 
sernos adverso. El oficial que nos había acompañado 
se consideraba sin duda en una posición difícil, pues 
llevaba orden de dejarnos en el vapor Júntala y no 
podía dar por cumplida su misión desde que no se 
nos admitía en él. En esa situación, y por indicación 
del mismo Comisario de ese vapor, nos propuso 
llevarnos al vapor Clayde que salía también ese 
mismo día para New York y que probablemente, 
por tener pocos pasajeros, no tendría inconveniente 
en recibirnos. Obedecimos al Oficial, abandonando el 
Júntala casi sin esperanza. Estaba visto que todas 
las circunstancias se conjuraban terriblemente contra 
nosotros Aun creímos descubrir más tarde en esta 
última insinuación del Teniente de Navio, una hábil 
estratagema para arrancarnos más fácilmente del 
buque americano, bajo cuya bandera habíamos creído 
hallar un refugio contra la mala fortuna. 



U63! 



AGUSTIN DE VEDIA 



Atracamos al costado del CUyde. El Teniente de 
Navio que quiso subir solo esta vez a entenderse con 
la gente de a bordo, bajó un instante después y nos 
comunicó que el vapor no recibía pasajeros Esa 
nueva repulsa estaba casi prevista 

¿A qué se debía la resistencia de los vapores ame- 
ncanos a admitir a los desterrados orientales? ¿Era 
un exceso de complacencia para con las autoridades 
españolas que habían considerado a la barca Putg 
poco menos que en las condiciones de un buque 
pirata? ¿Era por el temor que infundían esos quince 
proscriptos, a quienes la imaginación representaba tal 
vez como famosos conspiradores y campeones deci- 
didos de la causa revolucionaria de Cuba? Lo igno- 
ramos 

Cuando el Teniente de Navio, que era un señor 
Pedemonte, bajó del vapor Clayde y tomó asiento 
en la ballenera, hubo un instante de elocuente silen- 
cio Al fin nos atrevimos a preguntarle qué pensaba 
hacer de nosotros 

— Tengo el sentimiento de manifestarles, nos dijo, 
que mi obligación es llevarlos a la barca 

Esas palabras, si bien no nos causaron sorpresa, 
resonaron a nuestros oídos más lúgubremente acaso 
que las que en la cárcel de Montevideo dejó caer 
el Comisario Blanco, anunciando que dentro de dos 
horas partiríamos para la Habana. 

j Volver a la barca Putg! { Volver a la oscura y 
nauseabunda bodega donde habíamos pasado largos 
meses, como olvidados de la vida, acallando las 
manifestaciones íntimas de nuestra naturaleza, donde 
hora por hora habíamos sentido cruelmente depri- 
mida nuestra condición humana, donde habíamos 
sufrido triplemente, en nosotros, en nuestras fami- 



[164] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



lias, en nuestra patria 1 Era eso arrastrar de nuevo a 
su tétrica cárcel al prisionero devuelto por un mo- 
mento a la claridad del día, apenas entregado a las 
primeras enajenaciones de la libertad, era eso llevar 
al suplicio a la víctima, después de haberle hecho 
aspirar los más dulces efluvios de la vida 

Nada más natural, así, que la impresión de estu- 
por y el primer movimiento instintivo de indignación, 
casi de resistencia, que se reveló en la voz conmovida 
de los proscriptos 

iCómo, señor*, se apostrofó al oficial de Marina 
¿Con qué razón, en virtud de qué derecho se ejerce 
con nosotros por las autoridades españolas un acto 
semejante de violencia violencia doblemente injus- 
tificable, por querer entregársenos a un dominio 
extraño a que nos han sustraído esas mismas auto- 
ridades, recibiéndonos en su territorio y asilándonos 
bajo su bandera^ Si las autoridades españolas quie- 
ren tratarnos como reos de su país, cabe que nos 
lleven a la cárcel, que nos retengan en un buque 
de guerra, que nos sujeten a medidas restrictivas o 
represivas en su propio suelo, en la esfera de su 
jurisdicción privativa Pero lo que ellas no pueden 
hacer, sin agravio, no ya de la justicia absoluta, 
sino de las más elementales nociones del derecho de 
gentes, 4 es imponernos por cárcel al buque oriental 
que hemos abandonado con su asentimiento, cuando 
hemos invocado y obtenido de hecho el asilo y la 
protección de su bandera, acto de justicia y de huma- 
nidad que no cabe sea seguido de una medida tan 
irritante y atentatoria 1 

Y como si esas consideraciones no bastasen, des- 
cornóse aun ante los ojos del oficial español el cuadro 
de nuestra situación afligente a bordo de la barca 



[165] 



AGUSTIN DE VEDIA 



Putg. Se le hizo ver que no teníamos otro género 
de provisiones que galleta agusanada, garbanzos y 
porotos, que el estado del buque era deplorable, que 
no tenía una vela sana, ni una cuerda segura, que 
sólo milagrosamente habíamos podido llegar a la 
Habana, y que era cuestión de humanidad y de civi- 
lización no exponernos de nuevo a los peligros de 
la navegación en condiciones semejantes 

El Teniente de Navio, Sr. Pedemonte, debió sen- 
tirse conmovido ante aquel infortunio, de quince 
proscriptos en cuyas fisonomías, de cierto, no debió 
leer pensamientos siniestros que explicasen la con- 
ducta de los usurpadores del poder en la República 
Oriental; de aquellos que soñaron invertir las leyes 
de la moral social y escapar a su fallo inflexible, 
persiguiendo y atormentando a los ciudadanos, que, 
en su patria, habrían sido una protesta viva contra 
sus atentados y sus crímenes 

El Teniente Pedemonte, cediendo a nuestras exhor- 
taciones y contrariando, según dijo, sus severas ins- 
trucciones, se comprometió a hablar al Capitán Gene- 
ral Valmaseda, quien, como se sabe había tomado 
posesión del Gobierno Entre tanto, debíamos esperar 
la respuesta sin salir de la ballenera, la que se man- 
tendría atracada al costado del buque 

Cuando avistamos a la barca, notamos con sor- 
presa que izaba sus anclas, teniendo a su costado al 
vaporcito que nos había remolcado a la entrada del 
puerto; a no dudarlo, la barca Putg iba a zarpar 

El Teniente Pedemonte hizo detener la maniobra 
y subió en el vaporcito, que se dirigió inmediatamente 
al muelle de la Comandancia, La ballenera que nos 
conducía atracó al costado de la barca El Coronel 
Courtin, asomándose desde la borda, nos hizo saber 



(166] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



que, al negarse a recibir las provisiones que caritati- 
vamente se le ofrecían, había solicitado que, cuanto 
antes, se le diera remolque para abandonar las aguas 
de Cuba La respuesta, como se ha podido ver, no 
se hizo esperar. 

Un cuarto de hora después, regresó el Teniente 
Pedemonte Su fisonomía, observada por todas nuestras 
miradas, se anticipó para nosotros a sus palabras. 
Traía orden terminante de dejarnos a bordo de la 
Putg, que debía ser sacada a remolque inmediata- 
mente Alguno de nuestros compañeros no pudo con- 
tener un arranque de indignación que pudo tradu- 
cirse por una resistencia a acatar aquella orden 
inhumana El Teniente de Marina observó que, ínten- 
cionalmente, y por un acto de delicadeza, había pres- 
cindido de vestir el uniforme de su clase No espe- 
raba, agregó, que se vería en la mortificante 
necesidad de invocar su carácter oficial para llenar 
su deber. 

Todos nos apresuramos a declarar que, ante nuestra 
conciencia, ejercíase ya una verdadera coacción, pero 
que acatábamos la orden por odiosa y tiránica que 
nos pareciese, no debiendo esperar la intervención 
de una fuerza brutal que agregara a la injusticia la 
degradación Así fue Y desde el momento en que 
nuestra conciencia se sublevó de indignación y des* 
pertóse en nuestra alma el sentimiento del honor 
ofendido, la escena cambió. Trepamos inmediata- 
mente a la temida barca, y pisamos con perfecta 
serenidad aquel sucio puente, tan distinto al del 
vapor que habíamos entrevisto apenas, y que debió 
parecemos un juguete de nuestra imaginación sobre- 
excitada, uno de esos risueños mirajes que tan a me- 
nudo ofrecía a nuestras ávidas miradas el cielo de 



H67] 



AGUSTIN DB VEDIA 



los trópicos ¡Tan cierto es que el hombre tiende 
siempre a sobreponerse a las circunstancias que lo 
asedian, en lucha, aun desesperada, con los rudos 
golpes de la fortuna 1 

El remolcador atracó al costado de la barca y la 
arrastró hasta el fondeadero del vapor de guerra 
Isabel la Católica, que distaba apenas sesenta metros 
de la orilla, lo que nos permitió contemplar al Capi- 
tán General, Conde de Valmaseda, quien asistía desde 
su balcón a la fiesta que se había preparado a sí 
mismo y a la muchedumbre que bordeaba el puerto 
¡Escena propia para divertir las inclinaciones de un 
déspota absoluto o los ocios de una plebe degradada' 
Media hora después el Isabel la Católica salía remol- 
cando a la barca de D Juan Puig cortejada por los 
silbidos y los improperios del populacho 

A las once de la noche, v a treinta millas del 
puerto de la Habana, según estaba anunciado, el vapor 
soltó el remolque, dejando a la Putg que siguiera 
viaje para donde le conviniese, con tal de que no 
fuese, y excusada era la recomendación, para ninguno 
de los puertos de la desgraciada Cuba 

Así entró al puerto de la Habana y así salió de él 
el buque de guerra oriental, armado por el Gobierno 
de Tezanos y mandado por el Coronel D Ernesto 
Courtin 

Ahora, detengámonos por un momento en el 
examen de los hechos que han pasado a nuestra vista, 
y que de una manera tan abrumadora se han descar- 
gado sobre nosotros 

Como orientales, debíamos sentirnos profunda- 
mente humillados La bandera que flameaba en el 
mástil de la barca Putg era la nuestra, si bien por 
la perfidia y la usurpación había caído en manos 



U68] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



mercenarias que cubrieran con ella empresas desti- 
nadas a merecer la execración de los pueblos cultos 
y civilizados 

No podía revelarse seguramente mayor menos- 
precio, burla más ultrajante hacia la soberanía de 
un país, si ella está representada por su bandera, que 
el menosprecio y la burla de que hizo gala el autó- 
crata de Cuba, sometiendo a la barca Pmg a la con- 
dición de un buque pirata, manteniéndola bajo su 
vigilancia activa y arrojándola por último, ignomi- 
niosamente, fuera de sus aguas 

Pero, ante todo, , debía la barca Pmg ser consi- 
derada por el Gobierno de la Habana como un ver- 
dadero buque de guerra, con opción en ese caso a los 
fueros y excepciones que le acuerdan las reglas inter- 
nacionales y según las cuales se ve en ese buque, 
por una ficción del derecho una prolongación del 
dominio del soberano a quien pertenece? 

No tenemos un perfecto conocimiento de la natu- 
raleza y del valor intrínseco de los documentos que 
presentó la barca Putg, pero los vicios de informa- 
lidad y la supina ignorancia que caracteriza a los 
usurpadores del poder en la República Oriental y 
los diversos y groseros incidentes que hemos narrado 
con entera fidelidad, dan alimento a una duda a ese 
respecto y acusan, en todo lo relativo al armamento 
de la barca Pmg la más extraña anomalía. 

El Gobierno de la Habana sabía, por otra parte, 
que la guarnición de la barca Putg, contratada hasta 
ese destino, debía desarmarse en el puerto, procedi- 
miento inusitado que, con mayores o menores pro- 
porciones debía llamar su atención, tanto más cuanto 
que aquella plaza estaba sometida a todas las restnc- 



AGUSTIN DE VE DIA 



ciones aconsejadas por la situación especialísima de 
la isla, presa de una guerra prolongada 

Esas circunstancias se agravaban aun más teniendo 
en cuenta la improcedencia y la irregularidad que 
acusaba de parte del Gobierno de Montevideo el 
acto de elegir el territorio de Cuba para confina- 
miento de sus reos, prescindiendo del carácter que 
accidentalmente pudieran éstos investir. Como no es 
posible que las naciones en sus relaciones recíprocas, 
se expliquen sus actos por ignorancia de los prin- 
cipios que envuelven, la autoridad de la Habana 
debía inclinarse a ver en la conducta del Gobierno 
de Montevideo a ese respecto un agravio inmerecido 
hacia la soberanía española 

La deportación, en efecto, es una medida por la 
cual se confina a determinados individuos en un 
puerto o territorio dado Y ella presupone natural- 
mente jurisdicción propia sobre ese puerto o sobre 
ese territorio No puede admitirse que un gobierno 
elija un territorio extranjero para concentrar allí sus 
reos, que, si una vez son víctimas inocentes de su 
ferocidad, pueden otras ser verdaderos criminales, 
peligrosos al orden de la sociedad en cuyo seno 
se lanzan» 

Nunca, por lo mismo, se han establecido prece- 
dentes en contrario Hase visto a la Rusia deportando 
a la Sibena, a la España, deportando a Fernando 
Pó, a la Francia, deportando a las Guayanas, a la 
Italia, deportando a Oristano en la Cerdeña Pero 
no se ha visto a ninguna de esas naciones dirigir 
sus deportados a la Banda Oriental, o a otra posesión 
extranjera- 

Además de ser atentatoria a la soberanía extraña, 
esa medida pecaría por absurda, cuando no envol- 



[170] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



viese un propósito siniestro* El objeto de la depor- 
tación nunca ha sido ni puede ser otro, racional- 
mente, que asegurar el confinamiento del reo en el 
territorio a donde se le dinje, para lo cual se re- 
quiere ejercer soberanía sobre ese territorio. De otro 
modo, sería necesario suponer en la medida una sus- 
picacia indigna, por la cual se quisiese determinar 
el tiempo del alejamiento por el plazo más o menos 
dilatado del viaje, a cuvo efecto reservaríanse los 
Gobiernos la elección de buques adecuados al objeto, 
que aligerasen o agravasen la pena, según su marcha 
fuese más rápida o más pesada Para explicar el 
máximun de la pena, existiría entonces el recurso 
de la barca Vuig> 

En efecto, ¿cuál sería la eficacia del confinamiento 
en territorio extranjero, si el reo es perfectamente 
dueño de entrar y salir de ese territorio, con arreglo 
a sus leyes, haciendo así completamente ilusoria la 
pena que se le ha infligido, y aun pudiendo volver 
al país? 

Podría pretenderse que le estaría vedado volver 
al país, pero si el Gobierno que lo ha condenado 
ha creído que podía impedir su regreso, habríale bas- 
tado para su objeto imponerle el simple extraña- 
miento, dejándole la facultad de elegir el punto de 
su residencia en el extranjero 

Con arreglo a ese criterio, sin duda, las Constitu- 
ciones de algunos Estados, como la de la Confede- 
ración Argentina, por ejemplo, acuerdan al Poder 
Ejecutivo, declarando el estado de sitio, la facultad 
de remover a los ciudadanos de un punto a otro del 
territorio nacional, siempre que ellos no prefieran 
salir fuera del país, en cuyo caso son ellos quienes 
eligen el punto de su desuno 



{171} 



AGUSTIN DE VEDIA 



No es de este momento analizar el espíritu de 
una disposición constitucional que tanto campo deja 
a la arbitrariedad, y si la hemos mencionado es 
simplemente para constatar por un ejemplo más, que, 
salvo alguna excepción igualmente monstruosa, no 
ha cabido en la mente de ningún otro gobierno, 
que el de Tezanos, la idea de elegir un puerto deter- 
minado en territorio extranjero para relegar a ese 
destino a los reos o a las víctimas de su autoridad 

Y, por lo mismo, cuando se producen actos de 
esa naturaleza, en que va envuelto un desconoci- 
miento de los principios y de las reglas más triviales 
del derecho público, desconocer en el agente inme- 
diato la representación que se atribuye para verifi- 
carlos, puede ser acaso el único medio prudente de 
excusar una ignorancia palmaria o de repeler un 
agravio gratuito 

Pero, donde resalta la injusticia, la arbitrariedad, 
el atentado de las autoridades de la Habana, es en el 
procedimiento observado con los deportados orien- 
tales En el hecho de haber accedido a su solicitud 
para trasbordarse a un buque americano y de enviar 
expresamente al efecto una embarcación al mando 
de un oficial, que los recibiese, las autoridades de la 
Habana habían establecido una distinción insalvable 
entre el buque que no había sido admitido y los 
ciudadanos que eran acogidos, aunque transitoria- 
mente, en el dominio español. Desde el momento 
en que, por un acto oficial, eran separados esos 
ciudadanos de la barca, quedaban al amparo de la 
jurisdicción española y aquel buque en lo sucesivo 
debía ser tan extraño para ellos, hablando en derecho, 
como lo fuera un navio ruso o austríaco 



[172] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



Después de haberse establecido esa marcada dis- 
tinción entre los desterrados orientales y el buque 
que les servía de prisión, reconociéndose implícita- 
mente las consideraciones invocadas por ellos, consi- 
deraciones de derecho, consideraciones de humanidad, 
compelerlos a volver a la barca era cometer, no sólo 
un acto de inconsecuencia, caprichoso y absurdo, sino 
una odiosa y temeraria violencia. 

Imposible es hallar la explicación del procedi- 
miento observado en ese caso por la autoridad de 
la Habana, si no se busca en los arranques volunta- 
riosos de un despotismo brutal, que tanto contrasta, 
a la verdad, con la proverbial hidalguía del carác- 
ter español 

Sobre todas esas consideraciones, prevalecía aún 
una amarguísima impresión en nuestra alma de 
patriotas Bien que no exageremos ciertas creencias 
y que no entendamos en absoluto que el honor de 
las naciones depende de los gobiernos que a veces 
las humillan y degradan, no podíamos sustraernos al 
dolor de ver abatida, en manos impuras, U bandera 
que representaba las gloriosas tradiciones de una 
nación heroica en sus mismos infortunios. Si allí, 
en aquella miserable barca, estaba representada la 
soberanía oriental, nunca nación alguna fue más 
ajada y más deprimida que la nuestra, jLa vez pri- 
mera que la bandera oriental cruzaba el océano en 
un buque de guerra, iba cubriendo una de las em- 
presas más inicuas que se registran en los anales 
de la arbitrariedad, para ser declarada prisionera de 
las autoridades de la Habana y expulsada por último, 
en medio de un aparato insolente, más allá de sus 
dominios! 



[173] 



AGUSTIN DE VEDIA 



jLos hombres que por una usurpación inicua esca- 
laron el poder en Montevideo, llevaron así al exte- 
rior una muestra del gobierno grotesco que han cons- 
tituido en el interior de la República; gobierno de 
odios y de exacciones; gobierno de impudencia y de 
prostitución! 

Entre tanto, la barca Puig estaba en el océano 
sin rumbo Era necesario fijar su derrotero, resolver 
el destino que debía llevar El Capitán Puig opinaba 
que debía dirigirse a las islas Bermudas, distantes 
trescientas leguas de la Habana, donde le sería fácil 
hacer provisiones y donde los deportados podíamos 
hallar vapores que nos llevasen a algún puerto de 
escala de los paquetes que se dirigen al Río de 
la Plata. 

El Coronel Courtin no se sentía seducido por la 
idea de emprender ese largo viaje en las condiciones 
en que se hallaba en la barca Putg f y, después de 
haber cambiado opiniones con algunos de los depor- 
tados, se convino en que debíamos dirigirnos a uno 
de los puertos más inmediatos de los Estados Unidos 
¿Cuál debía ser ese puerto? Los deportados a quienes 
se consultaba, interpretando el deseo de todos, opi- 
naban que se eligiese el puerto de Key West, que 
suponíamos apenas a una distancia de treinta leguas 
y que había sido muchas veces el punto de desem- 
barque de los emigrados cubanos que lograban 
escapar a la saña de sus perseguidores 

El Capitán Puig se opuso a eso, fundado en que 
ese puerto ofrecía peligrosos escollos a la navegación 
y en que tampoco brindaba facilidades para proveer 
al buque de víveres Después de algunas vacilaciones, 
se resolvió definitivamente hacer rumbo a Charleston, 
antigua capital de los Estados del Sur en la gigan- 



{174} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



tesca guerra americana, y la más importante ciudad 
comercial de la Carolina del Sur. 

Pero, ¿en qué carácter arribaría la Putg a ese 
puerto? ¿En condición de buque de guerra? En 
ese caso, ¿no se correría el peligro de chocar con 
las mismas dificultades que le hicieron escollar en 
la Habana? Convencidos estábamos todos de la antí- 
tesis viva que ofrecen las instituciones de uno y otro 
país, pero el infortunio de una situación como la 
nuestra, que había confundido bajo el mismo golpe 
a las víctimas y a sus opresores, sembraba la des- 
confianza y el temor, no completamente infundados, 
por otra parte, en el ánimo de todos 

Esa grave cuestión fue largamente considerada y 
debatida en el consejo de estado de la barca Putg. 
Al fin prevaleció la opinión del capitán del buque, 
que, sea porque quisiese cortar los cabellos a Sansón, 
o por otra razón cualquiera, opinaba que debía des- 
armarse el buque y entrar en el puerto como mer- 
cante El Capitán Puig se había munido en la 
Habana de una patente de Sanidad, que acreditaba 
el buque en esas condiciones, y contaba que la falta 
de rol y otros papeles complementarios sería suplida 
más tarde por el Cónsul Oriental de Charleston, bas- 
tando aquella primera patente para que las autori- 
dades sanitarias declarasen al buque en libre plática 
y pudiéramos bajar a tierra. 

Se trató de poner en ejecución la idea luminosa, 
de encajonar los fusiles, ocultándolos en la bodega 
y de disfrazar a los soldados Inmediatamente ocurrió 
una ligera dificultad La patente de Sanidad daba al 
buque 36 pasajeros, fuera de la tripulación, y había 
54 personas, además de la familia del capitán y de 
los marineros Pero no tardó en allanarse ese ligero 



{175} 



AGUSTIN DE VEDIA 



inconveniente. Conforme se ocultaban los fusiles se 
ocultarían en el fondo de la bodega 18 soldados, y 
todo estaba concluido. 

Así empezó a ejecutarse Arrióse el gallardete de 
guerra que flameaba en el mástil de popa, reunié- 
ronse los fusiles, correajes y municiones que había, 
a excepción del armamento que correspondía a un 
centmela que se creyó prudente reservar, y todo se 
encerró en un cajón, cuya obra se había encargado 
de antemano al carpintero del buque, bajándose luego 
al lugar más apartado de la bodega. 

Empegó entonces la función de vestir de particular 
a los soldados y éste habría sido el sámete de la 
tragedia, si no nos hubieran estado reservadas duras 
pruebas todavía, |Vaya una ironía del destino 1 ¡Los 
adustos carceleros de ayer, tenían que recurrir a un 
ardid, despojarse de sus insignias guerreras, acudir 
al disfraz para no correr el peligro de ser expulsados 
como piratas, del país a donde arrastraban a sus 
presos, que no tenían felizmente que disfrazar ni sus 
fisonomías ni su conciencia 1 

Era cuanto había que ver, un cabo Gadimet, de 
formas corpulentas, y obeso, encerrado dentro de un 
estrecho saco que amenazaba estallar como un globo 
que se inflama de viento, y ocultando su cabeza bajo 
las anchas alas de uno de esos enormes sombreros 
de grosera paja, procedentes de Cabedelho, a los 
cuales habíamos dado el nombre de jangadas, alu- 
diendo a las embarcaciones indígenas de que en otra 
parte nos ocupamos Quién de los soldados aparecía 
de gorro y de levita, cuyas escasas mangas se detenían 
a la mitad del brazo, quién ostentaba un fragmento 
de antiguo sombrero de copa alta rebajada y a la 
falta de otra cosa se paseaba en mangas de camisa. 



[176] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



Todos se distinguían por alguna originalidad, atavia- 
dos con ropas de los deportados y de los marineros, 
formando así una comparsa que no habría tenido 
precio en días de Carnaval, y que habría represen- 
tado a las mil maravillas su papel en el último que 
pasamos en Montevideo 

Transformada de esa manera la fisonomía bélica 
de la barca Nacional, seguíamos acercándonos a Char- 
leston, a merced de una brisa favorable. Pero la nave- 
gación nos reservaba aún otra de sus rudas emociones 
La suerte no se había fatigado de descargar sus 
golpes sobre los desterrados 

La noche del 16 de junio tiene que ser memo- 
rable para todos los viajeros de la barca Putg. Un 
formidable huracán estuvo a punto de sepultarnos 
esa noche en los abismos del océano 

Navegaba la barca con casi todas sus velas, cuando 
los que estábamos en el fondo de la bodega sentimos 
los rugidos del viento precursores de una borrasca 
De súbito, sin dar tiempo a los marineros a ejecutar 
maniobra alguna, el huracán, apenas anunciado, se 
desencadenó con toda su fuerza, abatiéndose sobre el 
buque que casi se tumbó Aquello fue un remolino 
inesperado que asaltó de proa a la barca que nave- 
gaba viento en popa, al parecer con un viento 
bonancible. 

Gritos de toda especie resonaron en la cubierta 
y los que estábamos abajo pudimos sentir el estré- 
pito infernal que armaban los pasos vacilantes de 
los soldados y marineros en tropel, en el puente 
del buque 

En vano, en los primeros momentos, el Capitán, 
esforzándose por dominar la voz del huracán, gritaba 
— ¡Todo el mundo arriba 1 |Aferrar velas! 

[177} 



14 



AGUSTIN DE VEDIA 



Los marineros estaban atónitos y se preocupaban 
sólo de evitar los palos, que amenazaban desplomarse 

Algunas de las velas, foques, sobres y gavias, 
fueron arrancadas por el huracán en sus primeros 
impulsos Las demás habían sido arrolladas contra 
los palos que milagrosamente resistieron. El timón 
no gobernaba El bote colgado a popa del lado de 
babor, tocaba el agua que empezaba a penetrar por 
la borda, tan inclinada estaba la barca. 

El Coronel Courtm dirigía la vista a una tabla 
para disputarse en último caso a la muerte El 
Teniente Varenci invocaba a Dios, asido a la borda 
del buque La capitana lloraba a grandes gritos, todo 
era horror, confusión y desorden. 

Entre tanto, el Capitán seguía dando voces inú- 
tiles, y mandando que se cortaran las velas a cuchillo. 

Fue debido al fin a la sangre fría e intrepidez 
de un hijo del Capitán, que se lanzó resueltamente 
a los mástiles a cortar las velas hinchadas de viento 
que hacían zozobrar al buque, que logramos escapar 
a un naufragio inminente. 

Tres o cuatro de nuestros compañeros se encon- 
traban en el puente del buque, donde permanecieron 
estoicamente, presenciando aquella pavorosa escena 
de los elementos desencadenados, a que plugo arran- 
carnos a la Providencia que ha velado sobre nuestro 
destino y ha querido que las víctimas de una negra 
iniquidad salgan ilesas de todas las pruebas y escapen 
a todos los peligros que se han cernido sobre sus 
cabezas, para que un día, frente a frente de sus ver- 
dugos, sean un testimonio irrecusable de una justicia 
que no se dobla ni se prostituye 

Pasado el momento del peligro, el Coronel Courtin 
bajó a la bodega de los presos, cediendo sin duda 



U78} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



a una necesidad de expansión natural. Sus pupilas 
se hallaban más dilatadas que de ordinario, cuando 
al descender del vigésimo travesano de la escalera. 

— ¡Caballeros, nos dijo, han de saber Uds que 
hemos hecho una escapada baguala* 

Carlos Gurméndez acogió con una carcajada homé- 
rica, rasgo habitual de su carácter franco y expan- 
sivo, aquella ocurrencia que era gráfica, en el con- 
cepto de uno de los compañeros 

El Capitán Puig, por su parte, creía haber resuci- 
tado esa noche, y de pie, en medio de su cámara, 
con una botella en la mano, invitaba a todos a fes- 
tejar el acontecimiento con un trago de aguardiente. 

El tiempo siguió tormentoso hasta el día siguiente, 
en que redobló el viento, obligando a la Pmg a nave- 
gar casi a palo seco Se había i2ado bandera de prác- 
tico y no tardó en avistarse una rápida ballenera, pero 
el Práctico que en ella venía no era de Charleston 
sino de Santa Elena, población inmediata del mismo 
Estado Había que avanzar aún veinte o treinta millas 
para hallar al que buscábamos 

El día 19 por fin, con gran satisfacción de todos, 
vimos subir a bordo de la Pmg al Práctico de Char- 
leston, cuya presencia tranquilizó nuestro espíritu un 
tanto excitado, y en quien, a pesar de ser hombre 
de color, nos complacíamos en admirar esa fuerte y 
robusta raza que parece dar vivo testimonio de la 
excelencia de sus instituciones Si en ese pensamiento 
había algo de fantástico, recuérdese que nacía de 
hombres que habían estado a punto de hallar su 
tumba en el océano y que tenían ante sus ojos la 
tierra de la América libre esos gloriosos Estados 
Unidos, patria de la democracia, tan acariciada por 
la imaginación que la invocaba como su estrella y 



U79] 



AGUSTIN DE VEDIA 



su guía, en los desfallecimientos y en los naufragios 
de la vida política 

Sí, allí estaba la patria de Washington, de Fran- 
klin, de Lincoln, de todos esos hombres grandes, no 
porque se elevaran en pedestales sangrientos, no por- 
que deslumhraran con el oropel dé las glorias mili- 
tares, sino porque fueron los más genuinos represen- 
tantes de una democracia basada en el más escru- 
puloso respeto de la libertad humana, porque echaron 
los fundamentos de la sociedad más libre y más cris- 
tiana de la tierra como Washington y Frankhn, o la 
coronaron como Lincoln con la negación humani- 
taria que arrancó a cuatro millones de hombres al 
látigo de la servidumbre. 

Sí, allí estaba el país en que el hombre se siente 
más soberano de sí mismo; en que no impera la 
arbitrariedad de los mandatarios sino el culto de la 
ley, en que la justicia es el más firme baluarte 
de la libertad, en que se ha comprendido que la 
debilidad de las sociedades está en la centralización, 
como su fuerza en la libertad, en que el ciudadano 
puede reivindicar todos los derechos que se refieren 
a la conciencia, al pensamiento, a su actividad per- 
sonal; en que la Iglesia en el Estado libre, dignifica 
las creencias, depura la religión y emancipa y vigo- 
riza al Estado, en que el Estado se ve reducido a sus 
límites naturales, como representante de la naciona- 
lidad, de la justicia, fuera de cuyos límites nunca 
será sino una tiranía; en que todos los agentes del 
Poder están sujetos a la más efectiva responsabilidad; 
en que el municipio, esa escuela de la libertad tiene 
su más amplio desarrollo, en que el individuo, librado 
a su propia energía, asombra diariamente con los 
prodigios de su industria y de su genio; en que, paro- 



[180] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



diando la expresión de un publicista, se desarrolla 
una democracia pacífica, moral e ilustrada, que brilla 
como un faro inextinguible, proyectando sus rayos 
sobre uno y otro Continente* ¿Quién nos diría que 
la mano de la arbitrariedad y del despotismo había 
de lanzarnos un día sobre aquella tierra clásica de 
las libertades* ^Singulares anomalías de la suerte' 

Pero, sigamos la historia interrumpida Excusado 
es decir que, al subir a bordo el Práctico, se había 
ocultado ya en la bodega a los 18 soldados que 
sobraban, con relación a la patente de Sanidad, y 
entre los cuales se encontraba el renombrado Gadi- 
met, cuyo volumen se redujo visiblemente por efecto 
de la presión a que estaba sometido y del copioso 
vapor que su máquina despedía. 

El Práctico hizo soltar todos los trapos de la barca, 
que nunca se halló tan revestida, y que empezó 
a cortar el agua con una inusitada ligereza, que, sin 
embargo, no satisfacía al impaciente americano, habi- 
tuado a las alas de su ballenera, y sm duda a aquel 
género de embarcaciones de nueva invención de que 
hablaba el Capitán Puig, refiriéndose a los buques 
que pasaban velozmente por el costado de su barca, 
perdiéndose a los pocos momentos en el confín del 
horizonte. 

-Algunas horas después avistamos el célebre fuerte 
Sumpter que se levanta a la entrada del puerto, y 
cuyos cañones, del más vasto calibre tronaron con 
tanto furor en la última guerra. 

Pasamos por delante de Sulhvan, preciosa pobla- 
ción de campo que está casi enfrente de Charleston, 
en una isla, y nos recreamos en admirar las sencillas 
y elegantes casas, construcciones todas de madera, 
que la formaban. 



[181} 



AGUSTIN DE VEDIA 



El Práctico había dado a conocer al Capitán Puig 
el reglamento sanitario del puerto, por el cual se 
imponía cuarentenas a las procedencias de la Habana 
En consecuencia, el buque debía fondear, como fondeó, 
en efecto, a alguna distancia del puerto, y en cumpli- 
miento del mismo reglamento elevóse en lo alto del 
palo de proa una bandera amarilla, formada por un 
retazo de franela que a duras penas se pudo arrancar 
a la capitana La barca Vmg se cubría de esa manera 
con el único ornamento que le faltaba para com- 
pletar su aspecto fúnebre la bandera amarilla, o sea 
la bandera de la muerte curiosa metamorfosis, bajo 
la cual fuera difícil descubrir los rasgos primitivos, 
del buque de guerra oriental 

A corta distancia del fondeadero de la barca, se 
proyectaba una punta de tierra donde estaba la casa 
de Sanidad y en cuya orilla se distinguían las huellas 
de una antigua batería demolida De esa margen se 
desprendió un bote que, media hora después, traía 
a bordo de la Pmg al médico de Sanidad momentos 
de ansiedad indescriptibles. 

Los deportados estaban divididos en dos grupos 
uno a popa y otro a proa del buque Esa distribución 
indicaba generalmente la naturaleza de las impresio- 
nes a que unos y otros cedían y el sello distintivo 
de sus caracteres. Los que componían el primer 
grupo se lanzaban valerosamente al fuego, a recibir 
los primeros, sea la herida mortal o el premio de la 
victoria Los que componían el segundo grupo, y 
allí se contaba el que estas líneas escribe comprimían 
sus emociones y con tal de no exponerse a recibir 
los primeros el golpe fatal, renunciaban a la satis- 
facción de saborear un momento antes una noticia 
plausible La actitud de los últimos les daba cierta 



1 182} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



ventaja la infausta tiueva no llegaría hasta ellos sino 
precedida de esos vagos rumores que dan tiempo 
a prevenir la rudeza del golpe, resguardando el 
corazón bajo una malla de acero. 

No faltaron, desgraciadamente, ni los rumores, ni 
la cruel certidumbre. jEl Médico de Sanidad había 
declarado que la barca Putg tenía que sufrir una 
cuarentena de treinta días* Y esa noticia al principio 
inconcebible, llegó confirmada hasta los deportados 
de la proa, que se miraron entre sí, como seres 
a quienes anonada bajo sus ruedas el carro de una 
fatalidad inexorable. 

Hacía cuatro meses que arrastrábamos una mise- 
rable existencia en el fondo de la bodega de un 
buque ruin, combando por las tempestades, y para el 
cual parecía que se cerraran todos los puertos, como 
ante una embarcación maldita ¡Qué extraño, qué 
implacable destino nos perseguía 1 Hubiera sido el 
caso de exclamar, abandonados a un escepticismo 
desesperante, que faltaba a la Providencia el Poder 
o la Justicia, si Dios interviniera de un modo directo 
en los acontecimientos humanos. 

Algunos de nuestros compañeros, y muy especial- 
mente el Dr, Herrera y Obes, que era quien con 
mayor facilidad podía explicarse en inglés, se empe- 
ñaron en demostrar al Médico la injusticia de tan 
rigurosa medida Hiciéronle ver que, apenas la barca 
había tenido comunicación con la Habana, de donde 
traía su patente limpia, que, además de eso, llevá- 
bamos cerca de diez días de navegacTón, durante los 
cuales no había habido síntoma alguno de enfer- 
medad, a bordo, y por último, estando una dispo- 
sición de esa naturaleza librada a la equidad de los 
Médicos de Sanidad, según el reglamento, apelaban 



{183} 



AGUSTIN DE VEDIA 



a ella, no sin dejar de despertar a la vez los senti- 
mientos humanitarios que debía inspirar la desgra- 
ciada condición de los deportados. 

El Médico que había ido a hacer la visita, no se 
manifestó insensible a las observaciones y reclama- 
ciones de los desterrados, pero no estaba autorizado 
para modificar una resolución que no emanaba de él, 
simple auxiliar del Médico del Puerto, que era el 
Dr. Robert Lebby, su señor padre, y se limitó a ofre- 
cer que, al día siguiente, a las ocho de la mañana, 
deliberarían sobre el particular, en la casa de Sanidad, 
a donde quedó en llevar al Dr. Herrera y Obes para 
que pudiera exponer de nuevo la situación en que 
nos hallábamos en el buque 

Retiróse, pues, el Médico, casi de noche, deján- 
donos un vislumbre de esperanza esa luz amiga y 
consoladora que no abandona a la desgracia y que 
brilla casi siempre en el fondo de las más densas 
tinieblas 

Pensábamos que, a lo menos no llevaría la Comi- 
sión Sanitaria su rigor hasta hacer cumplir estricta- 
mente la cuarentena que nos habían marcado Quién 
la veía reducirse a quince días, quién a diez, quién 
llegaba a acariciar la ilusión de que se limitaría 
simplemente a cuatro o cinco días la observación 
sanitaria. ¿Y qué era ese término para las víctimas 
de la barca Pusg ? 

Entre tanto, el Capitán Puig pretendía hacerse 
inmediatamente a la vela para Savannah, puerto inme- 
diato, donde, según había dicho el mismo médico, 
la cuarentena se limitaba a algunas horas Pero, aun 
cuando no hubiera habido esperanza alguna de obte- 
ner la reducción de la cuarentena en Charleston, el 
ánimo de todos estaba decidido en contra de esa 



H84} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



resolución, y hubo una enérgica resistencia contra ella. 
Todos preferíamos eternizarnos en aquel puerto, 
a hacernos de nuevo al mar en la barca Putg. 

Sobrevino la mañana siguiente, llegó la hora anun- 
ciada para la conferencia, pasó con exceso, \y nadie 
venía! La inquietud se apoderó nuevamente del ánimo 
de los proscriptos, con tanto más motivo, cuanto que 
tampoco había venido el bote que debía traer provi- 
siones pedidas por intermedio del mismo Médico de 
Sanidad. 

Era próximamente mediodía y algunos de los des- 
terrados nos hallábamos tendidos en nuestras camas, 
en la bodega, cuando se precipitó escalera abajo uno 
de los compañeros, diciéndonos* 

— ¡Es preciso hacer la lista de los deportados han 
venido los médicos y van a ponernos en libre plática f 

Hay impresiones que no se definen se sienten y 
nada más. Las que nosotros experimentamos son de 
ese género. 

No había tiempo de reflexionar. Trazados, con 
mano trémula, los nombres de todos, subimos al 
puente a toda prisa El Medico del Puerto iba a pro- 
ceder a un reconocimiento personal para cerciorarse 
de que no había a bordo ningún enfermo. Tenían, 
pues, que formar a popa los 36 individuos de que 
hablaba la patente de Samdad 

Nuevos instantes de tribulación. ¿Estará el número 
completo ' ¿No resultará alguno más del contrabando? 
¿No descubrirían el fraude? Trabajo costó reunir a los 
36. Cuando se presentó el último de los que sucesi- 
vamente fueron viniendo de proa al llamado del 
Coronel Courtin, el Médico dijo ¡Basta! Con la voz 
y con el ademán, como si temiera que surgiera algún 



[185] 



AGUSTIN DE VED1A 



otro, echando a perder la ingeniosa combinación que 
mantenía en la trampa a diez y ocho individuos 

Recorridos uno por uno los presentes, el Médico 
se mostró satisfecho del examen. Pidió entonces un 
vaso de agua para probarla Afortunadamente tenía- 
mos la provisión de la Habana Pero es claro que 
no se sacó agua de las pipas, que ya estaba corrom- 
pida, se extrajo del depósito de hierro del buque. 
Asimismo, el Médico hizo un gesto nada halagüeño 
al probarla. Luego significó el Médico que quería 
inspeccionar el buque Nueva alarma y agitación 
entre los desterrados Los soldados ocultos iban a ser 
descubiertos* ¿Qué sucedería entonces^ Esperamos con 
ansiedad la solución del conflicto 

A no dudarlo, el ardid fue conocido Pero, sin 
duda, los Médicos, que eran los Dres. Lebby, padre 
e hijo, estaban animados del más generoso espíritu 
hacia nosotros Acaso como hemos llegado a presu- 
mirlo, creyeron que los individuos ocultos no eran 
otra cosa que algunos de tantos fugitivos de las auto- 
ridades españolas de Cuba que iban a buscar su 
refugio natural en el suelo hospitalario y libre de la 
América del Norte ¿Qué podría importarles eso? Lo 
que les importaba sobre todo era abrir de par en par 
las puertas de su patria a los perseguidos y a los 
proscriptos Allí había espacio y luz para todos y un 
poder inconmovible que no soñaba en aparecidos ni 
en conspiradores. Acojan los Dres. Lebby este recuer- 
do, y en él envuelto un homenaje de gratitud y de 
simpatía, que, desde las márgenes del Plata, le envían 
por nuestro órgano los deportados de la barca Pmg. 

El Médico del Puerto debía hacer su informe para 
que la Aduana declarase en Ubre plática al buque y 
pudiéramos desembarcar en Charleston El puerto 



[186} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



estaba lejos y el tiempo era breve Podría pasar ese 
día sin que se llenase aquella diligencia Pero el 
Dr, Lebby, a una súplica de los desterrados, se dis- 
puso a vencer todas las dificultades que se oponían 
a nuestro desembarque inmediato AI efecto, diri- 
gióse inmediatamente a la Aduana, dejando a bordo 
al Dr Lebby, hijo segundo Momentos después, este 
último nos mvito a dar un paseo a la costa vecina, 
donde estaba situada la casa sanitaria, mientras llegaba 
el despacho de la Aduana. Acogimos con indecible 
alegría esa invitación y nos arrojamos en un bote 
los que cabíamos en él Desembarcamos Más de uno, 
seguramente, de nuestros compañeros, tuvimos inten- 
ción de besar aquella tierra bendita que nos devolvía 
la vida y la libertad, después de haber atravesado, 
en nuestra prisión flotante, tres mil leguas de océano. 
Si faltó en aquel acto una manifestación exterior, el 
pensamiento íntimo fue el ósculo de los desterrados. 

La tierra que se prolongaba delante de nosotros 
estaba recientemente removida y cultivada, y más 
adentro, poblada de árboles y arbustos Atravesamos 
por entre las hortalizas y llegamos a un camino 
angosto, tapizado de césped y rodeado de pinos y 
una especie de retamas, a cuyos costados se abrían 
otras sendas más estrechas aún, por entre las cuales 
nos internamos algunos, ávidos de aspirar el perfume 
de la tierra y de la vegetación, envolviéndonos, como 
diría Lamartine, en su sombra y su verdura. Hubié- 
ramos querido abrazar a los árboles, como antiguos 
y queridos amigos que volviésemos a ver tras una 
larga proscripción Aquel fue nuestro divino oasis: 
i Bendita seas mil veces, tierra hospitalaria, asilo de 
los proscriptos, patria de la libertad ' 

Cuando regresábamos de nuestro paseo y nos apro- 



[187] 



AGUSTIN DE VEDIA 



ximábamos a la costa, donde se levanta la casita de 
Sanidad, vimos allí a los demás compañeros, al 
Dr. Lebby hijo, y al Capitán Hoffman Este último, 
empleado de la Aduana, venía a comunicarnos que 
podíamos bajar a Charleston y se ofrecía generosa- 
mente a llevarnos en su bote. Un ¡hurra! unísono y 
prolongado, fue nuestro grito de expansión. 

Volvimos a la barca Puig donde teníamos que 
hacer algunos preparativos, y no tardamos en aban- 
donarla para siempre Quedaban allí nuestros equi- 
pajes que no debían desembarcarse mientras el buque 
no hubiese llenado las formalidades de uso con la 
Aduana. Esas formalidades nunca se llenaron, ni 
podrían llenarse, porque el buque, en su calidad de 
mercante, carecía de documentos indispensables para 
ser admitido en el puerto. Sin embargo, la Aduana 
consintió en el desembarque de nuestros equipajes 
después de la consulta elevada al Gobierno, que fue 
favorablemente resuelta. 

A bordo de la barca Putg supimos que un alto 
funcionario público de Charleston, el General 
Walthmgton, Colector de Aduana, al tener conoci- 
miento de los nombres de los deportados orientales 
que habían arribado al puerto, se esforzó por allanar 
las dificultades que se oponían a nuestro desembarque 
inmediato El General Walthmgton había estado en 
el Río de la Plata y conocía de nombre algunos de 
los proscriptos, que efectivamente, hallaron en él una 
acogida benévola de que guardan un recuerdo 
simpático 

Al poner el pie en el muelle de Charleston pare- 
ciónos penetrar en una atmósfera más diáfana e im- 
ponderable Aliviados de un peso abrumador, creíamos 
flotar en el espacio, más bien que hollar la tierra 



U88] 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



¡Al fin éramos enteramente libres* ^Libres en un país 
donde no había estado de sitio, ni suspensión de 
garantías individuales, ni batallones de mercenarios, 
ni policías inquisitoriales, en un país donde la ley 
de habeos corpus es la suprema ley! 

,Qué transición estupenda 1 Esas primeras impre- 
siones están consignadas en una carta íntima que 
dirigimos a Montevideo. De ella tomamos los siguien- 
tes fragmentos: 

"Charleston, 19 de Junio a las diez de la noche 
"Mi amiga querida 

"Si en el momento en que me siento en el cuarto 
N° 78 del «Charleston Hotel» a escribirte, hubiera 
algún suceso desagradable o infausto en el seno de 
mi familia, no creo que mi naturaleza fuese tan trai- 
dora que hiciese experimentar a mi alma las impre- 
siones inefables de contento de que está rebosando. 
¡Fácil te será comprender eso si empiezas por leer 
mi carta anterior, de esta misma fecha, en que te 
hago saber que la autoridad sanitaria del puerto nos 
ha impuesto una cuarentena de treinta días, y pasas 
luego a leer estas líneas que empiezo a trazar el 
mismo día, en sólida tierra americana! 

"¿Qué especie de prodigio es ése* Para nosotros 
ebrios de generoso entusiasmo, es ése uno de los 
tantos prodigios que ejecuta con tan heroica simpli- 
cidad el genio de los yankees 1 No va eso tan des- 
caminado como parece, según lo veremos. Vamos 
por partes. 

"Te decía en mi carta anterior y reciente, que se 
trabaja por obtener a lo menos una reducción del 



{189} 



AGUSTIN DE VEDIA 



término cuarentenano Era eso para nosotros una 
esperanza a que yo daba un color más definido en 
el deseo de que no fuese tan dolorosa la impresión 
que mi carta te llevase. Pero, joh, sorpresa, la más 
inefable; oh, alegría, la más suprema' 

'Tocas horas después se presentan a bordo de la 
Pmg los Médicos que componen la Junta de Sanidad, 
y después de una visita y de una inspección hecha 
en regla, pero de la manera más bondadosa y jovial, 
en que se traslució y se patentizó el interés de favo- 
recernos a todo trance, ellos mismos nos bajaron 
a este suelo bendito, en cuya atmósfera, y en cuya 
vida nos parece palpar a cada momento los gérme- 
nes fecundos de su increíble y portentoso desarrollo: 
gérmenes que están en el hombre mismo, librado 
a la plenitud de su energía y de su fuerza. 

*\Y en dónde, sino en esa sublime expansión de 
la vida, en esa confianza de la fuerza, en esa libe- 
ralidad que abre al hombre de par en par las puertas 
de esta tierra hospitalaria, en dónde sino en eso 
mismo, está el gran secreto de su prosperidad y de 
su ventura? He ahí por qué decía al principio que 
no íbamos tan descaminados cuando queríamos ver 
en nuestra transición sin nombre, un signo del genio 
americano 

"¡Salir de la Puig y entrar en el «Hotel Charles- 
ton» r ¿Concibes tu eso? Salir del fondo de la in- 
munda bodega, de la prisión flotante que ideó la 
más negra arbitrariedad y la maldad más insigne, 
para ajar, deprimir y atormentar al hombre, y entrar 
en la patria feliz de la libertad, cobijarse bajo la 
bandera estrellada, volver a la vida de la civilización, 
a tener conciencia de nosotros mismos y a experi- 
mentar de una manera práctica los efectos de esas 



[190} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



admirables instituciones que hemos soñado para 
nuestro país ¡sueño que allá, en la actualidad, vale 
el destierro o la muerte 1 ¡Cerrar los ojos en las tinie- 
blas y abrirlos en medio de esplendores de luz ador- 
mecerse en la angustia de la esclavitud y despertar 
en la apoteosis del hombre libre apurar la ultima 
sustancia amarga del cáliz del destierro, y sentarse 
a libar la copa generosa de una ambrosía del cielo! 
Son ésas las impresiones que hemos recogido en unas 
cuantas horas 

"Abandonamos, por fin, esa barca siniestra de 
Carón, en la que hubimos de naufragar en la noche 
del 16 de este mes, y en cuyo mástil, para que nada 
faltara al horror que sobre ella se cernía, se levantó 
una franela amarilla, al entrar en el puerto, como 
signo de proceder de una región infestada Abando- 
namos esa barca, donde, durante cuatro meses hemos 
llevado una vida de rudas impresiones, en que el 
espíritu y la materia han estado sometidos a todos 
los suplicios imaginables, librados a la lucha de todos 
los elementos y de todas las contrariedades, y de las 
que hemos salido triunfantes, merced, sin duda, a ese 
poder que el hombre ejerce sobre sí mismo, cuando 
le acompaña una conciencia serena, una convicción 
arraigada y una esperanza inmortal. 

"Al fin, la barca desapareció de nuestra vista, como 
una visión fatídica que, en un despertar risueño, se 
hundiera en la onda amarga; como una nube negra 
que se perdiera en el confín del horizonte. ¡Ya no 
aspiraremos esa atmósfera envenenada, no escucha- 
remos el ruido de sus cadenas y el indecente len- 
guaje de sus armadores, no tendremos que contar 
sus singladuras de cangrejo, ni que preservarnos de 
sus cabos roídos, ni que temer su descangallado vela- 



[191} 



AGUSTIN DE VEDIA 



men y sus palos apohllados, ni que sufrir las inso- 
lencias de los sirvientes y las villanías de los capi- 
tanes' ¡Adiós, por fin todo eso y que la barca Pmg 
tequies caí m pace'" 



Pero antes de arrojar una última mirada a la barca 
Putg, debemos completar la historia de su siniestra 
expedición. 

El Coronel Courtin desembarcó con el primer 
grupo de desterrados, en uno de los botes del Médico 
de Sanidad, ofreciendo enviar provisiones y realizar 
recursos para pagar a todos y facilitarles pasaje para 
Montevideo» Pero, sin duda, nada pudo hacer en 
Charleston, porque, al día siguiente o a los dos días, 
se dirigió por el ferrocarril a New York. 

No tardaron en desembarcar en Charleston los dos 
oficiales que mandaban la tropa, el ayudante del 
Dr Campana, y por último, todos los soldados que, 
careciendo de alimentos, prefirieron bajar a tierra 
a luchar con la miseria. El Capitán Puig, suponién- 
dose engañado por el Coronel Courtin, quiso des- 
embarazarse cuanto antes de los individuos que com- 
ponían la guarnición del buque 

Los veinte y cinco soldados de la barca Pmg, casi 
todos en trajes harapientos, diseminados por las calles 
de Charleston, no tardaron en ser causa de escán- 
dalo y en caer bajo la represión de la justicia. Algu- 
nos de esos desgraciados fueron condenados a tra- 
baj'os públicos en una isla, distante algunas millas 
del Puerto. Otros andaban por las calles implorando 
la caridad pública. 

Un episodio, apenas concebible, acaba de cerrar 
esta historia de ignominia. 



{192} 



LA DEPORTACION A LA HABANA 



Uno de esos infelices soldados, de nombre Rodrí- 
guez, nacido en el Departamento de Canelones, 
después de haber agotado su último recurso, aguijo- 
neado por el hambre, concibió en su extrema deses- 
peración la idea de ir nuevamente a buscar refugio 
y hospitalidad ¡en la barca Pmgl No teniendo 
como pagar el bote que lo trasportara, se arrojó al 
agua y a nado, llegó al costado del buque, de donde 
— A oh, temeridad inaudita! — fue inhumanamente 
rechazado ♦ 

Así terminó, envuelta en la deshonra y en el 
crimen, la expedición de la barca Putg. ¡Desenlace 
y coronamiento dignos de empresa tan nefanda 1 



FIN 



15 



1193}